lunes, 9 de julio de 2018

THE LIZA COLBY SOUND: UNA FÉMINA INCANDESCENTE

Nave 9, Bilbao

El mero hecho de subirse a un escenario siempre debería considerarse algo fuera de lo normal, un suceso que debería revestirse de cierta elegancia y descaro que nos despegue por lo menos unos milímetros de la encorsetada rutina de cada día. Es una oportunidad única para desafiar el orden establecido, revertir roles que la pacata sociedad da por supuestos y olvidar por unos momentos todas esas estúpidas normas que tratan de imponernos las monjas y los curillas contemporáneos que hoy en día adoptan formas mucho más molonas.

Ese espíritu transgresor del glam punk pervive por los poros de The Liza Colby Sound, un puñado de reputados músicos capitaneados por una vocalista que es pura dinamita y que bebe tanto de Tina Turner o Iggy Pop como de divas más actuales como Nikki Hill o Lisa Kekaula de The Bellrays. Que su actitud a las tablas es algo que no deja indiferente queda claro desde los primeros segundos, aunque ella misma ya se encarga de recalcar que su intención es “golpear a los hijos de puta en la cara con rock n’ roll”. Casi nada, una proclama que haría a cualquiera darse golpes en el pecho cual gorila gigante.


Dentro de la tradicional sequía de conciertos en salas en época veraniega, algunos cruzados todavía se atreven a programar cosas y sorprender a los melómanos con propuestas tan interesantes como la de estos neoyorquinos que demostraron que en las distancias cortas podrían dar sopas con honda a unos cuantos veteranos, no en vano competencia en este asunto no les debería faltar con una gira española de casi veinte fechas. Esto sí que es fundir la carretera. 

A pesar de que al principio tampoco hubiera grandes multitudes, poco a poco fue llegando personal hasta alcanzar una afluencia bastante respetable dada la época del año. Probablemente muchos intuyeron el carácter especial de la velada y decidieron acudir con ese orgullo sibarita de los que luego se enorgullecen de haber estado allí en el inicio del despegue de una banda prometedora. Los primeros pasos hacia la gloria.


Porque si de algo pueden presumir The Liza Colby Sound es de conseguir epatar tras los primeros acordes con una vocalista que se come las tablas y a la que se hace imposible no seguir con la mirada desde que comienza sus contoneos inspirados en el burlesque o cabaret. Puro descaro, una combustión a fuego lento hasta acabar literalmente en paños menores, como hacían las divas de garito de antaño, sin perder esa inequívoca clase que debería acompañar a casi todos los aspectos de la vida.

Pero aquello no se trataba solo de carnaza o disfrute visual, puesto que teníamos por ahí músicos con dilatada experiencia que incluían colaboraciones con Ozzy Osbourne, Edgar Winter o Joey Ramone, aparte de algunos pinitos también en bandas sonoras para el cine o la televisión. No se habían caído de un guindo, no, y ejercían el colchón perfecto o contrapunto al salvajismo escénico de su vocalista, cuyos movimientos rotundos de cadera se precipitaban sobre nosotros como una descarga de AK-47. Nadie saldría vivo de allí.


Con el denominador común del blues rock eléctrico y crudo, lo cierto es que pocos palos añejos dejaron sin tocar, aunque despejaron dudas al admitir que ellos tocaban “rock n’ roll”, la madre de todos los géneros. Muy de viaje sideral se antojaba su rollo y de hecho la asilvestrada cantante no dudó en proponer un periplo con ella. Claro que sí, al fin del mundo, cariño. Y a doscientos por hora. 
 En este sentido, hasta la presentación del grupo moló, pues estuvo trufada de dramatismo y de anécdotas tales como lo que la vocalista consideraba que había que tener siempre en un coche, por ejemplo, drogas o un cuchillo, entre otros objetos variopintos.

La cristalera que rodeaba al recinto dio también cierto juego y casi parecía de videoclip cuando la espectacular frontwoman se acercó hasta el cristal y susurró “I wish it would rain” con mirada anhelante mientras el cielo plomizo amenazaba con soltar agua a raudales de un momento a otro. El único aspecto negativo que señalaríamos sería precisamente ese, que la atención que provoca la chica es tal que convierte a los demás en algo totalmente secundario, aunque, como hemos dicho, sus habilidades ni de lejos merecerían estar diluidas en el magma visual.


Después de semejante acto de empoderamiento artístico, la petición de bises de la parroquia fue realmente estruendosa, pero tampoco es que hubiera demasiado material para rascar, pues todavía ni siquiera han sacado un larga duración y su discografía se limita a un par de EPs en estudio y otro en directo. A pesar de la escasez de material, no tardaron ni cinco minutos en regresar a escena apelando al canalleo noctívago tras el arrastrado boogie rock de Humble Pie y su “Four Day Creep”. Hay que tenerlos cuadrados para reivindicar en pleno 2018 a aquel olvidado combo comandado por Steve Marriott y fundado por Peter Frampton allá por 1969, casi nada.     

Y con maneras de estrellas totales, la descomunal vocalista terminó la actuación arrodillada levantando el dedo índice como quizás pidiendo el turno de palabra. No era necesario, aquella noche la música había sido más que elocuente, sobraban las explicaciones ante una fémina incandescente que como las cerillas podría prender fuego en cualquier momento. Bastaba un leve roce en el lugar adecuado. Apabullante.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA











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