Sala Siroco, Madrid
Crear atmósferas no es tan sencillo como parece. No se trata
de algo al alcance de cualquiera. Requiere innegables dosis de talento y la
apertura mental necesaria para trasladar una intima visión interior al alcance
del gran público. Recorrer esa línea delgada y sinuosa que va del yo al
nosotros para que así los demás participen también del éxtasis colectivo. Una
comunidad unida en torno a un sumo sacerdote. O a dos. Una vertiente más de
exhibicionismo sentimental que no requiere de la obscenidad de las redes
sociales.
Mucho de espectáculo tendría sin duda el encuentro entre
Tomás Nochteff y Carmen Burguess, dos argentinos expatriados en Europa y
residentes en Berlín que englobaron bajo el nombre de Mueran Humanos todas sus
creaciones artísticas que incluían fanzines, collages o vídeos, aunque hoy en
día el aspecto musical centre la mayoría de sus esfuerzos. Algo que en realidad
posee una tradición constatada en el campo industrial o experimental con bandas
que eran más bien colectivos como Throbbing Gristle, Einstürzende Neubauten o
Aviador Dro en nuestro país. El do it
yourself del punk bajo otra perspectiva.
La vinculación de este dúo de bohemios con la península
viene de largo, puesto que antes vivían en “la
indiferente” Barcelona, como la llaman en la biografía que hay en su web, y
han expuesto asimismo en galerías de la piel del toro. Sus visitas no puede
decirse que hayan escaseado desde que se mudaran a Alemania, un servidor puede
contar ya la tercera vez que ha coincidido con ellos en los más diversos
contextos, desde una presentación del festival BIME a un concierto en pleno San
Francisco, el barrio chino bilbaíno. Todo un puntazo.
Ante una audiencia eminentemente moderna en la que destacaba
un icono patrio de la envergadura de Su Siniestrísima Ana Curra, en la
madrileña sala Siroco abrió la velada Auto
Sacramental, curioso proyecto de tecno pop ochentero con ecos de Aviador
Dro que lo mismo hablaba de El Escorial o Carlos Saura que de la “radiación electromagnética” o del “peligro de la derecha”. Podrá afirmarse
que este estilo a estas alturas está ya más visto que el tebeo y que apenas ha
variado sus esquemas desde la época de los cardados y las hombreras, pero
bueno, para un entremés ni tan mal. Sesión vintage total.
Auto Sacramental, tecno pop ibérico. |
Pese a que los referentes musicales de Mueran Humanos no pertenezcan a la contemporaneidad más absoluta,
sí puede decirse que su sonido suena fresco y actual, aunque ellos no lo
pretendan. Tal vez sea producto de esa eterna dicotomía en la que viven entre
lo electrónico y lo orgánico, la experimentación y el nihilismo punk, o
directamente entre el cielo y el infierno, por ponerlo más fácil a los enemigos
del pensamiento abstracto. Un conglomerado en el que también cabe el surrealismo
y cualquier otro tipo de pensamiento subversivo que escandalice a alguien. La
mancha negra que desentona en la impoluta pared blanca.
Hay cosas que a veces no se pueden explicar, pero que están
ahí, por mucho que uno lo intente disimular. Es el caso de esa atracción
química que desprenden tanto Thomas, una suerte de criatura encadenada al bajo,
como Carmen, pura reencarnación del eterno femenino y con una cantidad de
glamour que no cabe en ella. Ella es la mujer de ojos verdes del fondo del lago
de Bécquer, la efímera Annabel Lee de Poe, la inalcanzable Stella de ‘Grandes
Esperanzas’ de Dickens, la transgresora Ana Karenina de Tolstoi o una
enigmática femme fatale que fuma un
cigarro desafiante en plan Marlene Dietrich. Un compendio de iconos culturales
que llegan hasta nuestros días.
Volviendo a lo terrenal, centraron su repertorio en su
reciente largo ‘Hospital Lullabies’ con piezas oscuras como un tizón del
calibre de “Los problemas del futuro” o “Alien”. Y sorprendió de vez en cuando
Thomas con incursiones entre la muchedumbre entonando “Guerrero de la gloria
negativa” igual que si fuera una especie de mantra que solo los más fieles
conocen. La palabra en clave.
Descendieron a los infiernos en una atmósfera cargada de
luces rojas, niebla y penumbra a tope, el hábitat necesario para que cristalice
ese potente artefacto sónico que facturan con la precisión de orfebres. Al
contrario de lo que suele suceder en muchos grupos con sintetizador de por
medio, su rollo en las distancias cortas destila una fuerza y una garra
inaudita hasta el punto de que en ocasiones incluso podrían acercarse al metal
industrial de unos Ministry. Nada de moñadas, vamos.
Y en esta caída enfilada hacia el abismo destacó “Espejo en
la nada”, con letra susurrante de ritual hasta la médula, pelos como escarpias.
Y continuaron en esa senda siniestra descendente con “Un lugar ideal”, con la
diosa Carmen agitando la cabellera pelirroja y conjurando un auténtico averno
industrial, canciones para escuchar por aquellos parajes por donde andaban arrastrando
cadenas los cenobitas en ‘Hellraiser’. El calificativo de tenebroso se queda
muy corto.
“La gente gris” se torna una especie de interludio
espiritual entre tanto nihilismo antes de que vuelvan a apelar a los cultos
sagrados en “El círculo”, con Thomas de nuevo dilapidando la separación entre
artistas y público, mientras Carmen mueve la pelambrera incandescente y pega
saltos cual bruja en pleno aquelarre. Cualquiera no podría respirar su aire.
“Horas tristes” ejerció a modo de epílogo con su peculiar in crescendo no apto para insomnes. Se
hizo cortísimo, cierto, pero ya se sabe que las revelaciones más intensas del
alma apenas duran unos pocos segundos. Eso es lo bueno y lo malo al mismo
tiempo, que tras la dulce pesadilla nihilista uno puede volver a recuperar su
antiguo ser. O tal vez no.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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