jueves, 6 de octubre de 2016

THE STRYPES: EL COMIENZO DE ALGO GRANDE



Kafe Antzokia, Bilbao

Asistir a los inicios de un romance o cualquier tipo de historia épica es una de las experiencias más emocionantes que puede vivir un ser humano. Estar ahí justo en el momento adecuado y luego cuando cambien las tornas, para bien, dárselas de descubridor del fenómeno del siglo y exclamar “¡Yo estuve allí!” con indisimulado orgullo hipster. “Antes de que todos vosotros los mancillarais y arrastrarais por los abismos de la vulgaridad, yo ya los conocía y molaban mucho más”, ese sería el pensamiento recurrente que nos haría elevarnos por encima del resto de mortales.

Si ya en su actuación del festival Azkena del 2014 muchos alucinaron con el potencial de unos púberes que por aquel entonces apenas alcanzaban la mayoría de edad, no era de extrañar que los jovencitos irlandeses The Strypes registraran un lleno absoluto en su parada en la capital vizcaína. Venían además avalados por su participación en el Mad Cool madrileño, donde debieron arrasar, según nos comentaron, al tiempo que nos advertían acerca de su frenético bajista.


Es uno de los grupos del momento, no cabe duda, y eso se reflejó en ciertas manadas de jovenzuelos imposibles de ver en cualquier otro bolo de estilo vetusto. Porque lo que en realidad hacen estos nativos de Cavan poco tiene de novedoso, los principios están claros, esto es, The Yardbirds, los primeros Beatles, Dr. Feelgood, Chuck Berry, Eddie & The Hot Rods y otros que se labraron su destino en humeantes garitos. Sumemos a eso un matiz contemporáneo vía los Artic Monkeys del ‘AM’ y obtendremos un irresistible cóctel a base de rhythm & blues, soul, brit pop y rock n’ roll tradicional.

Con semejantes credenciales, la velada en el Kafe Antzoki se barruntaba histórica y a eso contribuyeron también el dúo guipuzcoano Luma, que aunaban la visceralidad de Iggy Pop & The Stooges, la decadencia de Joy Division o cierto regusto grungero a lo Alice In Chains con la desesperación de Mark Lanegan o el ímpetu escénico de sus paisanos Niña Coyote eta Chico Tornado. Y pese a su limitación numérica, consiguieron llenar los huecos sonoros sin problema, no se echó en falta nada, a la par que convencieron al respetable por sus sólidas composiciones y su sobrado manejo de sus recursos en escena. No tienen nada que envidar a todos los grupos mencionados anteriormente. Para seguirles la pista.

El dúo Luma, otros jóvenes con actitud.
 Ante un respetable muy predispuesto y alguna que otra fémina con pinta de catequista, The Strypes se lanzaron a la yugular con la frenética “Mystery Man” tras el guiño a su terruño del “Dirty Old Town” de The Pogues a modo de intro. Por su energía arrolladora uno pensó que los Beatles en la época de Hamburgo o del Cavern no deberían ser muy diferentes, cuatro muchachos con unas ganas irrefrenables de comerse el mundo que se dejan la piel en el escenario y en el fondo les da igual que en frente de ellos tengan a mil o a ochenta. La alta alcurnia de los curtidos en garitos.

Siguieron en la cresta de la ola con “Get Into It”, el coral comienzo de su último lanzamiento ‘Little Victories’, y mantuvieron el ritmo a toda pastilla, harmónica mediante, en “I Don’t Want To Know” o la adrenalínica “Best Man”. Aquello sonaba cañón, por mucho que el cantante llevara pintas a lo Oasis, y la electricidad se sentía en cada rincón. Bastaba que alguno de los chavales se acercara un poco al respetable para que se produjera la reacción y la muchedumbre explotara en delirio colectivo, salvando las distancias, el mismo espíritu que aquella histórica actuación de los Fab Four en el Shea Stadium en 1965. Tienen entre sus seguidores a gente como Roger Daltrey, Jeff Beck o Dave Grohl, ¿quién dice que no existe una especie de strypemanía hoy en día?


Algo en lo que coinciden la mayoría de los que los han visto en directo es en la actitud de su inquieto bajista que pone ojos de desquiciado total y podría patear en el culo a cualquier banda de hipsters deprimidos. Si no fuera por ese aspecto de formalito de los que nunca ha roto un plato, cualquiera diría que lleva un puestazo descomunal.

Pero uno de los principales atractivos de estos muchachos irlandeses estaría en un potente repertorio en el que se combina sin ninguna estridencia lo añejo con lo moderno, caso de “Three Streets And A Village Green” o “Eighty-Four”, en las que evocan a los Artic Monkeys del ‘AM’, en especial cuando canta su guitarrista, que tampoco sale mal parado en su extraordinario dominio de las seis cuerdas. Brutales esos punteos al tuétano.


Preguntaron si a alguien le gustaba el blues antes de entregarse a un humeante “Smokestack Lightnin’” de Howlin’ Wolf, una de sus indiscutibles influencias, aunque no renunciaron a añadir su matiz contemporáneo al asunto. Su guitarra aquí volvió a puntear como un dios y reprodujeron el viejo truco de tocar alguna nota y reproducir lo mismo con la harmónica. Ante todo clásicos en las formas, no suelen llevar traje por casualidad.

“Queen Of The Half Crown” y “Now She’s Gone” son temazos inapelables destinados a enardecer a las masas, al igual que “Scumbag City Blues”, con el estribillo cantado a capella por la multitud. Y pese a que las hordas de jovenzuelos no parecían muy aficionados a la new wave, muchos celebraron cuando intercalaron un fragmento del “Psycho Killer” de Talking Heads en el rotundo blues electrificado de “Still Gonna Drive You Home”.


Los ánimos estaban por las nubes, pocas veces hemos visto a tantos viejunos haciendo air guitar y cada vez que los chavales se acercaban a la concurrencia provocaban el delirio. “I Need To Be Your Only” reafirmó que durante aquella noche nos pertenecían, aunque desaparecerían a la mañana siguiente. Finiquitaron un bolo que fue como un tiro con un par de bises también a tope de revoluciones como el “Heart Of The City” de Rockpile, en el que hubo hasta coreografías a la manera de los pelis de los Beatles, o un grasiento “Blue Collar Jane” que evocaba las atmósferas de los garitos.

La garra que se gastan en el escenario no es ni medio normal, aunque algunos valoraron más su actuación en el Azkena por su brevedad e inmediatez. Un servidor no se aburrió lo más mínimo, puesto que le acompañaba la sensación de estar asistiendo al comienzo de algo grande, una de esas citas históricas que en el futuro se recordará tanto como aquella mítica frase de la historia del cine: “Louis, creo que este es el principio de una hermosa amistad”.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




No hay comentarios:

Publicar un comentario