jueves, 5 de abril de 2018

LANGFINGER: UN VÉRTICE MÁGICO


La Nube, Bilbao

¿Cuándo se supone que un grupo deja de ser una promesa para convertirse en una inmediata realidad? ¿Tiene que ver con los años dedicados al asunto o si se trata de unos jovenzuelos conservarán esa categoría a perpetuidad? Eso de que te consideren una revelación puede poseer cierto encanto en un principio, para llamar la atención más que nada, pero llegado a un punto ese término se transforma en una humillante losa si después ya con unos cuantos discos en la mochila todavía sigue siendo lo único a lo que uno es capaz de aspirar.

Los suecos Langfinger llevan adosada desde un tiempo la etiqueta de prometedores en el campo del heavy rock a la vieja usanza, un ámbito quizás demasiado en boga en la actualidad con toda la competencia que ello conlleva. Si además añadimos que también son un trío, eso tampoco ayuda mucho, pues existe tal furor por ese minimalista formato, así como por los dúos, que probablemente pocos vuelvan la cabeza con asombro. 


Pero lo que desde luego sí que constituye un dato curioso es que estos tres muchachos procedan de la ciudad de Göteborg, conocida en especial por ser la cuna del llamado death metal melódico, estilo con el que no tienen absolutamente nada que ver. En ese aspecto tal vez estén más cerca del otro lado del Atlántico y de propuestas como las de Alter Bridge, o Jane’s Addiction, si nos remontamos más lejanamente en el tiempo. Eso sin perder de vista ese sabor añejo que se paladea tras pegar un buen sorbo a su música.

Con una nutrida afluencia en La Nube para ser un martes, Langfinger pillaron posiciones y se pusieron manos a la obra para lo que mejor saben hacer, esto es, rock de ínfulas atemporales con cierto regusto americano. De primeras se notó al trío muy rodado, por algo disponen ya de tres trabajos de estudio editados, al margen de EPs, claro.


Otra de las cosas que llamó la atención de inmediato en un inicio fue la potente voz de Kalle Lilja, con un deje a lo Myles Kennedy, aunque sin llegar a convertirse en una vulgar copia de este. Rememoraron su paso por la península hará un año más o menos al tiempo que llenaban el recinto de electricidad con piezas del calibre de “Caesar’s Blues” o “Fox Confessor”, la última de hecho rememoraba por momentos las tormentas de riffs de Wolfmother, de sus mejores temas.

Quizás se les pueda achacar que vayan un poco a su rollo, pero oigan, qué quieren, los suecos son así. Daba gusto por otra parte verles tocar, tan compenetrados, cada uno cumpliendo su función sin aspavientos y creando un todo que se elevaba por encima del mundo material. Pero también se mostraron terrenales, por ejemplo, cuando contaron que era el cumple de uno de ellos y que tocarían “todos los solos que quisiéramos”. Gracias, pero no nos pirra el onanismo, a tocarse a otra parte.


No disminuyeron el ímpetu con “Say Jupiter” y “Feather Beader”, con ritmos que favorecían los movimientos acompasados de cabeza. Uno de los momentazos de la velada llegó cuando en “Eclectic Boogieland” evocaron a Status Quo, una de las bandas más auténticas del planeta. No dudaron en echar el resto con riffs contagiosos y poniéndose de rodillas mientras punteaban como putas estrellas del rock n’ roll. Rick Parfitt y Francis Rossi estarían la mar de orgullosos.

Y ya tiene mérito en pleno 2018 sacar del armario de la abuela a Jane’s Addiction, a los que parece que rinden homenaje por completo en “Herbs In My Garden” por su estructura y esa variedad de géneros que va desde el funk al rock alternativo. Todo muy bien enlazado, no puede decirse que no se lo curraron en directo.


Como suele suceder cuando uno lo está disfrutando, apenas sin darse cuenta llegaron los bises, en los que agradecieron al promotor Karlos Peligro, que correspondió el detalle con katxis para la banda, la verdadera hospitalidad bilbaína. Y si a lo largo de su repertorio se habían detenido en varios estilos, para despedirse optaron por ese rock sureño tan espeso como emocionante en determinados detalles, caso de esos solos que comienzan tranquilos antes de pillar brío y acabar convertidos en torrentes imparables de pura electricidad.

Como el de “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd, en definitiva.
Pues mereció la pena comprobar en las distancias cortas ese vértice mágico que conforman Kalle, Jesper y Victor, tres personajes en apariencia antagónicos que supeditan sus habilidades a un poder superior que lo transforma todo. Un sombrero de tres picos para calzarse en diferentes circunstancias, tantas como los palos a los que se aproximan. Ropajes diversos en función de la ocasión.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
  


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