jueves, 31 de agosto de 2017

VIVA BELGRADO: BELLEZA ARREBATADORA



Kafe Antzokia, Bilbao

Hace tiempo que los héroes dejaron de llevar capa roja y sobrevolar las alturas. La cotidianeidad nos brinda miles de ejemplos de ciudadanos anónimos que realizan verdaderas gestas para sobrevivir, no solo desde el punto de vista económico, como todos aquellos que tienen que sudar tinta para llegar a fin de mes, sino también en el plano sentimental, es decir, levantarse después de una separación o una derrota y recorrer el camino, aunque no se vislumbre ni un atisbo de luz a la lejanía. Las brumas siempre consiguen ponernos nerviosos, pese a que sepamos que en algún momento escamparán.

Retomando esta idea de los cruzados del día a día, los cordobeses en su último disco ‘Ulises’ hablan de corazones rotos, viajes, aeropuertos, referencias a grandes urbes o la misma alusión del título a la popular novela de James Joyce o a ‘La Odisea’ de Homero. Personajes en tránsito hacia otros lugares desconocidos, una realidad que entronca con la propia situación de la banda en los últimos años tras haber girado por Alemania, Polonia, Eslovaquia o Eslovenia. Todo un asalto hacia países de habla no hispana y así demostrar que lo de las barreras idiomáticas es un bulo en pleno siglo XXI.


Ya habían estado anteriormente en la capital vizcaína, pero no en locales de las dimensiones del Kafe Antzokia, así que no tardaron en agradecer a los asistentes por el “salto cualitativo”. La verdad es que era toda una proeza alcanzar además una buena entrada con conciertos gratuitos por doquier en el exterior. Muchos jovenzuelos con gorras y pelos de colores llenaron el recinto y arroparon a un grupo que de emergente ya les queda poco, por mucho que sigan conservando una manera artesanal de hacer las cosas.

Por estar viendo a los andaluces Pájaro, nos perdimos gran parte del bolo de Meido, por lo que tampoco podemos ofrecer una opinión demasiado cualificada al respecto, aunque lo poco que catamos nos dio la impresión de que apostaban de lleno por la experimentación y los ritmos repetitivos cual mantras hipnóticos, todo ello envuelto en un halo ruidista. Ojalá alguien inventara la teletransportación en breve.


La actitud de un combo en el escenario a veces lo dice todo, frente a aquellos encantados de haberse conocido que se mueven a sus anchas como estrellitas totales, a otros como Viva Belgrado no les van los lujos y prefieren recluirse en una esquina, todos en círculo, igual que si estuvieran en un local de ensayo ante cuatro gatos y no delante de cientos de personas. La familiaridad era tal que hasta el cantante ofició por allí descalzo cual hippy, prueba suprema de sencillez y confianza en la gente. O quizás de lo cómodos que se sentían.

Si bien la vertiente post-hardcoreta es la que desata pogos y cierto movimiento, no menos cierto es que los pasajes instrumentales a lo Toundra eran de una belleza apabullante, al igual que esos fragmentos casi recitados cercanos al spoken word, que la multitud se sabía de memoria como si fueran mandamientos divinos. Lo suyo no es un repertorio lineal de principio y fin, sino una travesía con valles y montañas.


“De Carne y Flor” representa esas dicotomías presentes en su sonido, ora agresivo, ora delicado, con sus letras poéticas de dramas post adolescentes en las que se nota la querencia por la literatura de su guitarrista y cantante Cándido Gálvez. Pero no apelan únicamente al intelecto, sino también a los sentimientos primarios al agitarse como poseídos e incluso gritar a viva voz algunos fragmentos. Rabia con conocimiento de causa.

Una de sus cumbres líricas estaría en “Annapurnas”, un cúmulo de emociones desatadas ante las que algunas chicas no pueden evitar lanzar besos. Y no es para menos con una pieza en la que cristaliza como nunca la angustia existencial con post rock de bordear el éter de fondo. Esta vez sí que será para siempre.


Llevan el carácter underground en la sangre, por mucho que cada vez atraigan a más personal. Quizás ese sea uno de los motivos por los que prácticamente dan la espalda al personal, una de esas excentricidades que recordaban a The Jesus & Mary Chain, que en sus inicios también acostumbraban a oficiar mirando a la pared puestos de anfetas y no tocando más de veinte minutos, lo cual no solía sentar demasiado bien, lógicamente.

Lo de los bolos cortos sí que parecía parte de su ADN, pues anunciaron el final al poco más de una hora. Se había hecho aquello escasísimo, aunque en este rollo post-hardcoreta, del mismo modo que en el industrial y en otros estilos, se suele estilar la corta duración. Aguantar a esa tralla más tiempo podría suponer un grave riesgo para la salud.


Esa sería precisamente la única nota negativa del evento, que cuando nos queríamos dar cuenta, ya no había más que rascar. Pero antes el vocalista se desgañitó a viva voz como a punto de ser crucificado, sin ningún micro de intermediario, y envolviendo todo al final en acoples reverberantes para dar ilusión de caos, aunque en realidad cada detalle esté medido al milímetro. Pocas cosas se dejan aquí al azar.

Fue algo efímero, pero de una belleza arrebatadora, de esas de las que cuando cierras los ojos te sigues acordando y al día siguiente sigues dando vueltas una y otra vez a lo mismo. Uno de esos episodios de enajenación mental que el común de los mortales confundiría con enamoramiento. No pasa solo con personas, también con sonidos.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN





    

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