Kafe Antzokia, Bilbao
Asistir a los inicios de un romance o cualquier tipo de
historia épica es una de las experiencias más emocionantes que puede vivir un
ser humano. Estar ahí justo en el momento adecuado y luego cuando cambien las
tornas, para bien, dárselas de descubridor del fenómeno del siglo y exclamar “¡Yo estuve allí!” con indisimulado
orgullo hipster. “Antes de que todos vosotros los mancillarais y arrastrarais por los
abismos de la vulgaridad, yo ya los conocía y molaban mucho más”, ese sería
el pensamiento recurrente que nos haría elevarnos por encima del resto de
mortales.
Si ya en su actuación del festival Azkena del 2014 muchos
alucinaron con el potencial de unos púberes que por aquel entonces apenas alcanzaban
la mayoría de edad, no era de extrañar que los jovencitos irlandeses The
Strypes registraran un lleno
absoluto en su parada en la capital vizcaína. Venían además avalados por su
participación en el Mad Cool madrileño, donde debieron arrasar, según nos
comentaron, al tiempo que nos advertían acerca de su frenético bajista.
Es uno de los grupos del momento, no cabe duda, y eso se
reflejó en ciertas manadas de jovenzuelos imposibles de ver en cualquier otro
bolo de estilo vetusto. Porque lo que en realidad hacen estos nativos de Cavan
poco tiene de novedoso, los principios están claros, esto es, The Yardbirds,
los primeros Beatles, Dr. Feelgood, Chuck Berry, Eddie & The Hot Rods y
otros que se labraron su destino en humeantes garitos. Sumemos a eso un matiz
contemporáneo vía los Artic Monkeys del ‘AM’ y obtendremos un irresistible
cóctel a base de rhythm & blues, soul, brit pop y rock n’ roll tradicional.
Con semejantes credenciales, la velada en el Kafe Antzoki se
barruntaba histórica y a eso contribuyeron también el dúo guipuzcoano Luma, que aunaban la visceralidad de
Iggy Pop & The Stooges, la decadencia de Joy Division o cierto regusto
grungero a lo Alice In Chains con la desesperación de Mark Lanegan o el ímpetu
escénico de sus paisanos Niña Coyote eta Chico Tornado. Y pese a su limitación
numérica, consiguieron llenar los huecos sonoros sin problema, no se echó en
falta nada, a la par que convencieron al respetable por sus sólidas
composiciones y su sobrado manejo de sus recursos en escena. No tienen nada que
envidar a todos los grupos mencionados anteriormente. Para seguirles la pista.
El dúo Luma, otros jóvenes con actitud. |
Ante un respetable muy predispuesto y alguna que otra fémina
con pinta de catequista, The Strypes
se lanzaron a la yugular con la frenética “Mystery Man” tras el guiño a su terruño del “Dirty Old Town” de The Pogues a
modo de intro. Por su energía arrolladora uno pensó que los Beatles en la época
de Hamburgo o del Cavern no deberían ser muy diferentes, cuatro muchachos con
unas ganas irrefrenables de comerse el mundo que se dejan la piel en el
escenario y en el fondo les da igual que en frente de ellos tengan a mil o a
ochenta. La alta alcurnia de los curtidos en garitos.
Siguieron en la cresta de la ola con “Get Into It”, el coral
comienzo de su último lanzamiento ‘Little Victories’, y mantuvieron el ritmo a
toda pastilla, harmónica mediante, en “I Don’t Want To Know” o la adrenalínica
“Best Man”. Aquello sonaba cañón, por mucho que el cantante llevara pintas a lo
Oasis, y la electricidad se sentía en cada rincón. Bastaba que alguno de los
chavales se acercara un poco al respetable para que se produjera la reacción y
la muchedumbre explotara en delirio colectivo, salvando las distancias, el
mismo espíritu que aquella histórica actuación de los Fab Four en el Shea Stadium
en 1965. Tienen entre sus seguidores a gente como Roger Daltrey, Jeff Beck o
Dave Grohl, ¿quién dice que no existe una especie de strypemanía hoy en día?
Algo en lo que coinciden la mayoría de los que los han visto
en directo es en la actitud de su inquieto bajista que pone ojos de desquiciado
total y podría patear en el culo a cualquier banda de hipsters deprimidos. Si no fuera por ese aspecto de formalito de
los que nunca ha roto un plato, cualquiera diría que lleva un puestazo
descomunal.
Pero uno de los principales atractivos de estos muchachos
irlandeses estaría en un potente repertorio en el que se combina sin ninguna
estridencia lo añejo con lo moderno, caso de “Three Streets And A Village
Green” o “Eighty-Four”, en las que evocan a los Artic Monkeys del ‘AM’, en
especial cuando canta su guitarrista, que tampoco sale mal parado en su
extraordinario dominio de las seis cuerdas. Brutales esos punteos al tuétano.
Preguntaron si a alguien le gustaba el blues antes de
entregarse a un humeante “Smokestack Lightnin’” de Howlin’ Wolf, una de sus
indiscutibles influencias, aunque no renunciaron a añadir su matiz
contemporáneo al asunto. Su guitarra aquí volvió a puntear como un dios y
reprodujeron el viejo truco de tocar alguna nota y reproducir lo mismo con la harmónica.
Ante todo clásicos en las formas, no suelen llevar traje por casualidad.
“Queen Of The Half Crown” y “Now She’s Gone” son temazos
inapelables destinados a enardecer a las masas, al igual que “Scumbag City
Blues”, con el estribillo cantado a
capella por la multitud. Y pese a que las hordas de jovenzuelos no parecían
muy aficionados a la new wave, muchos celebraron cuando intercalaron un
fragmento del “Psycho Killer” de Talking Heads en el rotundo blues
electrificado de “Still Gonna Drive You Home”.
Los ánimos estaban por las nubes, pocas veces hemos visto a
tantos viejunos haciendo air guitar y
cada vez que los chavales se acercaban a la concurrencia provocaban el delirio.
“I Need To Be Your Only” reafirmó que durante aquella noche nos pertenecían,
aunque desaparecerían a la mañana siguiente. Finiquitaron un bolo que fue como
un tiro con un par de bises también a tope de revoluciones como el “Heart Of
The City” de Rockpile, en el que hubo hasta coreografías a la manera de los pelis
de los Beatles, o un grasiento “Blue Collar Jane” que evocaba las atmósferas de
los garitos.
La garra que se gastan en el escenario no es ni medio normal,
aunque algunos valoraron más su actuación en el Azkena por su brevedad e
inmediatez. Un servidor no se aburrió lo más mínimo, puesto que le acompañaba
la sensación de estar asistiendo al comienzo de algo grande, una de esas citas
históricas que en el futuro se recordará tanto como aquella mítica frase de la
historia del cine: “Louis, creo que este
es el principio de una hermosa amistad”.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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