Teatro Campos, Bilbao
Cuando uno entra a un concierto y se encuentra envuelto en
un patio de butacas, ojo avizor. Es señal inequívoca de que se avecina un
peñazo de proporciones bíblicas, o por lo menos algo muy relajado a lo que hay
que pillar el puntillo y levantarse de la cama con una predisposición especial
para el sosiego. Existen honradas excepciones, por supuesto, aunque la propia
experiencia nos ha demostrado que no se suele dar el caso, toca preparar la
mantita e intentar que los bostezos no se escuchen demasiado.
Íbamos con la idea preconcebida de que el bolo de Mikel
Urdangarin versionando a Leonard Cohen dentro del ya longevo ciclo Izar &
Star sería en la sala Cúpula, como siempre, pero casi nos da algo al descubrir
que aquello sería en el marco solemne de la planta baja, un teatro de esos a la
vieja usanza, con palcos para los que se sientan importantes y asientos hasta
casi el mismo borde del escenario. Una sorpresa que nos dejó un tanto con el
pie cambiado, máxime cuando andábamos apurando el reloj para llegar a tiempo a
la actuación de El Gran Wyoming y Los Insolventes en el Kafe Antzokia.
Hay que reconocer empero la oportunidad del tributo al bardo
canadiense al coincidir la fecha con la publicación de su anunciado último
disco ‘You Want It Darker’. Quizás por ello el recinto registró una buena
entrada con gran parte de las butacas ocupadas por entes inmóviles que a veces
había que cerciorarse si de verdad respiraban. Era sobrecogedor.
Como hemos dicho, aquello no se ajustaba ni de lejos a lo
que esperábamos, esto es, una banda en condiciones para acometer desde las
piezas de folk intimista hasta las composiciones más lúgubres tipo “First We
Take Manhattan” o “The Future”, esas que podrían servir para cerrar incluso una
sesión gótica aperturista. Por algo Sisters of Mercy, uno de los grupos
insignia del movimiento, lleva el nombre de una canción del cantautor y poeta
canadiense.
Acompañado de una sobria formación con piano, bajo y violín,
el ex bertsolari Mikel Urdangarin acometió
una peculiar interpretación del catálogo de Cohen en la que se obviaba casi
todo lo que más nos llama la atención de él, pues sus temas folk en la senda de
Dylan nunca nos sedujeron demasiado. Hemos de reconocer, sin embargo, que el
“Famous Blue Raincoat” alcanzó unas cotas dignas por su voz retumbante, pese a
que en ocasiones se perdía en un excesivo sinfonismo.
Para meterse en el papel, Mikel se caló un sombrero
elegante, que curiosamente a veces se quitaba cuando tocaba alguna pieza del
bardo. Nos chirrió asimismo el inglés de Amorebieta del euskaldun, pese a que
cumplió en el aspecto vocal, aunque su profundidad ni de lejos alcanza a la del
autor de “I’m Your Man”. Las altas expectativas se pueden transformar en una
desventaja total.
Pasaban los minutos y por allí no había ni rastro de “A
Thousand Kisses Deep”, “Alexandra Leaving” o por lo menos la bohemia “Dance Me
To The End of Love”, en su lugar caían temas intimistas tipo “If It Be Your
Will” que encajaban sin duda en la idiosincrasia del teatro y servían para que
el personal siguiera petrificado como si hubiera impactado un rayo ahí dentro.
Lo mismo podría aplicarse a la mesiánica “Who By Fire”, que adquirió un toque
lúgubre por su bajo retumbante.
Había que estar hecho de una pasta especial para aguantar un
recital con tan poco movimiento tanto en el escenario como fuera de él, si nos
dicen que allí se estaba celebrando un debate de investidura, nos lo habríamos
creído igualmente. El himno “So Long, Marianne” nos despertó un poco por su
luminosidad en el estribillo, aunque la pronunciación en la lengua de
Shakespeare nos volviera a chirriar con estrépito.
La cima indiscutible de la velada fue el rotundo himno
“Hallelujah”, un tema tan inmenso que sonaría bien hasta interpretado con
txalaparta, ahí sí que sobresalió la voz potente de ínfulas operísticas de
Mikel, pero se echaron de menos los coros femeninos de la versión original.
Quizás sea ponerse demasiado picajoso, dado el carácter sin sobresaltos de la
sesión sería pedir un imposible.
Con ese grato recuerdo de colofón y el bardo en la memoria
desertamos tras un primer bis que inició con composiciones propias y
posteriormente nos enteramos de que el rapsoda vasco se debió atrever incluso
con el “Take This Waltz”. El respetable resultó tan satisfecho que hasta
regresó por segunda vez, pero la vida no nos da para todo, así que nos quedamos
con las ganas. A la próxima un homenaje más acorde a toda su trayectoria y no
solo a una parte de ella.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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