Kafe Antzokia, Bilbao
Es de sobra conocida aquella frase mítica de que la fe mueve
montañas. No hay que minusvalorar el poder de las creencias, esas que incitan a
levantarse de la cama y emprender tareas que a priori se consideran poco menos
que imposibles. Nunca está de más contar con algún tipo de estímulo, incluso
aunque sea un simple cacho de madera.
En torno a la devoción y a la imaginería cristiana pivotan
los cowboys crepusculares de Slim Cessna’s Auto Club, emparentados con el gran
Reverendo Edwards de Woven Hand, con el que el líder del grupo coincidió en The
Denver Gentlemen, una especie de coalición de talentos con el gótico sureño
deudor de Faulkner como bandera. Una peculiar mezcolanza en la que lo mismo
aparecen referencias al Apocalipsis que violentas historias con el alcohol como
protagonista.
No era la primera venida a tierras vascas de estos apóstoles
de Colorado, de hecho, los entendidos han contabilizado hasta cinco visitas
previas en escenarios tan antagónicos como la sala Santana 27 o El Balcón de la
Lola. En esta ocasión congregaron en el Kafe Antzoki a una nutrida peña de lo más variopinta, desde
féminas elegantes con clase que bailaban como locas hasta devotos de la
oscuridad como Nando de Carniceros del Norte, ese al que señalaron cuando unos
puretas nos preguntaron si los oficiantes de la velada de verdad hacían
country. “Es que ahí hay un punki”,
dijeron casi como si hubieran visto al mismo Diablo en persona. No solo había
esa noche siervos temerosos de Dios.
Abrieron la sesión los guipuzcoanos Ghost Number & His Tipsy Gypsies, émulos en cierta manera de
los geniales Dead Bronco locales y con similar carisma escénico, aunque con una
mayor amplitud estilística al abarcar jazz de garito humeante, góspel de
negritos en campos de algodón y hasta un vals con la dignidad de Leonard Cohen.
Armaron un jolgorio tremendo con sus temas swing y su extraordinario cantante
desgarró la voz a lo Jim Morrison en “Alone”. Enormes, para seguirles la pista.
Ghost Number & His Tipsy Gypsies, una especie de Dead Bronco con mayor amplitud estilística. |
La recurrente dicotomía entre un lado luminoso y uno
perverso prevalece para muchos en las eucaristías que montan Slim Cessna’s Auto Club, donde el líder
que da nombre al grupo representa el buen rollito y el fantasmal banjista Munly
Munly encarna las tinieblas, quizás por su apariencia cadavérica, podría haber
resucitado anteayer. Las teorías en torno a ello eran muy diversas si a uno le
daba por poner la oreja en conversaciones ajenas.
Pero si la guitarra con el Sagrado Corazón de Lord Dwight
Pentacost ya marca posiciones, no menos cierto es que el peculiar dúo de
vocalistas explota al máximo su teatrillo arrodillándose el uno frente al otro,
simulando una bendición o extendiendo los brazos como si esperaran una
crucifixión, ya se sabe, ese tipo de cosas que pasan de vez en cuando. Una
liturgia que desde luego no deja indiferente.
La guitarra divina de Lord Dwight Pentacost. |
Arrancaron con los salmos de su reciente disco con
“Commandment 7” y no tardaron en confraternizar con los fieles en “This Is How
We Do Things In The Country”. En su culto la lealtad es absoluta, por lo que
una orden de sentarse en el suelo no se cuestiona lo más mínimo, por mucho que
la estampa se asemeje más a una reunión parroquial que a un concierto de rock.
Y tampoco pareció sorprender demasiado lo de acercarse a la muchedumbre y dar
la mano a los asistentes, igual que cuando en la iglesia decíamos aquello de “La paz sea contigo y con tu espíritu”.
Las atmósferas post punk añadían hipnotismo al ambiente, que
en realidad era tan cambiante como el clima en Dakota del Norte. Lo mismo las
féminas danzaban cual fiesta granjera que la sala se transformaba en un
auténtico templo góspel con un mar de palmas en alto y cánticos que se
escuchaban con verdadera devoción. Alabado sea el Señor.
Aquello era un espectáculo para no perderse detalle, porque
en cualquier momento el cadavérico Munly se te podía caer muerto encima,
literalmente, como le sucedió a un espectador de las primeras filas mientras el
escuálido vocalista decía “dust to dust”,
esto es, el clásico “polvo al polvo”
en román paladino. De hecho, esta interacción entre los dos profetas constituía
uno de los principales atractivos de su puesta en escena, casi se asemejaba a
una coreografía fantasmagórica en la que el tenue banjista a veces se situaba
detrás del barbudo Slim y revoloteaba como si fuera un demonio. La versión
siniestra de una mosca cojonera.
Y épica hasta el extremo fue la intensa “That Fierce Cow Is
Common Sense In A Country Dress”, que contó con brazos levantados, preceptivas
genuflexiones y la parroquia entonando las estrofas finales a pleno pulmón.
Sobrecogedor. Todo un epílogo para enmarcar con el predicador Munly
desgañitándose en cada “Oh my God”.
Santificados y beatificados.
Los ritos para cumplir su función espiritual deberían dejar
completamente extasiados, por lo que se reclamaron los bises a la orden del
mantra “Get a little higher” presente
en el anterior salmo. Volvieron los temerosos de Dios en plan congregación
total con todos levantados y dando palmas en “Commandment 3” y el personal lo
flipó tanto que hasta una chica guapa gritó “¡Wow!”.
Eso fue antes de que el grandullón Slim emulara sentado desde los escalones a Sinatra
o cualquier crooner con clase.
Aquella noche muchas almas renacieron y admitieron que había
sido el mejor concierto de su vida. No era para menos porque su evangelio
inapelable no admitía dogmas de fe en las distancias cortas. Era una
celebración de lo divino y lo humano, una revelación ante la que encontrar el
sentido de la vida. ¿Qué había estado haciendo uno las otras veces anteriores?
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO
VILLAESCUSA
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