Sala Crazy Horse, Bilbao
Acudir a un concierto con garantía es siempre motivo de felicidad. De vez en cuando sucede que uno se topa con grupos que son infalibles en directo y para salir disgustado del recinto tiene que ocurrir una hecatombe o algo verdaderamente fuera de lo normal. En circunstancias habituales lo lógico es que la banda se deje hasta la piel y que encima reciba el respaldo de un entregado respetable.
Tal es el caso de los japoneses The Neatbeats, que se han recorrido repetidas veces la península, por lo que no resulta raro que la mayoría les haya visto en alguna que otra ocasión. Un servidor podría contar hasta dos y no dudó en repetir para llegar al trío, pues conocía de sobra la destreza en las distancias cortas de los de Osaka.
Para que los neófitos se hagan una idea, mencionar que son una especie de The Beatles en su etapa de Hamburgo, pero en versión nipona. Van vestidos con impolutos trajes negros, algún tupé por ahí, y encima se van alternando a las voces, pese a que los tonos generalmente procedan del líder Takashi Manabe. Se nota lo que les gusta en cuestión de música y a la hora de reproducirlo en el escenario su fidelidad es impresionante.
Con todos estos mimbres, no era extraño que el bilbaíno Crazy Horse anduviera a reventar un pleno martes, con la mayoría de los habituales de la parroquia rockera y también grupillos de universitarias con ganas de marcha. No era mal plan desde luego acercarse a un garito entre semana y disfrutar de un bolazo de los que seguro que permanecerá en la memoria.
Una parte importante del repertorio de The Neatbeats está conformado por versiones, pero nadie debería pensar que se trata de un espectáculo de segunda ni por asomo. Los tipos efectúan revisiones muy convincentes, como “You Can’t Judge A Book By The Cover” de Bo Diddley o “Yakety Jack” de The Coasters, entre muchas otras. Incluso se animan a cantar piezas en su idioma natal, algo que no provoca ningún parón o disminución del entusiasmo.
Brillaron en especial en el fundamental “Keep A-Knockin’” de Little Richards, todo un himno del rock n’ roll primigenio, y sorprendieron al interpretar “Black Is Black” de Los Bravos. Esto no es lo que uno se esperaría de un grupo procedente del país del sol naciente, pero ya hemos dicho que se toman muy en serio su labor.
A ellos además les encanta que la gente se vuelva loca con ellos. Prueba de ello lo encontramos cuando una chica intentó hacer una foto a uno de los miembros y este al percatarse no solo hizo su mejor pose, sino que levantó los dedos con el signo de la victoria. El fenómeno fan nunca debería estar mal visto.
La primeriza época de The Beatles con Tony Sheridan quedó inmortalizada en “Hamburg Twist” y luego subieron un peldaño más con un corte tan mítico como “Twistin’ the Night Away” de Sam Cooke, que puso al personal a bailotear de lo lindo. Como si fueran directores de orquesta, no dudaron en pedir al respetable que se acercara y alejara, provocando imágenes de película. No fue el único movimiento que solicitaron, pues poco después incitaron a moverse de lado a lado. Si les hubieran dejado, habrían pegado fuego al recinto.
Oficiaron todo seguido, ni un segundo de respiro concedieron, como mucho, paraban para demostrar sus conocimientos lingüísticos. Se cascaron también un medley impresionante de clásicos del rock n’ roll en el que distinguimos “Sweet Little Sixteen” de Chuck Berry o el legendario “Long Tall Sally” de Little Richards, entre muchas otras cosas. Como si fueran una enciclopedia del rock y quisieran ilustrar con ejemplos prácticos a los recién llegados a este estilo.
Dejaron tal subidón en el ambiente que cuando hicieron amago de abandonar el escenario arreciaron los gritos de “beste bat”, creo que ni pudieron bajarse de las tablas. Pero estaba en su naturaleza ser agradecidos, por lo que regresaron para unos efectivos bises que finiquitaron con “What’d I Say” de Ray Charles en formato alargado, con el gentío interaccionando a tope. No se podría pedir más.
Tal vez para otros grupos una hora y diez minutos se torne demasiado escaso, pero con estos nipones dudo que nadie saliera con esa impresión, pues estos tipos sudan pero bien la camiseta, a ver quién aguanta a ese ritmo sin descanso ni charlas inútiles. Impecable precisión japonesa digna de relojes suizos. Para enmarcar.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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