Nave 9, Bilbao
Uno empieza a echar la vista atrás y la verdad es que cuesta acordarse de sucesos extraños acaecidos en un concierto. Desde los típicos espontáneos que se convierten en protagonistas durante su minuto de gloria hasta esos intercambios de pareceres que se adoptan en esos recitales de ambiente familiar que eliminan por completo las barreras entre artistas y público. No hablemos ya de esos inesperados problemas de sonido que joden la marrana y tiran por la borda una racha espectacular, como les pasó hace escasas semanas a León Benavente.
Pero lo que aconteció el pasado domingo con Kinki Boys en la Nave 9 debería sin duda figurar en los anales del rock n’ roll, ese tipo de hechos tan insólitos que nunca se esperan y que hasta hace falta pellizcarse varias veces para comprobar que estamos despiertos y no soñando. ¿Cuántas posibilidades existen de que el mástil de una guitarra se rompa en directo? Evidentemente, no puede haber muchas, aunque en esa ocasión ciertos elementos conjuraron a favor de lo contrario. Por lo tanto, conviene tomarse este asunto como si fuera una novela de Agatha Christie o uno de esos relatos policíacos de Edgar Allan Poe.
Ni siquiera el mismísimo Hércules Poirot podría haber imaginado que el bolo de presentación del single “Nada” se acabaría de improvisto a causa del fatal percance que sufrió el guitarrista Mikel. Había una nutrida multitud en el recinto, con algunos músicos entre el respetable, como Luis Vil o Dani Oñate, batería de The Daltonics. Era tal el entusiasmo entre los presentes que aquello se antojaba más una tarde de sábado que una simple jornada de asueto.
Ignorantes del triste sino que les esperaba, Kinki Boys calentaron el percal con la instrumental “Loco por ti” y fueron aumentando la temperatura con “Frentes abiertos” y “Vete”. El primer poso siniestro en el café apareció en “Amor paranormal”, con Marga a la voz, como suele ser habitual en los cortes más oscurillos. “Perdida o muerta” es una de esas infalibles en directo, mientras que “Nada” recupera de nuevo ese sonido de catacumbas heredero de Parálisis Permanente.
La revisión de Eskorbuto “Descanso eterno” les queda tan natural que a estas alturas ya la han hecho suya y resulta complicado pensar que no se trata de una composición propia. Uno de los momentos álgidos de la velada llegó con la colaboración de Luis Vil en “Angustia”, seguramente la pieza más tenebrosa de todo su repertorio y que el invitado de honor engrandeció con una espectacular interpretación. ¡Ojalá se repita!
Según la tónica dominante en sus últimos conciertos, no obviaron la versión de Obligaciones “Redada en Ciudad Sumisión”, que también la pasan por su particular tamiz hasta lograr olvidar que en realidad pertenece a otra gente. Y como “una baladita” se anunció “9,8”, otra canción en la que Marga deja su impronta en el apartado vocal. “Veo gente” debería permanecer a perpetuidad en su repertorio y si consiguen que Txarly Usher se suba de nuevo con ellos a las tablas, todavía mejor.
El título de “Voy a morir” Jordi Vila se lo tomó a coña añadiendo “Tengo una edad que…” y “Mi hermana gemela” volvió a desempolvar su faceta más malrollista. Todo un alegrón nos llevamos al comprobar que habían recuperado para los bolos “Esta noche” de Commando 9mm, parece que nos hicieron caso en la anterior crónica. Y encima se alternaron a la voz Mikel y Jordi con bastante acierto en otro de los instantes cumbre de su show. No es solo que posean buen gusto para elegir las versiones, sino que las engrandecen, no se limitan a copiarlas sin más, intentan darles su punto de vista y lo consiguen con sobresalientes resultados. Este es un ejemplo claro.
Y en un tema tan macarra como “No me amenaces” sucedió el extraño incidente que mencionábamos al principio de la crónica. Mira que hemos estado en conciertos, pero hasta ahora nunca habíamos visto que se partiera el mástil de una guitarra. Tal vez fuera un mero exceso de entusiasmo o una de esas cosas que se contemplan cada año bisiesto, como el cometa Halley o un eclipse solar. La rebelión de los astros conspirando a la contra.
En cualquier caso, a falta de tres canciones para terminar, tuvieron que suspender el concierto, puesto que no había por ahí ninguna otra guitarra para reemplazarla, otro curioso hecho que podríamos pasar a la viejecita de ‘Se ha escrito un crimen’. ¿Cómo es posible que uno vaya a los sitios así a lo bravo sin instrumentos de repuesto? Bueno, lo cierto es que suponemos que nunca se imaginarían que podría acontecer algo así. Es comprensible.
Pues nada, que nos quedamos la mayoría con cara de póker y barruntando alguna explicación posible al respecto. La resolución al misterio de la guitarra menguada llegó de la mano del aficionado Óscar, siempre ojo avizor a los pequeños detalles.
A la guitarra no se la cargó el mayordomo, como en las películas detectivescas, sino que debía de estar encolada, es decir, que ya se había roto con anterioridad. Y cualquiera que haya hecho la mítica prueba de intentar reparar un objeto roto, sabe de sobra que es tarea inútil y que tarde o temprano se volverá a quebrar sin misericordia. Como tantas cosas en la vida.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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