Palacio Euskalduna,
Bilbao
En ocasiones existe un rasgo particular que se convierte en
el más importante de una persona y logra eclipsar todo lo demás. Es lo que le
sucede, por ejemplo, a uno de los protagonistas de la novela de Michael
Ondaatje ‘El paciente inglés’, un tipo que únicamente disfruta de la poesía
cuando la recitan mujeres y que al final acaba enamorado de una voz. Las
cuerdas vocales se transforman en una suerte de instrumento que interpreta una
melodía imperceptible al resto de los mortales y que cobra su vital importancia
situada en su contexto. “No quería oír
nada más”, esas fueron las palabras.
Algo similar nos sucedió una vez que andábamos vagabundeando
por el festival BBK Live cuando unos tonos profundos y grandilocuentes nos
obligaron a parar en seco y dejar de pensar en cualquier cosa que pululara por
la cabeza. Al levantar la vista, nos topamos con los getxotarras Mc Enroe, un
combo que conocíamos ya desde hace tiempo pero que hasta entonces, por un motivo
u otro, jamás nos habíamos detenido a escuchar con atención. Y aquello fue como
una revelación, pues en ese preciso instante percibimos toda la congoja y
angustia existencial que expresaban sus letras, enmarcadas de dignidad gracias
a la voz rotunda y sincera de Ricardo Lezón. No era desde luego lo que uno
esperaría en un marco mayoritariamente juvenil y hedonista con gente más
preocupada en subir fotos a redes sociales que en deleitarse en aspectos
formales.
Después de este proceso iniciático hemos vuelto a coincidir
con esta formación o con su líder en solitario y siempre hemos salido
satisfechos gracias a su contrastado buen hacer sobre las tablas. Por lo tanto,
no íbamos a faltar a otra propuesta suya en el contexto de la aberrante nueva
normalidad, aunque hubiera que aguantar todo el recital con la mascarilla
puesta, un tormento comparable a la cal viva o a la tortura china de la gota de
agua. Pero en fin, es lo que toca para ver bolos en estos momentos. Ojalá se
extendiera ese excesivo celo también a sectores como el de las aerolíneas o el
turismo. Desescalada a la carta según el interés.
Al margen de polémicas, Mc
Enroe oficiaron a un nivel estratosférico ante un respetable compuesto en
su mayoría por gente bien y con aparente solvencia económica, el habitual pijerío
procedente de la margen derecha. Un respetable muy educado que guardó
escrupulosamente la distancia de seguridad y que aplaudió como si se encontrara
en el teatro o en los toros. No se esperaba un excesivo desmelene, por lo que
aquí la espontaneidad por parte del público apenas existió. Cada uno en su
sitio y sin molestar a nadie.
No hacía falta tampoco mucho más para disfrutar de temazos
del calibre de “Electricidad” o “Seré Tú”, que abre su último disco con el
profético título de ‘La distancia’, aunque según explicó el voceras Ricardo
Lezón ni siquiera sospechaban el alcance de la pandemia actual cuando lo
registraron. Las ovaciones eran lo único que rompía el silencio imperante en el
recinto mientras los getxotarras andaban en faena. Y es que un concierto de
este tipo con cacatúas hubiera sido insufrible total. Menos mal que ahí sí que
cumplen una función encomiable las mascarillas.
Impecables sonaron asimismo “La gran belleza” o “Ahora”, la
última muy de evocar cumbres, no en vano recordaba a “Cerca del cielo” de Nacho
Vegas, el tema que dedicó en su día al montañero Juanito Oiarzabal. Podrán
definirles como “slowcore” o
cualquier otro rimbombante término gafapastil, pero lo cierto es que los
paralelismos con las composiciones añejas del bardo asturiano de vez en cuando
asoman la cabeza, como en “Cristo de los faroles”, la pieza que cierra el
soberbio álbum conjunto ‘Lluvia y truenos’ de The New Raemon & Mc Enroe.
Precisamente de dicho trabajo rescataron “Gracia”, con su leve deje a lo The
Smiths. Lástima que no se animaran del mismo modo con “La carta” o
“Malasombra”.
Siguieron repasando de forma exhaustiva su reciente obra con
“La distancia del lobo”, no sin que antes recordaran que se habla más de “distancia emocional que física”. Y
rebuscaron en el baúl con esa suerte de juego de palabras llamado “Brandon
Marlo” que apareció en el recopilatorio de rarezas ‘Quiero pensar que aún queda
tiempo’. Nadie les podrá achacar que sus repertorios son monolíticos, anda que
no tienen material para rascar.
Otra sorpresa estuvo en “La Palma”, algo que nos hizo
rememorar aquel recital intachable que se marcaron junto a The New Raemon en la
bilbaína sala Santana, probablemente la mejor vez que les hemos visto, una
apabullante coalición de talentos. Lezón nos tomó el pelo al presentar “una balada”, como si su música invitara
a subirse a una mesa o a desenfrenos descomunales, y bordaron “Luz de gas”,
nuestra preferida del último disco que cursó doliente a más no poder. No aptos
si uno anda pensando en tirarse por un puente o colocarse una soga al cuello.
Preludiaron los bises con “Tormentas” y luego Ricardo Lezón
regresó en solitario en plan country para “La cara noroeste”. Y en el final
definitivo no podría faltar “Rugen las flores”, que desató los aplausos en
cuanto sonaron las primeras notas. Una actitud comprensible hasta la médula,
pues resulta complicado abstraerse a ese comienzo tan poético que bordea la
pura literatura de calidad. Imprescindible para los aficionados a cortarse las
venas con la primera época de Nacho Vegas. O a los que les gusta inventarse
nombres, vaya.
Todo un bolazo de altura el que ofrecieron los getxotarras y
que confirma su infalibilidad total en las distancias cortas y en
circunstancias variopintas, sean salas, festivales o palacios de congresos.
Nunca hay que subestimar el poder de una voz con la que se te puede caer hasta
el alma al suelo. Emoción a raudales.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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