miércoles, 15 de julio de 2020

MC ENROE: EL PODER DE UNA VOZ


Palacio Euskalduna, Bilbao

En ocasiones existe un rasgo particular que se convierte en el más importante de una persona y logra eclipsar todo lo demás. Es lo que le sucede, por ejemplo, a uno de los protagonistas de la novela de Michael Ondaatje ‘El paciente inglés’, un tipo que únicamente disfruta de la poesía cuando la recitan mujeres y que al final acaba enamorado de una voz. Las cuerdas vocales se transforman en una suerte de instrumento que interpreta una melodía imperceptible al resto de los mortales y que cobra su vital importancia situada en su contexto. “No quería oír nada más”, esas fueron las palabras.

Algo similar nos sucedió una vez que andábamos vagabundeando por el festival BBK Live cuando unos tonos profundos y grandilocuentes nos obligaron a parar en seco y dejar de pensar en cualquier cosa que pululara por la cabeza. Al levantar la vista, nos topamos con los getxotarras Mc Enroe, un combo que conocíamos ya desde hace tiempo pero que hasta entonces, por un motivo u otro, jamás nos habíamos detenido a escuchar con atención. Y aquello fue como una revelación, pues en ese preciso instante percibimos toda la congoja y angustia existencial que expresaban sus letras, enmarcadas de dignidad gracias a la voz rotunda y sincera de Ricardo Lezón. No era desde luego lo que uno esperaría en un marco mayoritariamente juvenil y hedonista con gente más preocupada en subir fotos a redes sociales que en deleitarse en aspectos formales. 


Después de este proceso iniciático hemos vuelto a coincidir con esta formación o con su líder en solitario y siempre hemos salido satisfechos gracias a su contrastado buen hacer sobre las tablas. Por lo tanto, no íbamos a faltar a otra propuesta suya en el contexto de la aberrante nueva normalidad, aunque hubiera que aguantar todo el recital con la mascarilla puesta, un tormento comparable a la cal viva o a la tortura china de la gota de agua. Pero en fin, es lo que toca para ver bolos en estos momentos. Ojalá se extendiera ese excesivo celo también a sectores como el de las aerolíneas o el turismo. Desescalada a la carta según el interés.  

Al margen de polémicas, Mc Enroe oficiaron a un nivel estratosférico ante un respetable compuesto en su mayoría por gente bien y con aparente solvencia económica, el habitual pijerío procedente de la margen derecha. Un respetable muy educado que guardó escrupulosamente la distancia de seguridad y que aplaudió como si se encontrara en el teatro o en los toros. No se esperaba un excesivo desmelene, por lo que aquí la espontaneidad por parte del público apenas existió. Cada uno en su sitio y sin molestar a nadie.


No hacía falta tampoco mucho más para disfrutar de temazos del calibre de “Electricidad” o “Seré Tú”, que abre su último disco con el profético título de ‘La distancia’, aunque según explicó el voceras Ricardo Lezón ni siquiera sospechaban el alcance de la pandemia actual cuando lo registraron. Las ovaciones eran lo único que rompía el silencio imperante en el recinto mientras los getxotarras andaban en faena. Y es que un concierto de este tipo con cacatúas hubiera sido insufrible total. Menos mal que ahí sí que cumplen una función encomiable las mascarillas.

Impecables sonaron asimismo “La gran belleza” o “Ahora”, la última muy de evocar cumbres, no en vano recordaba a “Cerca del cielo” de Nacho Vegas, el tema que dedicó en su día al montañero Juanito Oiarzabal. Podrán definirles como “slowcore” o cualquier otro rimbombante término gafapastil, pero lo cierto es que los paralelismos con las composiciones añejas del bardo asturiano de vez en cuando asoman la cabeza, como en “Cristo de los faroles”, la pieza que cierra el soberbio álbum conjunto ‘Lluvia y truenos’ de The New Raemon & Mc Enroe. Precisamente de dicho trabajo rescataron “Gracia”, con su leve deje a lo The Smiths. Lástima que no se animaran del mismo modo con “La carta” o “Malasombra”.


Siguieron repasando de forma exhaustiva su reciente obra con “La distancia del lobo”, no sin que antes recordaran que se habla más de “distancia emocional que física”. Y rebuscaron en el baúl con esa suerte de juego de palabras llamado “Brandon Marlo” que apareció en el recopilatorio de rarezas ‘Quiero pensar que aún queda tiempo’. Nadie les podrá achacar que sus repertorios son monolíticos, anda que no tienen material para rascar.

Otra sorpresa estuvo en “La Palma”, algo que nos hizo rememorar aquel recital intachable que se marcaron junto a The New Raemon en la bilbaína sala Santana, probablemente la mejor vez que les hemos visto, una apabullante coalición de talentos. Lezón nos tomó el pelo al presentar “una balada”, como si su música invitara a subirse a una mesa o a desenfrenos descomunales, y bordaron “Luz de gas”, nuestra preferida del último disco que cursó doliente a más no poder. No aptos si uno anda pensando en tirarse por un puente o colocarse una soga al cuello.


Preludiaron los bises con “Tormentas” y luego Ricardo Lezón regresó en solitario en plan country para “La cara noroeste”. Y en el final definitivo no podría faltar “Rugen las flores”, que desató los aplausos en cuanto sonaron las primeras notas. Una actitud comprensible hasta la médula, pues resulta complicado abstraerse a ese comienzo tan poético que bordea la pura literatura de calidad. Imprescindible para los aficionados a cortarse las venas con la primera época de Nacho Vegas. O a los que les gusta inventarse nombres, vaya.

Todo un bolazo de altura el que ofrecieron los getxotarras y que confirma su infalibilidad total en las distancias cortas y en circunstancias variopintas, sean salas, festivales o palacios de congresos. Nunca hay que subestimar el poder de una voz con la que se te puede caer hasta el alma al suelo. Emoción a raudales.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




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