lunes, 18 de enero de 2016

THE DARKNESS: LOS ÚLTIMOS DE SU ESTIRPE



Sala Santana 27, Bilbao

A mí que no me engañen. Gente como los recientemente fallecidos Lemmy Kilmister o David Bowie en realidad estaban hechos de otra pasta a años luz de la de los simples mortales. Uno de ellos todo un epítome de la autenticidad, que casi hasta el final de su vida bebió y fumó lo que le vino en gana, y el otro, un alma creativa infatigable que tras sobrevivir a seis ataques al corazón y batallar contra un cáncer de hígado todavía le quedaban ganas para componer un álbum de despedida y pensar en otro más que por desgracia no pudo materializar. Seguramente pasarán decenios hasta que volvamos a encontrar otro par de ejemplos tan edificantes.

Alguien dijo que Axl Rose fue el último gran cantante a la vieja usanza y unos calificativos similares se han aplicado a los británicos The Darkness. Y tal vez si no acabaran engullidos en una espiral de drogas y éxito mal digerido podrían haber conseguido ser tan grandes como Queen, como bien apuntaba un colega el otro día. Desde luego no está al alcance de cualquiera facturar himnos globales del calibre de “I Believe In A Thing Called Love” y lograr que se canturree un estribillo de una punta a otra del planeta.
Justin Hawkins a punto de echar a volar.
Con ese fulgor destellante de antaño se presentaron Justin Hawkins y compañía en la capital vizcaína, logrando una entrada bastante aceptable y constatando que siguen conservando cierto tirón popular. Tal vez muchos tuvieran en mente su última actuación en el festival Azkena, cuando demostraron que su regreso iba por completo en serio, sin estridencias, pese a que en la presente gira peninsular parece que su trato hacia los fotógrafos no ha sido del todo adecuado.

Para abrir la velada, el dúo escocés The River 68’s se reveló como una opción muy potable, con un cantante de órdago que daba gusto oírle interpretar “Fever” de Aerosmith u otros temas más en clave rock acústico de poso country. Quizás en otro momento habrían llamado más la atención que en una sala sedienta de electricidad y riffs contundentes. La verdad es que no eran horas para tonadillas sosegadas, pero lo dicho, su competencia estaba fuera de toda duda.

The River 68's.
 Fieles a su filosofía epatante, The Darkness iniciaron su turno con una intro épica reminiscente de campiñas escocesas o irlandesas y acto seguido se arrancaron con “Barbarian”, con ese aire guerrero que caracteriza algunos cortes de su material más reciente. Se le notó bastante más delgado al líder Justin Hawkins, ataviado con traje de rayas a lo Beetlejuice, y aunque jure que en la actualidad se encuentra libre de cualquier tipo de sustancia perniciosa, la chaladura la sigue manteniendo en su apogeo.

Pocos frontman pueden presumir de quedarse de tal manera con la peña, aunque en ocasiones resultaban un tanto cargantes su cúmulo de payasadas. Pero uno afinaba el oído, distinguía himnos como “Growing On Me” de su debut y casi se olvidaba de todo lo demás. Y el resto del entregado personal parecía pensar lo mismo, pues el desmelene estuvo presente desde el comienzo y nadie quiso hacer de aguafiestas en el fiestón que se estaba gestando

Apelaron a los clásicos con un apabullante “Black Shuck” antes de que el voceras hiciera poses de ballet y pegara un salto desde la batería. El espectáculo visual de Justin era un no parar, hasta el punto de que dejara relegados a los demás al papel de meras comparsas. Como niño caprichoso, parecía exigir atención en cada momento, ya sea poniendo el culo en pompa o bromeando con el respetable a propósito de las pancartas o guitarras de plástico que recibía.

Desde el punto de vista musical, lo que no se entiende en absoluto es que habiendo facturado el decente redondo ‘Last Of Our Kind’ lo releguen de tal manera al fondo del cajón en beneficio de su glorioso primer disco, que tocan prácticamente entero. Salvan de la quema los anodinos “Roaring Waters” y “Mudslide” y ni siquiera se amilanan ante las peticiones de “Open Fire”, una de sus piezas más tralleras. Y no acordarse del tema homónimo “Last Of Our Kind” también tiene delito.

Eso no significa que su bolo fuera aburrido, todo lo contrario, su repertorio apenas contiene mácula, algo complicado con los riffs pegadizos de “One Way Ticket” o ese baladón digno de recopilatorio ochentero “Love Is Only A Feeling”, sin duda uno de los momentos cumbres de su show, en especial cuando los guitarras enarbolaron los mástiles y el batería saltó por encima. Un festival de acrobacias.

Nos mosquearon empero unos cuantos parones que cortaban el rollo de un plumazo, aunque al volver enseguida nos calentaban y pelillos a la mar. Para “Friday Night” sacaron un piano inmenso, con una función más ornamental que práctica, y en “English Country Garden” los excesivos falsetes pusieron las miradas en Rufus Tiger Taylor, hijo del mítico batería de Queen, toda una incorporación que casi se antoja una ironía del destino.

“Every Inch Of You” se convirtió en el único representante de ‘Hot Cakes’, otro gran olvidado de la noche, y “Get Your Hands Off My Woman” fue de los puntos álgidos con Justin desgañitándose y haciendo el pino frente a la batería a la par que abría y cerraba las piernas boca abajo. Ni un contorsionista.

Y por supuesto los ánimos se exaltaron con el hit interestelar “I Believe In A Thing Called Love”, imprescindible para que la concurrencia se desfogara como si estuviera en un videoclip. En los bises, el inefable Justin nos sorprendió con un pantalón corto de club de golf que daba cierta grima, por lo menos tuvo el detalle de no sumarse a esa horrenda moda de recortarlo para que se vieran bien las nalgas, como hacen las jóvenas de hoy en día.

Puro contorsionismo.
 Volviendo a la música, agradó su versión endurecida del “Street Spirit (Fade Out)” de Radiohead y el colofón con el alargado “Love On The Rocks With No Ice” se tornó un tanto cansino, pese a que siempre es un puntazo ver a Justin desfilar entre la muchedumbre mástil en ristre. Nada mejor que finalizar semejante sesión de histrionismo mientras sonaba por los altavoces el “Time Of My Life” de la BSO de ‘Dirty Dancing’. Con la pluma intacta.

No sé si The Darkness serán realmente los últimos de su especie, lo que sí está claro es que lo suyo sigue siendo algo más que subirse a un escenario. Recuerdos de un tiempo en el que la palabra estrella de rock todavía significaba un estado de ánimo o una actitud especial ante la vida.
  
TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN



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