miércoles, 14 de junio de 2017

MOON DUO: SUEÑO NARCÓTICO



Kafe Antzokia, Bilbao

Todo el mundo tiene sus rituales. Esos gestos en apariencia inofensivos que encierran un significado profundo y que únicamente tienen sentido para el que los realiza. Para el resto no dejarán de ser simples chaladuras difíciles de entender, pero cada cual se las apaña como puede para mantener sus demonios a raya. Escuchar una canción antes de salir de casa, oler un libro nada más abrirlo, subir las escaleras de dos en dos y así podríamos seguir hasta el infinito relatando esa suerte de manías que llegan a configurar nuestra posición en el universo. La eterna dualidad entre lo que somos y lo que aspiramos, esa brecha infranqueable.

De algo similar hablan los dos volúmenes de ‘Occult Architecture’, monumental obra de Moon Duo, el grupo paralelo de Rippley Johnson de Wooden Shjips, que evoca un viaje psicodélico de la oscuridad a la luz. O del gélido invierno de Berlín al soleado verano de Portland. Y entre medias existe una amplia gama de matices cromáticos que van desde The Doors o The Velvet Underground hasta marcianadas del calibre de Suicide o Neu!, sin descuidar el catecismo imprescindible de Kraftwerk, la electrónica minimalista o la cold wave contemporánea, tan en boga en la vieja Europa.


Porque de lo que no cabe duda es de que se trata de música para inducir al trance, para abrir las puertas de la percepción, que diría William Blake, o su más inmediato seguidor Aldous Huxley, que tomó mescalina hasta que los conceptos de espacio y tiempo se volvieron irrelevantes y es entonces cuando el cerebro capta en su plenitud una enorme cantidad de sensaciones que la realidad cotidiana cercenaría en otras circunstancias.

Como si hubiera llovido de los cielos la droga del amor MDMA, los allí congregados formaban una impresionante hermandad del cuelgue, un respetable exquisito, cada uno con su paranoia particular, sin molestar al resto, viviendo la locura a su manera, al igual que esa chica morena con flequillo fan de los conciertos raros que agitaba la cabellera y sonreía con satisfacción, quizás poseída por esa irrefrenable necesidad de trascendencia. Alcanzar un plano superior era posible, hermanos.


No se suelen estilar escenografías visuales tan curradas como la de Moon Duo, que operan prácticamente en tinieblas solo interrumpidas por caprichosos haces de luz o machacones flashes que favorecen el hipnotismo. Y las proyecciones de fondo que muestran a menudo formas geométricas contribuyen a crear un ambiente de logia masónica en la que únicamente falta calzarse una toga oscura, una máscara veneciana y formar un círculo en torno al sumo sacerdote sentado en un trono de águila bicéfala.

El viaje hacia la luz comenzó con ese rock psicodélico que podrían haber firmado The Kills llamado “The Death Set”, aunque por supuesto la actitud en escena no tenía nada que ver, con dos siluetas que de puro estatismo a veces parecía que estaban muertas. El guitarrista y vocalista ocasional Rippley Johnson adoptó la misma pose que los otros congregados en la sala, ahí a su rollo, sin la más mínima interacción, y mirando a menudo a su compi y parienta Sanae Yamada, cuya contribución sobresale en “Cold Fear” o en la frenética “Creepin’”, lo más cercano que estuvieron de pisar el acelerador a fondo, pese a que la repetición de estructuras en bucle los acercara más a Sigue Sigue Sputnik.


El olor a marihuana y sustancias estupefacientes podía notarse en el ambiente mientras evocaban a Suicide en una suerte de maraña inmensa en la que no quedaba ni un hueco, hay que decir que en directo tampoco son exactamente un dúo, puesto que cuentan con ayuda de una batería humana que en ocasiones se mutaba electrónica para acrecentar la sensación gélida. Esto era música para ponerse de LSD o cualquier otra mierda, no cabía duda.

Un espectador no familiarizado con estos sonidos lisérgicos podría pensar que en realidad siempre hacen lo mismo, puesto que son capaces de tirarse con un determinado patrón durante varios minutos. En este punto es necesario recordar que la repetición era una de las principales señas de identidad del krautrock, es más, las bases de la mayoría de los temas parecían puro Kraftwerk. Vuelta y vuelta hasta reventar a esquemas que a la fuerza se tornaban conocidos. Hay que pillarles el punto. O mejor que te pasen buena mandanga.


La peña andaba tan narcotizada que si se hubiera desatado un incendio, un apocalipsis zombie o cualquier otro evento inesperado, las bajas habrían sido cuantiosas. La prueba infalible de que nos hallábamos entre descendientes de homínidos y no entre robots o entes muy similares a los seres humanos era que de vez en cuando algunos movían la cabeza o gritaban “uhhh” para mostrar su aprobación. Un influjo que afectaba a algunos casi tanto como la luna llena.

El efecto de sus punteos a lo Pink Floyd con imágenes del firmamento de fondo producían una congoja impresionante, un organismo minúsculo frente a la inmensidad del universo. Hubo aullidos que presagiaron el fin del colocón, que por supuesto se produjo sin ningún amago de despedida, un gesto que debió contrariar a unos cuantos, pues se escuchó por ahí “¿Pero a dónde vais?”


Como si tuvieran echado el piloto automático, los de Portland no tardaron en salir para rescatar una pieza tan abrasiva como inesperada, el “No Fun” de The Stooges, a la que practicaron un peculiar tratamiento psicodélico y ruidoso, pero sin descuidar el ímpetu de la original. La violencia desatada tras el síndrome de abstinencia.

Pues sí, eran unos tipos fríos, aunque ir a un sarao de estos para encontrar calor humano sería toda una insensatez. Moló la ingesta de tripis sonoros y no nos provocó ni náuseas ni síntomas adversos. Al final permanecía la duda por saber si aquello en realidad existió o se trató tal vez de un mero sueño narcótico. Todavía íbamos a tardar unas horas en lograr que se disipara aquella nube.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA









No hay comentarios:

Publicar un comentario