Sala Santana 27,
Bilbao
Allá por mayo del 68 había un lema que hacía tanto furor que
hasta se pintaba en los adoquines de las paredes. En efecto, hablamos del
famoso “Prohibido prohibir” que se
convertiría en consigna fundamental de todos aquellos jóvenes revolucionarios
que por un momento pensaron que podrían cambiar el sistema y mandarlo de un
plumazo a la cloaca de la historia. Pero pasaría la resaca casi tan rápido como
llegó, lo de aniquilar al Estado se tornaría una vieja utopía anarquista y los
llamados socialistas no tardarían en venderse al capital y a las fuerzas vivas
con la misma rapidez con la que uno se cambia de chaqueta. Seguiría el
marxismo, sí, pero el de Groucho Marx, el de si no le gustan mis principios,
tengo otros.
En esa plena efervescencia cultural surgieron Os Mutantes en
1966 en Sao Paulo y apenas un par de años después ya estaban tocando en Francia
en un momento histórico clave de la época contemporánea. Corrieron delante de
la policía como unos tiraos cualquiera, aunque ese tipo de divertimentos
también los podrían practicar en su Brasil natal, que sufría por entonces una
cruenta dictadura militar.
El movimiento “Tropicalia” fue todo un soplo de aire fresco
en medio de un ambiente represivo en el que, sin embargo, imperaba la libertad
más absoluta. El líder Sergio Dias recientemente recordaba así aquellos
tiempos: “La unión, la eterna juventud,
la falta de miedo, el calor de hacer lo que queríamos, incluso bajo las
amenazas que amenazaban nuestras cabezas. Nadie era o quería ser más que nadie,
éramos todos jóvenes felices haciendo música a un nivel altísimo, la
conversación era musical, en un nivel de la clásica al jazz, de la samba al
rock. Todo era posible y valía todo, éramos inmortales y como tales nada nos
impedía nunca ni siquiera pensar en reprimirnos... Éramos guerreros
universales”.
Hacía apenas un par de años de su primera visita a la
capital vizcaína y ya estaban de vuelta estas leyendas tropicalistas, aunque
tampoco pudo decirse que arrastraran tremendas multitudes a la sala. Los
bilbaínos afincados en Madrid Los
Estanques tuvieron la complicada papeleta de calentar el desangelado
ambiente con su psicodelia de voz flotante que no desentonaba para nada en la tónica
de la velada. Salieron con muchas ganas preguntando si éramos “20 o 800” y pidiendo con sorna “un poco de silencio” ante la atmósfera sepulcral que reinaba en la
sala. Pero lo cierto es que se tornaron unos auténticos musicazos con temas del
estilo de “Efeméride” con cierte deje a lo Asfalto y melodías sesenteras antes
de arrancarse con un interludio instrumental de mucho nivel. Cualquiera no vale
para desenvolverse con soltura en su rollo. Para seguirles la pista.
Los Estanques, en plena sintonía con la velada. |
Dadas las gratas sensaciones que nos dejaron Os Mutantes en su anterior visita,
acudimos sin dudarlo a esta nueva oportunidad de contemplar a estas insignes
figuras que forman ya parte de la historia de la música con admiradores tan
reconocidos como Kurt Cobain o David Byrne (Talking Heads). Por su carácter imprevisible
y su ausencia de repertorio fijo, uno puede acudir a sus bolos con la seguridad
absoluta de que no va a volver a ver el mismo espectáculo, que sea mejor o
peor, más o menos inspirado, eso ya dependerá de otros factores.
En aquella ocasión nos sumergieron en su océano psicodélico con
“Time and Space” mientras el líder Sergio Dias permanecía sentado a la par que
punteaba, igual que un monarca magnánimo al que no le hace falta levantar la
voz para dar muestras de su poder. A su vera le acompañaba Esmeria Bulgari a
las voces y una guitarrista muy guapa que también aportaba su toque en los
coros. Su repertorio tiene tanta solera que ya se ha transformado en algo que
está muy por encima de sus miembros.
Hablaron de Trump, “el
justiciero de mierda” y el vetusto vocalista no dudó en acusarle de no
tener “pelotas” y de estar tranquilo “en su casa blanquita”. Todo un
contraste con su anterior incursión en tierras vascas cuando pidió a Obama que
insuflara “amor en nuestros corazones”
antes de su himno “El Justiceiro”, que volvió a revelar la solidez de la banda
actual. Los cambios de tercio son de lo más normal, por lo que no extrañó que
se arrancaran con cadencias tropicales en “Bat Macumba”, y en esa línea muchos
se animaron asimismo con el ritmo de samba de “A Minha Menina”, de hecho,
alguna pareja no habría desentonado en un sambódromo.
Pese a que en un principio el personal anduvo un tanto frio,
poco a poco la cosa se fue calentando y el líder emocionado hasta exclamó: “¡Vamos, Bilbao, dámelo!”. Que las
habilidades de Os Mutantes están fuera de este mundo lo reveló un breve solo de
batería con ínfulas de batucada, previamente a que el sacerdote Sergio se
disculpara por su falta de voz, aunque con unas escuderas de lujo como Esmeria
Bulgari o la guitarrista bella, con una contribución decisiva en el aspecto
vocal, ni siquiera hacía falta más.
“Ando Meio Desligado” era otra que debía sonar aquella noche
y les quedó niquelada en los punteos y con el aporte fundamental de las
coristas, al tiempo que tocaron la estratosfera en una contundente parte final
con poso eléctrico. Parecía mentira que con semejante subidón se retiraran al
de poco más de una hora, pero la petición de bises resultó tan estruendosa que
no tardaron en regresar con “Baby” y la clásico intro pomposa de su piedra
angular “Panis Et Circenses”, que desató un sonoro aplauso.
Una ceremonia en la que hasta extendieron los brazos casi
como si pudieran inocular energía cósmica en los presentes antes de despedirse
en su vaporoso humo tropical. Quizás la anterior vez nos epataran más, aunque
no fue un bolo flojo ni mucho menos. Con estos brasileños suceden estas cosas,
pues lo suyo tiene mucho de sueño e irrealidad, una anarquía musical en la que
sigue más presente que nunca aquel lema de mayo del 68. Prohibido prohibir.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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