Sala Santana 27, Bilbao
Cada lugar tiene su fauna habitual. Un ecosistema conformado por los clásicos que no se pierden ni una cita y que hacen que un simple concierto se convierta en un acto único diferente a todos los demás. Uno puede acudir a otros sitios y la experiencia no se tornará ni de lejos parecida, menos todavía en esta época de restricciones por doquier que ha convertido casi cualquier recital en algo tan emocionante como ir a una biblioteca o asistir a una clase magistral en la que no se admiten preguntas. ¿Dónde ha quedado toda aquella rebeldía o cuestionamiento del sistema que se le presuponía al rock? Pues ya os lo digo yo, en la misma lápida en la que reposaba la esperanza de Larra. Por ahí andará, olvidada entre matojos y sin visos de que a alguien le dé por desenterrarla en un futuro cercano.
Por fortuna, a veces en un espacio coincide una porción de insurgentes capaces de hacer tambalear las órdenes de los de arriba, una multitud crítica y sin miedo que desafía prohibiciones injustas que no se aplican en ámbitos similares. Deberían ser héroes, pero seguramente no les mueve el mínimo ánimo de serlo, sino una idea tan básica como el derecho a disfrutar algo en igualdad de condiciones que otros espectáculos. Que no nos quiten el alimento para el alma o enseñaremos los dientes.
Ese tipo de gente era la que abundaba en el enérgico show que ofrecieron Rat-Zinger en la bilbaína sala Santana 27, un evento que cosechó tal éxito de taquilla que hubo que programar dos sesiones a las 14.30 y 18.30 respectivamente. Nosotros estuvimos en la segunda, en la que se agotaron las entradas en tiempo récord, y con una entrega tal por parte de los músicos que nadie diría que habían dado otro bolo escasas horas antes. Supongo que la carretera que tienen ya a sus espaldas les habrá ayudado en este aspecto.
El manifiesto inicial de “No habrá piedad para nadie” dejaba claro que por lo menos los de encima del escenario se dejarían la piel otra vez en esa ocasión en la que incluso funcionó la famosa “presión” con la mayoría del personal sentado. Y el vocalista Podri no tardó en intentar ahorcarse con el cable del micro en “Patria”. Una de las dudas que había en esa segunda sesión era si las cuerdas vocales del cantante aguantarían la tralla, pero superó la prueba con nota, pues no se notó cansancio en absoluto. Al contrario, solo podemos dar fe de una entrega descomunal.
El repertorio además fue impresionante, temazo tras temazo, sin tiempos muertos ni instantes en los que te apeteciera acercarte hasta la barra, una temeridad bajo pena de perderte momentos claves del concierto. La nihilista “No hay mañana” vino precedida por los elogios de Podri a la multitud: “Os estáis portando mejor que nosotros. ¡Os asesinaré mañana!”. Y lo cierto es que el entusiasmo fue tan descomunal que se trasgredió la ley con alevosía repetidas veces, grupillos de peña levantada daban fe de ello, algo tan complicado de contener como poner puertas al mar.
El doble bombo de Xabi marcaba la pauta como si fuera la campana de alguna gran catedral y los fieles se aprestaban a atender el oficio en “Chivo Loko” o “Soy un Kalashnikov”. Pero todavía quedaban buenos salmos por disparar, caso de “Tú serás nuestro dios” o un aplastante “Ya no quedan días de gloria” que arrasó igual que un huracán. “Somos adictos a muchas cosas, pero sobre todo a tocar”, dijo Podri a modo de confesión ante la congregación. No cabía duda, lo estaban demostrando con creces.
No podía faltar tampoco esa tarde el canto a los desamparados de “Apártate”, esta sí que debería ser una auténtica oración para entonar en cualquier templo. Y las sotanas irrumpieron en “Amén”, desde el público incluso alguien emuló la risa del maligno. Ya lo hemos dicho en otras ocasiones, pero esto de las sillas ha acabado por completo con la espontaneidad en los bolos, por lo que apreciamos más, si cabe, que se consiga mover a la parroquia en tan difíciles circunstancias. Toda una cuadratura del círculo o una encomiable labor digna de los trabajos de Hércules.
Pillaron la autopista al inframundo en “Larga vida al infierno”, con Podri casi amagando con volar con su capa cual Drácula. Y se empezó a desenterrar un colosal polvorín en “9 mm”, con varios comandos de insurgentes desafiando la prohibición de estar sentaditos y algún bucanero enarbolando bengalas como si un asalto pirata fuera a suceder de un momento a otro. Con el entusiasmo en una de sus cotas más elevadas, no extrañó que Podri mandara levantar “las cacharras”, la demostración de fuerza necesaria en tales menesteres.
En ese clima de confrontación contra el autoritarismo se hacía más que imperiosa la proclama de “Toda forma de poder”, el escupitazo al suelo ante tanto acoso y derribo al sector cultural, por lo menos esa noche tuvieron el detalle de no poner un control policial a la salida, como ha sucedido otras veces. Y a esta apisonadora sónica le dio paso “Tu pasajero”, con ese toque siniestro y malsano que la convierte en una pieza tan atractiva. De los grandes aciertos de su repertorio de los últimos tiempos.
El ineludible inconveniente de las sillas mereció la atención de Podri en varias ocasiones, que se quejó diciendo que “es lo que hay”. “Ya les daremos por detrás más adelante”, arengó a las tropas antes de su habitual revisión de “Mi navaja” de Quemando Ruedas. Y se tiñeron de morado también para el reivindicativo “Muerte al violador” de Potrotaino, muy hardcoreta y que pasó en un abrir y cerrar de ojos. La senda estaba preparada para sumergirnos en ese “Narkosanto” de acusado sabor Motörhead y que siempre resuena como un tiro en directo. Ni pausa para respirar.
Otra forma consabida de medir la temperatura en los conciertos de Rat-Zinger se encuentra en “Rock N’ Roll para hijos de perra” y lo mismo podríamos aplicar a su peculiar homenaje a Lemmy en “¿Tenéis Speed?”, precedida de esa mítica pregunta que a estas alturas de la película se torna tan existencial como el “To be or not to be” de Shakespeare. Quedaban más recuerdos, como el que dedicaron al responsable del atraco al tren postal Glasgow-Londres en “Dios salve a Ronnie Biggs” o esa bandera de la “Santa Calavera” capaz de movilizar a las huestes de un plumazo. Solo faltaba la declaración formal de que éramos “Indestructibles” para abandonar el recinto con el ánimo por las nubes y el corazón en la estratosfera.
Que no caiga jamás en saco roto esa frase de que “somos muchos más”, algo que desde luego no tienen en cuenta los que dictan restricciones que abocan a la miseria a una parte considerable de la población. Mientras queden adictos a tocar como los de esa noche hay esperanza al final del túnel. La palabra antisistema ha adquirido mayor relevancia que nunca. Enhorabuena.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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