miércoles, 7 de abril de 2021

COBRA: LITURGIA A FUEGO Y OSCURIDAD

 

Sala Santana 27, Bilbao

 

En represivos tiempos en los que se cuestiona más que nunca la producción cultural de los ochenta por parte de ignorantes sin escrúpulos nunca está de más recordar el inmenso legado que nos dejó esa época. Para empezar, uno podría ver una película o escuchar una canción sin preocuparse si se estaba ofendiendo a alguna minoría o colectivo determinado. Ese descaro y rasgo inequívoco de libertad de expresión que apenas se encuentra ya en la actualidad, un comportamiento proscrito por esos fundamentalistas contemporáneos de la moral que tampoco se diferencian tanto de los que nos soltaban la barrila desde los púlpitos.

Si algún grupo ha reivindicado la herencia del celuloide en la era de los cardados y las hombreras esos son Cobra, que desde sus mismos inicios se calificó su estilo como “thriller rock” y cuentan en su repertorio con canciones que apelan a aficionados al séptimo arte, caso de “Miyagi”, en alusión al eterno maestro de la saga ‘Karate Kid’, o ese EP que sacaron dedicado a bandas sonoras. Y eso por no mentar ese rotundo logo del combo que alude a la personalizada pistola de Marion Cobretti.


Con el sector todavía casi en cuarentena y citas con cuentagotas, no es extraño que la mayoría de bolos no tarden en colgar el cartel de entradas agotadas. En este particular caso, hubo que suspender el evento en repetidas ocasiones, primero en marzo del 2020 debido a la pandemia, que coincidió con la gira de presentación del disco ‘Fyre’, y luego por un par de positivos en el seno de la banda. Y por si fuera poco, también andaba amenazando por ahí la junta militar del LABI con restricciones y cierres perimetrales. Realmente cuadrar un bolo en estas inciertas circunstancias se debe acercar a realizar todo un encaje de bolillos.  

Quizás el doom ritual no sea uno de esos géneros que uno disfrutaría a tope en plena tarde, pero hay que reconocer por completo la valía de los vizcaínos Ikarass por su cuidada puesta en escena con su cantante oculto tras una capucha, candelabros dispersados por ahí y la palabra “Cult” presidiendo el fondo. Una liturgia de la oscuridad que desde luego bordaron a nivel instrumental con cadencias hipnóticas, voces que se asemejaban más a invocaciones que a canciones al uso y ritmos tan pesados que a veces podría cortarse la espesura con un cuchillo. Su palo tampoco es que me interese especialmente, pero para los acérrimos tienen que ser un verdadero grupazo en directo. Un atracón de penumbra.

 Ikarass y su atracón de penumbra.

Y apostar por la consolidada coalición de talentos Cobra es asimismo un valor seguro, una inversión sin riesgos de ningún tipo, a tenor de lo que hemos contemplado en otras ocasiones. Qué se puede esperar de un combo en el que milita peña que ha llenado pabellones como el bajista David González (Berri Txarrak) o con una trayectoria tan versátil como Ekain Elorza (Dinero, Morgan) a la batera. Y eso por no mentar el buen hacer de Lete a la voz o la espectacular química que se observa entre ellos en general.

El enérgico pistoletazo de salida de “Firebird” puso a los asistentes en aviso ante la descarga monumental que se avecinaba, del mismo modo en que las nubes negras preludian una tormenta de impresión. Dejándose la piel desde el minuto uno no tuvieron complicado enganchar a la parroquia, máxime cuando su lanzamiento más reciente se presta tanto a la interpretación en las distancias cortas, caso de “Here Lies” o el himno que debería retumbar en estadios “Oroiminduak” con su impagable estribillo. Si estos tipos fueran de Alabama o cualquier otro estado norteamericano, todo el mundo fliparía con ellos. Es lo que tiene ese aldeanismo congénito que nos hace apreciar siempre más lo de fuera que lo de dentro, incluso aunque el nivel de los segundos supere al de los primeros.


Con las interacciones reducidas a la mínima expresión, era complicado constatar las señales de aprobación por parte del respetable, pese a que en las primeras filas la emoción contenida fuera patente y la peña agitando la cabellera proliferara por doquier. La atronadora batería de Ekain ejercía a modo de toque de corneta sumergiéndonos en un colosal torbellino sónico del que no se volvía igual que como se entraba. Una revelación plena, que para algo estábamos en época de recogimiento espiritual.

La vertiginosa velocidad del show apenas nos hizo reparar en la presencia de temas añejos en el repertorio, pero notamos en especial las paradas dedicadas a “Come On Now”, con sus contundentes riffs, o la cinematográfica “Rosebud”, que alude a la enigmática palabra presente en el filme ‘Ciudadano Kane’. Todo un clasicazo en su trayectoria, al igual que “Miyagi”, de un marcado poso grungero a lo Pearl Jam. Imprescindible en sus recitales.


Y no menos importante resulta “Life Is Too Short To Drive Slowly”, otra de las que no puede faltar en sus bolos, con sus punteos al tuétano y hasta colándose alguna referencia al “Voodoo Child” de Jimi Hendrix, el colofón adecuado a una recta final de infarto, aunque no nos aburriéramos en ningún momento. ¿Quién podría dormirse en una montaña rusa con reconocibles picos y remansos de paz que apenas llegan para recobrar el aliento y la emoción?

Fue, en definitiva, una liturgia a fuego y oscuridad a un ritmo incesante que bien valdría para recuperar la fe en tiempos de descreimiento general en lo que respecta a la cultura. Que dicho sea de paso, siempre fue segura, por mucho que desde arriba nos obliguen a acatar estúpidas normas de control social que no se aplican en otros ámbitos. La lumbre no se extinguirá ni aunque la pisoteen durante meses.

 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

 

 

 

 

 

 

 

 

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