lunes, 4 de junio de 2018

WILLIS DRUMMOND + BIZNAGA+ LOS COSMÉTICOS: AL ESTILO JACOBINO


MAZ Basauri, Social Antzokia (Basauri)

Hay grupos que por mucho que uno los haya visto no cansan lo más mínimo. En ocasiones no tiene nada que ver con un estilo de música concreto, sino con una concepción determinada del espectáculo. Un derroche de adrenalina en el que no caben ni discursitos de estrellitas ni esas masturbaciones ombliguistas que constituyen un verdadero cáncer en directo. Menos todavía se contempla gañanismo instaurado y aceptado sin rechistar como dar palmas o repetir lo que diga el cantante, costumbres asociadas ya a la noche de los tiempos y que deberían desaparecer cuanto antes al igual que otras instituciones obsoletas del Estado.

Ninguna de las tres bandas que protagonizaban otra prometedora velada enmarcada dentro del festival MAZ Basauri podrían encuadrarse en esquemas tan caducos como los descritos anteriormente. Al contrario, actuaciones que ponían de valor la inmediatez era lo que allí se estilaba, como si entre los oficiantes existiera una suerte de conexión cósmica, un mínimo común denominador compartido por todo aquel que tuviera las puras agallas por bandera.


A pesar del escaso personal congregado, ya se sabe que unos escasos kilómetros de la capital vizcaína pueden tornarse una distancia insalvable para los más comodones, los bilbaínos Los Cosméticos calentaron de primeras con su rock alternativo enérgico de regusto noctívago a lo Lagartija Nick y con un batería inconmensurable que daba gloria verlo y desataba aullidos por doquier. Repasaron su última referencia de este mismo año ‘Puro Plástico’ con “Bipolar” o “Úsame” y reivindicaron tanto el guitarreo contundente como la crudeza sónica. Nos chivaron que el día anterior habían dado un bolazo de escándalo en El Tubo de Barakaldo y lo de esa noche no le fue a la zaga ni mucho menos. Enormes. Su competencia en las distancias cortas sigue siendo apabullante.

Los Cosméticos evocando a Lagartija Nick.
 Pero si había algún motivo por el que habíamos acudido hasta allí era para otra exhibición de rabia de Biznaga, cuyo evangelio consistente en conciertos rápidos y sin mácula que apenas superan la media hora no da síntoma alguno de agotamiento. Ya nos dejamos la garganta desde “Cul de Sac”, pistoletazo de salida que mete de inmediato en situación por su fusión entre el siniestrismo de Parálisis Permanente y el toque castizo de Gabinete Caligari, sus dos principales señas de identidad, pese a que en su último lanzamiento hayan apostado casi sin fisuras por su vertiente más punk.

“A tumba abierta” se antoja otro trallazo para levantarse del sitio y “Jóvenes ocultos” mantiene el acelerador a tope de revoluciones con la batería de Milky convirtiéndose en protagonista por su atronadora pegada. “¡Qué sitio tan bonito para música tan fea!”, reconoce el vocalista previamente a que el festín continúe a todo pistón con “Fiebre” y recuperen las esencias patrias en “Mala sangre”.

Biznaga y su otro sentido del espectáculo.
Una de las peculiaridades de la cita es que contaron con la participación del “becario” David Iñurrieta de Terrier a las seis cuerdas, aunque ese pequeño cambio no supuso merma alguna en cuanto a velocidad o empaque en escena. Los temas se sucedían unos con otros y caían como impepinables mazazos, caso de la oda a los cuerpos en putrefacción de “Nigredo” o la pulsión incendiaria de “Héroes del no”. Material inflamable al mínimo contacto en circunstancias normales.

Un aspecto que sí que restó efectividad a la descarga de los madrileños, aparte de la escasa afluencia de personal, fue la excesiva separación entre público y artistas. La tremenda distancia parecía insalvable en determinados momentos y hasta los propios miembros de la banda lo subrayaron en ocasiones con sorna como cuando dijeron: “Qué silencio, parece que estamos en Japón”. Lo cierto es que sí había cierta bulla, pero claro, se escuchaba allá en lontananza.


“Una nueva época del terror” sirvió de aclaratorio de cómo les gusta hacer las cosas y “Máquinas blandas” se erigió una vez más como un auténtico himno en las distancias cortas, a pesar de todas las veces que ya la hemos escuchado. Y “Una ciudad cualquiera” estuvo dedicada por supuesto a Basauri antes de que “Mediocridad y Confort” finiquitara según la tradición un recital que fue un visto y no visto.

Los veteranos ya sabíamos que era inútil desgañitarse, pues nunca incluyen bises, pero algunos confiaron en que sucediera lo contrario. Pese a que sus bolos se nos antojen siempre cortísimos, esta costumbre no deja de ser otra muestra de autenticidad en unos tiempos en los que se lleva aburrir hasta a las ovejas y nunca quedarse insatisfecho o con ganas. Pero hay que madurar y aceptar otro tipo de visiones antagónicas a las de los que nos piden dar palmas o hacer el chorra. Otro sentido del espectáculo.

Willis Drummond echando agallas al asunto.
 Pensábamos que después de aquello lo de Willis Drummond sería poco menos que juegos florales, pero los tipos le echaron unas ganas de flipar y demostraron que pueden defenderse sin problemas aunque no esté con ellos el coloso Joseba B. Lenoir a la guitarra. Cierto es que sus piezas lentas quizás se tornaron demasiado densas, pero no tardaban en recuperar el ritmo acercándose al borde del escenario y espoleando a los fieles. Y para no romper otra de las tradiciones de la noche, sobresalió su batería por su inequívoca contundencia, que además estuvo realzada por un llamativo sonido envolvente que te metía de inmediato en el rollo. Normal que tengan tantos fans por la zona.

Una sesión al estilo jacobino, sin “belleza en lo tibio”, como dirían Biznaga. Tres puntas de lanza dispuestas a dar en el blanco, provocar la combustión espontánea y que la deflagración se sienta durante varios días o semanas incluso. Bombas de relojería para sembrar el terror entre biempensantes.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


   



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