jueves, 14 de octubre de 2021

THE MYSTERY LIGHTS: UN PASO MÁS HACIA LA NORMALIDAD

 

Sala Santana 27, Bilbao

 

Por muchas monsergas que nos cuenten acerca del levantamiento de restricciones, lo cierto es que hasta que no veamos ciertas cosas no tendremos verdadera conciencia de haber recuperado nuestra vida anterior a la pandemia. Por ejemplo, uno de los indicativos más fiables en ese aspecto será cuando los pequeños garitos comiencen a programar eventos como antes. A eso se le sumará inevitablemente coincidir con toda esa gente a la que solo veíamos en los conciertos y que siempre aportaban un halo de familiaridad en cualquier recinto. Incluso un antisocial profundo como un servidor agradece esos pequeños gestos que garantizan que nunca faltará compañía en un bolo.

A los neoyorquinos The Mystery Lights ya les habíamos catado en su primera gira peninsular, allá por 2017, como dejamos constancia en esta crónica, y por aquello de ir recuperando costumbres de antaño, no dudamos en repetir. Desde aquella época han debido de crecer bastante en términos de popularidad, porque quizás había el doble de peña que la vez precedente en el Kafe Antzoki. Y supongo que lo de que les comparen con el coloso Ty Segall o las luminarias The Sonics también habrá influido lo suyo.

 

A nosotros su estilo ruidoso e hipnótico tampoco es que nos epate por completo, aunque entendemos las razones de su atractivo. Uno de ellos debería ser su fidelidad a la ortodoxia del género garajero, pues no buscan inventar la rueda, sino reproducir las convenciones imperantes en su rollo. Como si pillaran un manual del perfecto garage rock y fueran desgranando sus principales características.

En el piso superior de la sala Santana 27 bastó que sonara “I’m So Tired (Of Living In The City)” para que el indiscutible líder Mike Brandon de The Mystery Lights se pusiera a pegar saltos y hasta sorprendiera de vez en cuando con inesperadas incursiones entre el respetable. Que no se pierdan nunca esas costumbres que no entienden de virus ni de Cristo bendito.

 

Había una notable diferencia de edad entre el vocalista y guitarra y el resto de acompañantes, podría decirse incluso que parecían un padre y sus hijos. Lo mismo remitían a nombres fundamentales en su palo como 13th Floor Elevators que a leyendas del calibre de The Velvet Underground. Que tu música suene mítica así de primeras constituye otro de esos rasgos que no les hacen pasar desapercibidos.

El tripi cósmico que montaron se asemejó a una especie de bucle en el que había que estar muy concentrado para no perderse ni un detalle. Se encadenaban unos temas con otros casi sin apenas percibirlo y el único momento en el que se salían un poco fuera de tiesto era cuando el vocalista presentaba composiciones nuevas, un gesto que hizo en repetidas ocasiones, por lo que entendimos que las musas le habían visitado con asiduidad en los últimos tiempos.


Con apenas un par de trabajos editados, la falta de disco para presentar en directo no supuso inconveniente de ningún tipo para esta gente. Cayeron “Too Many Girls” de su debut y juraría que también “Flowers In My Hair, Demons In My Head”, ya hemos hablado de la dificultad inherente para distinguir las canciones. De vez en cuando los dejes orientales desconcertaban y al mismo tiempo nos obligaban a mantener el colocón, por lo que nos situamos en una coordenada ajena al espacio tiempo.

Conseguimos distinguir una celebrada revisión del “Dead Moon Night” de Dead Moon, una pieza que también sonó en el Kafe Antzoki y que se ha trasformado en una de las imprescindibles en sus bolos, por lo que hemos averiguado. Y el apartado ambiental no lo descuidaron con unas luces rojas tenues suplicio para fotógrafos pero acertadas para la atmósfera de ensueño que querían transmitir. Hubo algún momento en el que prescindieron de toda iluminación artificial, por lo  que nos quedamos en penumbra total ante sus sugerentes ritmos.


Aprovecharon la ocasión para felicitar el cumpleaños a su roadie hispano Juancho López, que también toca el bajo en la banda de Kurt Baker, y nos deleitaron con una especie de sintonía circense mientras arreglaban un problema que había con la silla del batería. La consigna “el espectáculo debe continuar” fue repetida como un mantra, lo habitual en este tipo de situaciones inesperadas.

El personal se debió quedar bastante satisfecho, ya que los bises se exigieron a grito pelado y los músicos al regresar intentaron pedir “chupitos”, aunque dicha propuesta cayó en saco roto. Un par de regalos extra valieron para que todo el mundo diera por buena la actuación de esa noche y la verdad es que no estuvo nada mal. ¿Quién tenía un plan mejor para un día festivo?

Nos alegramos profundamente de que bolos así, de los pequeñitos en salas, contribuyan a ir normalizando ese sector cultural tan diezmado y atacado de manera injusta durante la pandemia. Al igual que cuando Armstrong pisó la luna, entendamos aquello no solo como un simple concierto, sino como un paso más hacia la normalidad. Y que nadie nos aparte de ahí.

 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

 

 

 

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