viernes, 1 de septiembre de 2017

BIZNAGA: RABIA CON ELEGANCIA



Kafe Antzokia, Bilbao

Un viejo precepto bíblico decía aquello de “por sus obras los conoceréis” para distinguir a los verdaderos de los falsos profetas, es decir, los que seguían las enseñanzas sagradas y los que no predicaban con el ejemplo y aconsejaban poner la otra mejilla al tiempo que albergaban rencor infinito. Si extrapolamos estas ideas al mundo del rock, nos encontraremos con bandas sin escrúpulos ni principios, mientras que otros forjan su identidad en base a una fidelidad y a una manera concreta de hacer las cosas.

Al segundo grupo pertenecerían los madrileños Biznaga, que en su corta trayectoria ya han perfilado varias líneas maestras o puntos de apoyo fundamentales para subir a su cima particular. Ahí entraría su negativa a hacer bises y así romper la predominante dinámica de falsos clímax o su intención de oficiar bolos fugaces que por lo normal no llegan a la hora, algo que por otra parte debería ser lo normal en ciertos estilos como el punk. Inmediatez y trallazos a la yugular sin apenas espacio ni para respirar, mandamientos principales del espíritu del 77.


Habían visitado la capital vizcaína hace escasos meses en el marco del BBK Live, donde se cascaron uno de los mejores conciertos del festival mientras las masas permanecían aborregadas con la electrónica de Die Antwoord. No podrían haber regresado en una coyuntura más propicia que en plenas fiestas de Bilbao, aunque eso tampoco se notó especialmente en la afluencia de público, pues se creó un peculiar microcosmos ajeno al bullicio del exterior.

No tenían nada que ver con los protagonistas de la velada, pero El Último Vecino engancharon de inmediato por su personalidad apabullante, rollo atormentado a lo The Smiths o The Cure y un punto kitsch tanto en el uso de sintetizadores como en la propia vestimenta de sus componentes que recordaba a La Movida Madrileña. Quizás a veces se pasaban de freaks, en especial su cantante, que salió con pantalón corto de chándal y no tuvo reparo a la hora de hacer amagos de subirse o bajarse los mismos, con sus lamentos a lo Morrissey uno esperaba que lanzaran flores en cualquier momento, pero lo que sí que compartieron con los fieles fueron cervezas. Muy curiosos, me atrevería a decir que no existe en el panorama nacional otro combo como ellos. Los raros heredarán la tierra. 

El Último Vecino, desesperación y costumbrismo freak.
 El legado de Parálisis Permanente lleva desenterrándose con mayor o menor fortuna casi desde mediados de los ochenta hasta nuestros días, pero en realidad hay pocas bandas capaces captar su esencia y actualizar su aporte de manera que no suene a la noche de los tiempos. Los madrileños Biznaga puede decirse que sí que lo han conseguido y a la vez han incorporado influencias que antaño se antojaban antagónicas como el rock castizo de Gabinete Caligari. Y encima sin que aquello apeste a caspa, sino que parezca lo más moderno del mundo, a juzgar por la cantidad de hipsters que pueblan sus conciertos.

Basta que se arranquen con “Cul de Sac” para que uno enseguida evoque las esencias patrias, las cañitas, las tapas y esas cosas que nos distinguen del resto de países muermos europeos. Y en “Las Brigadas Enfadadas” encienden la cerilla y ponen a punto el bidón de gasolina para explotar, bilis desbordante para mandar a cascarla la corrección política que nos invade. Solo quieren ver el mundo arder.


El estribillo de “Fiebre” atronó con la dignidad requerida y fue imposible no acordarse de Edu Benavente, uno casi se lo podría imaginar allí mismo cantando si cerrara los ojos. El aire flamenquito asoma la cabeza en “Mala Sangre”, pero sin que aquello llegue a desbarrar en el gitaneo inmisericorde, con la tralla punk marcando directrices por encima, se aceptan los mestizajes que hagan falta, igual que cuando de pequeños nos obligaban a comer puré para así no notar la repulsiva textura de las verduras.

Sin pausa ni para coger aire fueron enlazando temazo tras temazo, certificando que piezas recientes como “Héroes del No” no se van a poder despegar del repertorio en una larga temporada. Hasta se atrevieron a bromear al decir “Vamos a hacer una versión” y del respetable gritaran “¿De Eskorbuto?” y ellos siguieran la broma respondiendo “No, de Kortatu”. No les vemos homenajeando a otros tan descaradamente, aunque los cuerpos en putrefacción de la siniestrísima “Nigredo” está bien claro de qué fosa común proceden.


Reivindicaron la juventud y la cosa ya se empezó a poner bonita con pogos y cerveza volando, en comparación con ocasiones anteriores, la parroquia anduvo muy tranquila, quizás demasiado, y ya se tornaba preocupante tanta quietud. Ya lo dicen en “Una nueva época del terror”, “al estilo jacobino: No hay belleza en lo tibio” y lo suyo resultó tan desmedido que el vocalista hasta rompió una cuerda de la guitarra. Menos mal que ahí se portaron los teloneros para deshacer el entuerto.

Y en “Máquinas Blandas” nos pudimos dejar la garganta y emocionarnos con su rollo nihilista deudor de la Margen Izquierda hasta que llovieran “balas para todos, balas y más balas”. Después de tantas pústulas, culto a lo personal y demás, la melodía de “Una ciudad cualquiera” podría calificarse incluso de risueña por su leve tono Buzzcocks antes de que finiquitaran con la pieza que abre su último disco “Mediocridad y Confort” y su batera lanzara los palos al suelo presa del agotamiento.

Ya hemos dicho que es inútil desgañitarse, nunca vuelven a salir. Había un telón de fondo que rezaba en letras grandes “Esto no es un simulacro” y a buena fe que nada de eso había en otro de esos bolos fugaces en los que si te descuidas te pierdes medio concierto. Todo un derroche de autenticidad de los que no se suelen estilar. Rabia con elegancia.


TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN



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