miércoles, 19 de octubre de 2016

SLIM CESSNA’S AUTO CLUB: EL EVANGELIO INAPELABLE



Kafe Antzokia, Bilbao

Es de sobra conocida aquella frase mítica de que la fe mueve montañas. No hay que minusvalorar el poder de las creencias, esas que incitan a levantarse de la cama y emprender tareas que a priori se consideran poco menos que imposibles. Nunca está de más contar con algún tipo de estímulo, incluso aunque sea un simple cacho de madera.

En torno a la devoción y a la imaginería cristiana pivotan los cowboys crepusculares de Slim Cessna’s Auto Club, emparentados con el gran Reverendo Edwards de Woven Hand, con el que el líder del grupo coincidió en The Denver Gentlemen, una especie de coalición de talentos con el gótico sureño deudor de Faulkner como bandera. Una peculiar mezcolanza en la que lo mismo aparecen referencias al Apocalipsis que violentas historias con el alcohol como protagonista. 


No era la primera venida a tierras vascas de estos apóstoles de Colorado, de hecho, los entendidos han contabilizado hasta cinco visitas previas en escenarios tan antagónicos como la sala Santana 27 o El Balcón de la Lola. En esta ocasión congregaron en el Kafe Antzoki a una nutrida peña de lo más variopinta, desde féminas elegantes con clase que bailaban como locas hasta devotos de la oscuridad como Nando de Carniceros del Norte, ese al que señalaron cuando unos puretas nos preguntaron si los oficiantes de la velada de verdad hacían country. “Es que ahí hay un punki”, dijeron casi como si hubieran visto al mismo Diablo en persona. No solo había esa noche siervos temerosos de Dios.

Abrieron la sesión los guipuzcoanos Ghost Number & His Tipsy Gypsies, émulos en cierta manera de los geniales Dead Bronco locales y con similar carisma escénico, aunque con una mayor amplitud estilística al abarcar jazz de garito humeante, góspel de negritos en campos de algodón y hasta un vals con la dignidad de Leonard Cohen. Armaron un jolgorio tremendo con sus temas swing y su extraordinario cantante desgarró la voz a lo Jim Morrison en “Alone”. Enormes, para seguirles la pista.

Ghost Number & His Tipsy Gypsies, una especie de Dead Bronco con mayor amplitud estilística.
La recurrente dicotomía entre un lado luminoso y uno perverso prevalece para muchos en las eucaristías que montan Slim Cessna’s Auto Club, donde el líder que da nombre al grupo representa el buen rollito y el fantasmal banjista Munly Munly encarna las tinieblas, quizás por su apariencia cadavérica, podría haber resucitado anteayer. Las teorías en torno a ello eran muy diversas si a uno le daba por poner la oreja en conversaciones ajenas.

Pero si la guitarra con el Sagrado Corazón de Lord Dwight Pentacost ya marca posiciones, no menos cierto es que el peculiar dúo de vocalistas explota al máximo su teatrillo arrodillándose el uno frente al otro, simulando una bendición o extendiendo los brazos como si esperaran una crucifixión, ya se sabe, ese tipo de cosas que pasan de vez en cuando. Una liturgia que desde luego no deja indiferente.

La guitarra divina de Lord Dwight Pentacost.
Arrancaron con los salmos de su reciente disco con “Commandment 7” y no tardaron en confraternizar con los fieles en “This Is How We Do Things In The Country”. En su culto la lealtad es absoluta, por lo que una orden de sentarse en el suelo no se cuestiona lo más mínimo, por mucho que la estampa se asemeje más a una reunión parroquial que a un concierto de rock. Y tampoco pareció sorprender demasiado lo de acercarse a la muchedumbre y dar la mano a los asistentes, igual que cuando en la iglesia decíamos aquello de “La paz sea contigo y con tu espíritu”.

Las atmósferas post punk añadían hipnotismo al ambiente, que en realidad era tan cambiante como el clima en Dakota del Norte. Lo mismo las féminas danzaban cual fiesta granjera que la sala se transformaba en un auténtico templo góspel con un mar de palmas en alto y cánticos que se escuchaban con verdadera devoción. Alabado sea el Señor.


Aquello era un espectáculo para no perderse detalle, porque en cualquier momento el cadavérico Munly se te podía caer muerto encima, literalmente, como le sucedió a un espectador de las primeras filas mientras el escuálido vocalista decía “dust to dust”, esto es, el clásico “polvo al polvo” en román paladino. De hecho, esta interacción entre los dos profetas constituía uno de los principales atractivos de su puesta en escena, casi se asemejaba a una coreografía fantasmagórica en la que el tenue banjista a veces se situaba detrás del barbudo Slim y revoloteaba como si fuera un demonio. La versión siniestra de una mosca cojonera.

Y épica hasta el extremo fue la intensa “That Fierce Cow Is Common Sense In A Country Dress”, que contó con brazos levantados, preceptivas genuflexiones y la parroquia entonando las estrofas finales a pleno pulmón. Sobrecogedor. Todo un epílogo para enmarcar con el predicador Munly desgañitándose en cada “Oh my God”. Santificados y beatificados.


Los ritos para cumplir su función espiritual deberían dejar completamente extasiados, por lo que se reclamaron los bises a la orden del mantra “Get a little higher” presente en el anterior salmo. Volvieron los temerosos de Dios en plan congregación total con todos levantados y dando palmas en “Commandment 3” y el personal lo flipó tanto que hasta una chica guapa gritó “¡Wow!”. Eso fue antes de que el grandullón Slim emulara sentado desde los escalones a Sinatra o cualquier crooner con clase.

Aquella noche muchas almas renacieron y admitieron que había sido el mejor concierto de su vida. No era para menos porque su evangelio inapelable no admitía dogmas de fe en las distancias cortas. Era una celebración de lo divino y lo humano, una revelación ante la que encontrar el sentido de la vida. ¿Qué había estado haciendo uno las otras veces anteriores?

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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