Sala BBK, Bilbao
Hubo un tiempo en el que para reivindicarse no había que solicitar autorización a nadie. No era necesario siquiera erigirse en portavoz de un colectivo que podría ser tan amplio como la misma música rock. ¿A quién pedían permiso Janis Joplin, Patti Smith o Grace Slick cuando les tocaba subirse a un escenario? Pues a nadie, se entendía aquello como una muestra más de una arrolladora personalidad capaz de romper las barreras ya existentes y a la vez adentrarse en nuevos terrenos a modo de ejemplo para miles de generaciones venideras. Que nadie venga a tratarte como si fueras una disminuida. Ellas estaban muy por encima de eso.
Con un espíritu similar seguro que nació el ciclo Rabba Rabba Girl! para dar visibilidad a la mujer dentro del rock, una iniciativa que no merecía pararse ni en tiempos de pandemia, habida cuenta del oasis cultural en el que se ha convertido la escena musical por muchas ridículas medallitas que se quieran poner los responsables de que en un concierto haya que estar sentado y en una manifestación se pueda estar de pie. Si nos pusiéramos a enumerar las contradicciones de esas arbitrarias normas que no afectan por igual a todos los sectores, a más de uno le explotaría la cabeza.
Había ganas de catar esta nueva temporada del Rabba Rabba Girl!, en la que ya se anunciaban citas tan prometedoras como la de la histórica Ana Curra el próximo 18 de abril o ese anunciado concierto “irrepetible” para el 6 de junio de un espectacular combo compuesto para la ocasión formado por alrededor de 15 músicas de Bizkaia. Planes interesantes para conservar la salud mental frente a olas, repuntes y otras palabras con las que nos llevan bombardeando desde hace ya más de un año.
Asistir a un concierto se ha convertido en un evento bastante fuera de lo común, por lo que no era de extrañar que la mayoría de las sillas de la sala BBK estuvieran ocupadas, al igual que un concurrido segundo piso. El interesante proyecto Arima, comandado por la guitarrista y vocalista Paule Bilbao, abrió la sesión y se convirtió a la postre en lo mejor de la cita. Evocaron el post rock con destellos shoegaze a lo My Bloody Valentine sin renunciar tampoco a acercarse en determinados momentos a The Cure, PJ Harvey e infinidad de grupos que nos molan.
Toda una sorpresa que nos engatusó de inmediato por su tremenda competencia en escena y esas atmósferas oníricas tan conseguidas. Y de grandes referencias internacionales pasaron a nombres más cercanos con su revisión del “Epilogoa” de Anari, que les sentó como anillo al dedo, y eso que no resulta tan sencillo clavar la melancolía y personalidad arrebatadora de la cantautora de Azkoitia, la Patti Smith vasca. Para hacerse fan de inmediato. Ojalá volvamos a coincidir pronto.
Creo que ya habíamos catado a las pamplonicas Melenas alguna vez en Bilborock o en algún festival, y por lo que recordamos, no nos debieron desagradar en absoluto, pues de lo contrario no estaríamos ahí. Aquel día, sin embargo, tenían un hándicap importante al haberles precedido unos teloneros tan buenos, pero tampoco se lo curraron nada mal, pese a que un poco más de comunión con el respetable no hubiera importado. Es lo que tienen las actuales restricciones para espectáculos en vivo, hay que ser realmente un crack para lograr algo de espontaneidad.
Con un pie en el post punk y otro en la psicodelia setentera comenzaron con “Primer tiempo”, ideal para sumergir a los asistentes en una suerte de tripi cósmico. Había también que pillarles el punto a tan tempranas horas, pues en ocasiones pueden resultar un tanto lineales, aunque a poco que se escuchen sus dos discos en estudio se perciben notables diferencias entre ambos trabajos. Una mera cuestión de enfoque.
Lo bueno que tienen estas chicas es que parecen picotear en un abanico muy amplio que puede abarcar desde la ingenuidad naif de Los Fresones Rebeldes a Los Punsetes en sus momentos más “planetarios” y menos mordaces, la mala leche que se gustan Ariadna y compañía no está al alcance de la mayoría. Hemos de reconocer que nos costó sumergirnos en piezas más reposadas del estilo de “29 grados”, con un leve toque vintage a lo The Raveonettes, mientras que “No puedo pensar” entra a la primera como si fuera un agradable chupito de alcohol dulzón. Y también se sube a la cabeza.
El personal, como hemos dicho, tampoco es que se desviviera demasiado, e incluso ellas mencionaron en alguna ocasión “la falta de feedback”, pero tampoco observamos a nadie aburrirse, la peña escuchaba con atención, igual que si se tratara de una auténtica clase magistral. Hubo recuerdo asimismo para algún conocido de Miravalles a pocos minutos del final y cuando acabó “Cartel de neón” no creo que quedasen demasiados insatisfechos en la sala. Por nuestra parte, nos encontramos más o menos lo que esperábamos, unas dulces ensoñaciones de domingo que bien valían para hacer un alto en la locura que llevamos viviendo desde hace un año y rememorar todos aquellos conciertos en los que no eran necesarias las sillas ni las mascarillas. Ese mundo previo al apocalipsis vírico que ya empezamos a echar demasiado en falta.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario