Sala Santana 27, Bilbao
A menudo se tiende a olvidar la vital importancia de las salas de cara a la consolidación del tejido cultural de una ciudad. Lejos del espíritu de aquellos eventos que dinamizan la escena durante un periodo concreto de dos o tres días y luego desaparecen hasta el año siguiente, todavía tenemos la suerte de contar con refugios que siguen adelante con una programación determinada, independientemente de si llueve, hay futbol o se celebra cualquier otra cosa en las inmediaciones. Como si tuvieran una misión que cumplir y no pudiera ser abortada bajo ningún concepto.

Tulsa
Solo de esta última manera cabría entender que se montara un bolo a pocos días de que comenzara la temporada de festivales con la cantautora Tulsa, galardonada con el Premio Nacional de las Músicas Actuales 2024, y Ricardo Lezón, líder de Mc Enroe que acostumbra a vivir la música y cantar la vida, como decía en su libro ‘Lento y salvaje’. Pero si en estos meses venideros la tónica dominante iban a ser los eventos multitudinarios, nada mejor que prepararse mentalmente con un recital de esos recogidos, para escuchar de verdad, algo que cada vez se estila menos.
Pensábamos que acudiríamos cuatro gatos a la bilbaína sala Santana 27, conscientes de lo complicadas que resultaban estas fechas en tierra de nadie, pero el piso superior acabó al final congregando a una multitud nada despreciable para los tiempos que corren. Los getxotarras McEnroe han sabido labrarse un grupo de fieles que por supuesto siguen a su alma mater allá donde toque, y en cuanto a su compañera a las tablas, tres cuartos de lo mismo, todavía recordamos su magnífico concierto en el Kafe Antzokia en la presentación del disco ‘Amadora’.
La sencillez que caracteriza a Ricardo Lezón seguramente posibilitó que se encargara de abrir la velada, sin ningún tipo de ego, aunque cualquiera que lea entrevistas o declaraciones suyas se dará cuenta de que su personalidad está alejada por completo de cualquier atisbo de darse la más mínima importancia. Por eso mismo es tan necesaria una propuesta intimista como la suya, surgida desde el corazón y ajena a cualquier tendencia mercantilista. Aquí cobra todo el sentido aquella frase que decía de que nunca ha vivido de la música, pero esta sí que le ha ayudado a vivir.
Recientemente había sacado el EP ‘Canciones mínimas’, por lo que no tardó en sonar “Colonia Roma”, el tema que abría este trabajo, y poco después “Tonino Guerra”, sobre un poeta italiano al que le “robó” un verso. Como ya anunció, también se acordaría de ‘Esperanza’, su álbum en solitario de 2017, así que ahí teníamos “Arena y romero”, una de las mejores piezas de dicho trabajo, realzada por los coros de su hija Jimena en la versión original.
Dijo Ricardo con su consabida humildad que las canciones que más ilusión hacían a la gente eran siempre las viejas, por lo que se decantó por recuperar “Por fin los ciervos”, del primer álbum conjunto junto a The New Raemon, una presencia recurrente en los repertorios las últimas veces que le hemos visto a él o a McEnroe.
Mantener la atención en un bolo acústico debería considerarse toda una proeza en los tiempos actuales, con móviles y tantas distracciones de por medio, pero así fue esta actuación intensa del líder de McEnroe que terminó con la versión de Bob Dylan “Me enamoré de ti”. Piel de gallina, una vez más.
Que el disco ‘Amadora’ ha marcado un antes y después en la carrera de Tulsa no solo lo certificaba su Premio Nacional de las Músicas Actuales, sino también la presencia que se ha ganado en su repertorio esta suerte de disco conceptual. De esta forma, comenzó reivindicando su última obra con “Una parte de mí” o “No quiero hacer historia”, con mención expresa para ese “Joaquín” que para los fieles ya es todo un personaje más asociado a sus shows.
Miren se sentó al piano para una interpretación deslumbrante de “Cuando venga el león pálido”, y ya que regresaba a tierras vascas, cobraba todo el sentido del mundo rescatar “Matxitxako”. Pero la historia de Amadora tampoco podía caer fácilmente en el olvido, por lo que volvió a contar aquella historia de cuando se enamora de su psicólogo que relata en “¿Amor o transferencia?”. Si interpretara las canciones en idéntico orden al del disco, nadie se quejaría.
Echó la vista atrás con esa especie de manifiesto musical llamado “Autorretrato”, que incluía frases tan certeras como “No creo en los festivales ni en los fuegos artificiales”. Y en esa especie de terapia con público no podría faltar “Bilbao”, sobre esa ciudad cambiante que le “expulsaba”, en sus propias palabras.
Clave también en su trayectoria resultaban “Los amantes del puente” o “Centauros”, con un espontáneo que recordó que de pequeño solía escribir en cuadernos de anillas con ese nombre, a lo que respondió la cantautora diciendo que ella le daría otro enfoque.
Y para la recta final reservó el aire solemne de “Santamártir”, “Yo no soy Penélope” y ese “Melocotón” que introdujo con las palabras: “Chica, tampoco te lo pienses tanto, coge el puto melocotón, que son todos más o menos iguales”. Como broche de oro, salieron Miren y Ricardo para interpretar juntos “El bosque”, si no nos equivocamos, una pieza que constataba la espectacular química y complicidad entre los dos grandes protagonistas de la noche.
Que nunca se pierdan este tipo de iniciativas que surgen cuando se presenta la ocasión y apelan directamente al corazón de los melómanos, con independencia de la coyuntura más o menos propicia circundante. Hay muchas cosas que no dependen de las leyes del mercado, esas son sin duda las que merece la pena preservar. Como este necesario oasis antes de los festivales.
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