Kafe Antzokia, Bilbao
Al igual que hay gente que parece que ha nacido mayor,
tenemos también grupos cuyo sonido estaba a años luz del resto de sus
coetáneos. Adelantados totales a su tiempo en cuyo vocabulario no existía el
riesgo. En esta categoría incluiríamos a pioneros de la electrónica del calibre
de Kraftwerk o Suicide, e incluso a combos más inclasificables como Roxy Music,
capaces de conjugar protopunk y rock progresivo a la vez y que encima les
reivindiquen nombres tan dispares como Depeche Mode o Fields Of The Nephilim,
entre otros. La cuadratura del círculo.
Tal vez en pleno siglo XXI poca cosa se pueda inventar a
estas alturas, pero no cabe duda de que todavía quedan cruzados que nada más
escucharlos uno se pregunta de qué cápsula espacio temporal habrán salido. Es
el caso del dúo First Girl On The Moon, que bebe de un abanico de influencias
tal que hasta asusta pensarlo. Lo mismo recrean los ambientes hipnóticos
cinematográficos y musicales de David Lynch que apelan a una suerte de
minimalismo que hacía eones que no se veía por estos lares. Como si hubieran
cruzado un portal procedentes de otra dimensión.
A pesar de que en el pasado BIME Live muchos alucinaron con
su propuesta sideral, una afluencia muy discreta se registró en esta
presentación en el piso superior del Antzoki bilbaíno. Ya se sabe que entre la
jungla aborregada no cabe otra que abrirse camino a machetazos. Los que más
tarde les descubran en un arrebato moderno, pues que se pongan a la cola. Nadie
dijo que ir contracorriente saliera gratis. Por motivos laborales no alcanzamos
a llegar para Verde Prato, pero fijo
que resultaría igual de atractivo, puesto que siempre nos suele llamar la
atención lo que hace la vocalista Ana Arsuaga, ya sea tanto en Mazmorra como en
Serpiente.
Como decíamos, una lástima que poca peña se animara ese día
porque lo de First Girl On The Moon
fue una cita para recordar por diversos motivos. Para empezar, moló bastante esa
atmósfera siniestra plagada de niebla a lo Sisters Of Mercy en la que echamos
de menos todavía más humo, por lo menos hasta asemejarse a los bolos de Andrew
Eldritch y compañía en los que no se distingue absolutamente nada y solo se
escucha una voz por ahí. El poso atormentado Joy Division de vez en cuando
asomaba la cabecita.
Con el eco lejano de la anarquía científica de Aviador Dro,
“Scars” funciona a modo de perfecto percutor para el inicio, no resultaba
descabellado pensar en monos de obreros especializados y brebajes de colores,
si no cantaran en inglés, afirmaríamos sin reparos que ellos también celebran
el nacimiento de la industria. La fascinación por la carrera espacial soviética
se intuye en “Moon”, con ese ritmo muy krautrock y unos tonos no muy alejados a
los de Wayne Hussey de The Mission. Que me aspen si su música no podría
incluirse en cualquier sesión gótica.
Pero el rollo decadente en plan Iggy Pop se evoca asimismo
en “Danger”, con la guitarra haciéndose notar y marcando su territorio frente a
la predominancia de los sintetizadores. Ya lo hemos contado en otras ocasiones,
pero conseguir este equilibrio entre lo sintético y lo orgánico no resulta para
nada sencillo, si se desborda alguno de los dos extremos ya no vale. Coloquemos
el ‘Get Ready’ de New Order en una de las cúspides de ese peculiar maridaje entre
rock y electrónica.
Y en “Tiger Blood” las imágenes que vienen a la mente son de
ciudades futuristas tipo ‘Metrópolis’, esa ciencia ficción de antes que hoy en
día se antoja completamente retro. En esta línea encajaríamos además “Now I
Miss What I Never Had”, una suerte de declaración de amor androide que pegaría
de BSO de ‘Blade Runner’, si a un
servidor no se le está yendo ya demasiado la pinza. Y en “This Is Not A Test” nos
acordamos de los asturianos Fasenuova, con sus ínfulas orientales y con las
seis cuerdas reclamando mayor protagonismo. La expresión glacial del voceras
Juan Carlos Parlange contribuía a incrementar la sensación de frialdad
congénita. Qué rol tan diferente al que acostumbra a ejercer con los ramonianos
Bonzos o con los rockabillies Help Me Devil.
Con un reducido catálogo de temas no esperábamos que se
alargaran durante horas y horas, pero un poquito más de tiempo les hubiera
engrandecido, por lo menos alguna versión, los ya mentados Sisters of Mercy o
Joy Division podrían ser alternativas interesantes. El poco más de media hora
de actuación se antojó muy corto, aunque al salir nos encontramos con el bonzo
Álvaro Segovia que mantenía que siempre era mejor dejar al personal con ganas
de más, un enfoque para nada desacertado, sobre todo en este género tan
minimalista.
Sonaba el “Ghost Rider” de Suicide por los altavoces y uno
pensaba en el auge actual del llamado synthwave y demás estilos que beben a
paladas de los años ochenta. Quizás esto de los retrofuturistas se pueda
considerar una especie de anomalía del sistema, una peculiar paradoja en la que
se funden pasado y futuro de manera similar a la que utilizan las distopías
para alertarnos acerca de un posible devenir de la humanidad. Ideas que
llegados a un determinado punto se perderán por pura repetición o acumulación.
Como lágrimas en la lluvia.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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