miércoles, 4 de octubre de 2017

THE BUTTSHAKERS: ¡NO SEÁIS TÍMIDOS!



Kafe Antzokia, Bilbao

Aquí en el norte somos un poco como gatos de escayola. Debe ser por cierta predisposición natural o porque quizás sea verdad aquello de que el clima húmedo curte lo suyo y nos agarrota las extremidades. En un lugar donde las féminas están en un estado de alerta permanente debido a la proliferación desmedida de babosos, lo de bailar se antoja algo tan ajeno y extraterrestre como la trigonometría o los algoritmos. O como que te saquen una tapa en un bar y no te la cobren. No está en nuestra tradición, ADN o esencias milenarias, según lo quiera denominar cada cual.

Por tanto, conseguir mover a un vasco es una gesta casi tan impresionante como lograr desplazar unos metros la pirámide de Keops, algo comparable a sacar de la piedra la famosa espada Excalibur. El mismo nombre de los franceses The Buttshakers (los agitaculos) ya supone un revulsivo en toda regla y un ataque directo a la quietud o falta de entusiasmo del personal, una invitación a dejar de lado depresiones, estrés y malos rollos con idéntica contundencia a la que lo podría hacer el punk.


No demasiada peña se animó a acercarse al Kafe Antzokia una de esas noches que parecían haber decretado toque de queda por la dictadura del balompié. Pero entre el escaso centenar de personas congregadas, por lo menos había algunos bilbaínos ilustres como Fito Cabrales, su hijo, y también el antaño guitarrista de Platero y Tú Iñaki Antón, ¿será esto el preludio de una reunión? Una notable presencia, puesto que las incursiones entre la parroquia de la afroamericana vocalista Ciara siempre iban dirigidas al mismo sitio, una insistencia que no molestó en absoluto a la estrella superventas patria, que en ocasiones incluso palmeaba con entusiasmo.

Fieles a la recurrente escenografía soul, con la cantante en el centro del escenario y los demás músicos formando un corro, The Buttshakers no innovaron demasiado en un comienzo con una de esas habituales intros instrumentales que sirven para dar preponderancia a los vientos. El rhythm & blues “Satisfied” valía para ir calentando a la peña, pero “Soul Kitchen” fue el percutor necesario para que en la sala subiera la temperatura, con su carismática frontwoman agitándose y desgañitándose como si le fuera la vida en ello. Actitud tampoco le faltaba, muy chula la chica, con sus tatuajes y su piercing en la nariz.


En este tipo de combos, lo suyo es que exista cierto equilibrio entre la voz y el aspecto instrumental, pero el desbordante ímpetu de la inquieta Ciara relegaba casi a la irrelevancia al resto de los componentes, algo que se palpaba por ejemplo en “I Wanna Know”. El ansia por el movimiento estaba ahí, no había desaparecido, y después de enseñar a la concurrencia pasos de baile, la vocalista no dudó en bajarse del escenario para comprobar si se habían seguido sus enseñanzas. Y ahí se fue disparada hacia la zona de Fito en busca de su primer alumno, aunque la mayoría se apartaba como si tuviera la peste en cuanto la veían acercarse. A los norteños no les suele gustar ser violentados de una manera tan directa.

Y dado el escandaloso campo de nabos imperante, decidió dedicar “I Wait” a las chicas, que según ella tenían que “esperar” para todo, ejem, si tuviéramos que contabilizar los minutos de espera a las féminas que hemos aguantado a lo largo de la vida, probablemente deberíamos ascender indefectiblemente beatificado hacia las alturas. La nueva incursión de Ciara entre el respetable resultó tan entretenida como efectiva, pues azotó culos y hasta acarició a una señora que la miraba impertérrita. Una grande.


Otro interludio instrumental sobraba por completo, pese a que la estructura fuera más de una banda de rock que de soul u otro género. Pero en los momentos en los que Ciara brillaba con fulgor máximo era en los blues de copa y puro que entonaba como auténtica diosa. El alma africana estaba también presente en su peculiar maremágnum, así que la voceras bajó con percusión de esta tierra para incitar al bailoteo y consiguió que se moviera un señor con camiseta de The Hives.

Uno no se podía distraer ni un instante, porque se te plantaba al lado de improvisto, como de hecho nos sucedió mientras tomábamos notas. Parecía una criatura descontrolada a la búsqueda de seres para danzar y sus palabras “¡No seáis tímidos!” desde luego no tranquilizaban demasiado. En cuanto a desparpajo, a la muchacha no le ganaba nadie, así que no se cortó en lanzar los zapatos al aire igual que haría una borracha cuando se cansa de los tacones. Comodidad ante todo.


Si anteriormente los pies habían sido objeto de estudio, ahora tocaba el turno a la cintura, ignorando que la movilidad o psicomotricidad no goza de demasiados adeptos por aquí. Y ya para rozar el surrealismo, Ciara se arrancó con pasos de pollo antes de dirigirse a uno de los fotógrafos con un “Come to me, baby” (Ven conmigo, cariño) mientras se desgañitaba descalza en una estampa épica o hacía gestos jadeantes. Brutal.

Le pilló tal gustillo a darse garbeos entre las masas que al final casi estaba más tiempo abajo que encima de las tablas, pero el personal le seguía el rollo a lo Wilson Pickett de cantar y repetir, mientas el guitarra se arrancaba con solos de infarto. Quizás no hubiera multitudes, aunque el ruido generado fue suficiente para que regresaran para unos bises en los que reincidieron en el soul con poso rockero de The Bellrays tipo “What You Say (Hey Hey)”, donde Ciara volvió a cargarse las barreras artificiales entre artistas y público. Ahí sobraba el escenario.

Tal vez su mezcla de soul, rock, funk y demás se torne ya un poco recurrente ante la proliferación de bandas de este género, lo que nadie les quita desde luego son las desbordantes ganas de su vocalista y su encomiable empeño en que la parroquia despertara del sopor, empleando si hacía falta tácticas de choque para paliar la timidez. Pero había un problema: éramos vascos.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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