Kafe Antzokia, Bilbao
Si hubo algo que verdaderamente eché de menos durante los años que duró la pandemia fue ver en directo a Kurt Baker. Los que me leen saben de sobra que este artista estadounidense me parece uno de los grandes talentos contemporáneos que se pueden escuchar hoy en día. Parece poseer en su cabeza la fórmula mágica para componer canciones perfectas, con pegada, estribillos memorables y todo aquello que debería poseer el rock n’ roll más glamuroso, por algo le solemos llamar el príncipe del power pop, porque de rey de ese género ya tenemos a Paul Collins.
La debilidad por este oriundo de Portland no se ciñe únicamente al aspecto musical, sino también al sentimental. Voy a confesar algo en exclusiva para los lectores del blog, ahora que no nos oye nadie. Lo cierto es que podría decir incluso que hasta me enamoré en un concierto de Kurt Baker. No de una chica que estaba allí (podría ser, a esos bolos van muchas féminas), sino de una ya fichada de antemano pero que a partir de entonces empezamos a hablar hasta altas horas de la madrugada. Recuerdo que cuando se inició aquel rollo iba flotando entre la emoción de esto último y el bolazo que se había cascado Baker en el Crazy Horse bilbaíno. Y no sabría precisar qué ocasionó el mayor subidón en aquel momento.
Tuvieron que pasar unos cuantos años para que Kurt Baker regresara a la península, con una gira larga que por supuesto pasó por Bilbao, en concreto, por un lugar tan acogedor como el piso superior del Kafe Antzokia. Vendría además acompañado por su propia banda estadounidense, algo que no se producía desde hace una década. Un dato realmente relevante, pues esa formación grabó joyas del calibre del reciente reeditado ‘Brand New Beat’, entre otras cosas.
A pesar de que coincidía con el dichoso fútbol, hubo una concurrencia importante para recibir al músico de Maine, que salió con su actitud habitual de comerse el mundo con “Send Me To Mars”, todo un trallazo para despertar al personal. Sin pausa alguna, encadenó con un clásico en su trayectoria como “Don’t Steal My Heart Away”, otra composición redonda que además demostró que de cualidades vocales no había perdido un ápice.
Por la maldita pandemia nos quedamos sin disfrutar en directo de un discazo como ‘After Party’, pero esa noche lo remediaron rescatando “New Direction” o la maravillosa “I Like Her A Lot”, que probablemente sea de las mejores piezas que ha compuesto en los últimos años. El repaso a su último trabajo en estudio no se quedó ahí, pues también sonó otro potencial himno como “Over You” o la decente “Wandering Eyes”.
El ritmo frenético del comienzo no disminuyó para nada. Se notaba que era la banda con la que Baker había compartido ya varias vivencias, pues había una química tremenda entre ellos, a veces parecía que se comunicaban únicamente con miradas. “¡Qué elegantes!”, dijo una chica, y era verdad, pues su aspecto se asemejaba al de dandis tipo Elvis Costello.
No faltaron tonadillas festivas de la envergadura de “Electric Fire”, en cuyo vídeo Baker se marcaba un fiestón impresionante en la azotea de un edificio. Para dejar claro que sus compañeros no eran meras comparsas, el carismático frontman reservó instantes de protagonismo tanto para el teclista, que se cantó un tema, como para el otro guitarra. Aquí no había jerarquías de ningún tipo, todos eran iguales encima del escenario y trabajaban en conjunto para el máximo bien común, hacer disfrutar a la gente.
El repertorio resultó muy variado, pues picoteó de varias etapas de la trayectoria de Baker, desde los inicios hasta cosas más recientes como “Foolish Stuff”, con su aire The Beatles total, esos “oh yeah” son puro John Lennon, o por lo menos eso le parece a un servidor. Un orfebre de la melodía en pleno esplendor.
Kurt anunció “una canción especial” y cedió de nuevo el testigo de las cuerdas vocales a su escudero guitarrista para “Love Will Lead The Way”. Sorprendieron con una enérgica revisión del “Rock N’ Roll Star” de Oasis que transmitió un buen rollo impresionante. A los hermanos Gallagher nunca les tragué, pero lo cierto es que tampoco había demasiado parecido con la original.
El poso rockero a lo Bob Seger de “Can’t Wait” siguió elevando la temperatura del recinto, pero no dudaron en bajar un poco las revoluciones con “Good” de su último álbum, que funcionó bastante bien en las distancias cortas. “Move Up” era otro corte reciente que probaron justo después, un completo acierto, esperemos que siga en un futuro en el repertorio, ideal para quemar garitos en una noche de farra.
Baker ha vivido un tiempo considerable en la península, por lo que sus conocimientos de castellano le permiten comunicarse con el personal, pero rizó el rizo al intentar traducir al euskera el expresivo título de “Yeah Yeah”. Daba igual, la peña iba a bailotear de la misma manera, aquello era un lenguaje universal.
“Qualified” mantuvo el interés antes de un “Partied Out” que incitaba al desmadre, pero lo que provocó que algunos dieran hasta saltos fue “Don’t Go Falling In Love”, una pieza redonda con las principales marcas de fábrica de la factoría Baker. Soberbia elección para terminar como en una nube.
Los gritos de la concurrencia provocaron que Kurt y compañía no tardaran mucho en regresar con más cortes historia viva de su trayectoria, caso del power pop de manual de “Telephone Operator” de The Leftovers o una revisión tan del rollo de Baker como el celebérrimo “Cruel To Be Kind” de Nick Lowe. Un broche de altura. Ya si hubiera seguido con el “Hanging On The Telephone” de The Nerves habríamos alcanzado el éxtasis.
En suma, fue un repertorio muy diferente al que solía hacer antes de la pandemia, pero era lógico, los acompañantes tampoco tenían nada que ver. Nuestras existencias cambiaron bastante durante ese periodo en el que hubo que recluirse en casa a la fuerza. Baker dijo que incluso trabajó de camarero en su ciudad natal. Un simple pasatiempo, pues al subir a un escenario se sigue desatando su verdadera pasión, ser una estrella de rock de noche. Que vuelva cuanto antes.
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