MAZ Basauri, Social
Antzokia (Basauri)
Hay grupos que por mucho que uno los haya visto no cansan lo
más mínimo. En ocasiones no tiene nada que ver con un estilo de música
concreto, sino con una concepción determinada del espectáculo. Un derroche de
adrenalina en el que no caben ni discursitos de estrellitas ni esas
masturbaciones ombliguistas que constituyen un verdadero cáncer en directo.
Menos todavía se contempla gañanismo instaurado y aceptado sin rechistar como
dar palmas o repetir lo que diga el cantante, costumbres asociadas ya a la
noche de los tiempos y que deberían desaparecer cuanto antes al igual que otras
instituciones obsoletas del Estado.
Ninguna de las tres bandas que protagonizaban otra
prometedora velada enmarcada dentro del festival MAZ Basauri podrían
encuadrarse en esquemas tan caducos como los descritos anteriormente. Al
contrario, actuaciones que ponían de valor la inmediatez era lo que allí se
estilaba, como si entre los oficiantes existiera una suerte de conexión
cósmica, un mínimo común denominador compartido por todo aquel que tuviera las
puras agallas por bandera.
A pesar del escaso personal congregado, ya se sabe que unos
escasos kilómetros de la capital vizcaína pueden tornarse una distancia
insalvable para los más comodones, los bilbaínos Los Cosméticos calentaron de primeras con su rock alternativo
enérgico de regusto noctívago a lo Lagartija Nick y con un batería
inconmensurable que daba gloria verlo y desataba aullidos por doquier.
Repasaron su última referencia de este mismo año ‘Puro Plástico’ con “Bipolar”
o “Úsame” y reivindicaron tanto el guitarreo contundente como la crudeza
sónica. Nos chivaron que el día anterior habían dado un bolazo de escándalo en
El Tubo de Barakaldo y lo de esa noche no le fue a la zaga ni mucho menos.
Enormes. Su competencia en las distancias cortas sigue siendo apabullante.
Los Cosméticos evocando a Lagartija Nick. |
Pero si había algún motivo por el que habíamos acudido hasta
allí era para otra exhibición de rabia de Biznaga,
cuyo evangelio consistente en conciertos rápidos y sin mácula que apenas
superan la media hora no da síntoma alguno de agotamiento. Ya nos dejamos la
garganta desde “Cul de Sac”, pistoletazo de salida que mete de inmediato en
situación por su fusión entre el siniestrismo de Parálisis Permanente y el
toque castizo de Gabinete Caligari, sus dos principales señas de identidad,
pese a que en su último lanzamiento hayan apostado casi sin fisuras por su
vertiente más punk.
“A tumba abierta” se antoja otro trallazo para levantarse
del sitio y “Jóvenes ocultos” mantiene el acelerador a tope de revoluciones con
la batería de Milky convirtiéndose en protagonista por su atronadora pegada. “¡Qué sitio tan bonito para música tan fea!”,
reconoce el vocalista previamente a que el festín continúe a todo pistón con
“Fiebre” y recuperen las esencias patrias en “Mala sangre”.
Biznaga y su otro sentido del espectáculo. |
Una de las peculiaridades de la cita es que contaron con la
participación del “becario” David
Iñurrieta de Terrier a las seis cuerdas, aunque ese pequeño cambio no supuso
merma alguna en cuanto a velocidad o empaque en escena. Los temas se sucedían
unos con otros y caían como impepinables mazazos, caso de la oda a los cuerpos
en putrefacción de “Nigredo” o la pulsión incendiaria de “Héroes del no”. Material
inflamable al mínimo contacto en circunstancias normales.
Un aspecto que sí que restó efectividad a la descarga de los
madrileños, aparte de la escasa afluencia de personal, fue la excesiva
separación entre público y artistas. La tremenda distancia parecía insalvable
en determinados momentos y hasta los propios miembros de la banda lo subrayaron
en ocasiones con sorna como cuando dijeron: “Qué
silencio, parece que estamos en Japón”. Lo cierto es que sí había cierta
bulla, pero claro, se escuchaba allá en lontananza.
“Una nueva época del terror” sirvió de aclaratorio de cómo
les gusta hacer las cosas y “Máquinas blandas” se erigió una vez más como un
auténtico himno en las distancias cortas, a pesar de todas las veces que ya la
hemos escuchado. Y “Una ciudad cualquiera” estuvo dedicada por supuesto a
Basauri antes de que “Mediocridad y Confort” finiquitara según la tradición un
recital que fue un visto y no visto.
Los veteranos ya sabíamos que era inútil desgañitarse, pues
nunca incluyen bises, pero algunos confiaron en que sucediera lo contrario.
Pese a que sus bolos se nos antojen siempre cortísimos, esta costumbre no deja
de ser otra muestra de autenticidad en unos tiempos en los que se lleva aburrir
hasta a las ovejas y nunca quedarse insatisfecho o con ganas. Pero hay que
madurar y aceptar otro tipo de visiones antagónicas a las de los que nos piden
dar palmas o hacer el chorra. Otro sentido del espectáculo.
Willis Drummond echando agallas al asunto. |
Pensábamos que después de aquello lo de Willis Drummond sería poco menos que juegos florales, pero los
tipos le echaron unas ganas de flipar y demostraron que pueden defenderse sin
problemas aunque no esté con ellos el coloso Joseba B. Lenoir a la guitarra.
Cierto es que sus piezas lentas quizás se tornaron demasiado densas, pero no
tardaban en recuperar el ritmo acercándose al borde del escenario y espoleando
a los fieles. Y para no romper otra de las tradiciones de la noche, sobresalió
su batería por su inequívoca contundencia, que además estuvo realzada por un
llamativo sonido envolvente que te metía de inmediato en el rollo. Normal que
tengan tantos fans por la zona.
Una sesión al estilo jacobino, sin “belleza en lo tibio”, como dirían Biznaga. Tres puntas de lanza
dispuestas a dar en el blanco, provocar la combustión espontánea y que la
deflagración se sienta durante varios días o semanas incluso. Bombas de
relojería para sembrar el terror entre biempensantes.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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