lunes, 18 de abril de 2016

CAPSULA: CONJURANDO LA TORMENTA



Kafe Antzokia, Bilbao

El rock tiene bastante de ritual, de ceremonia litúrgica. Unos cuantos mortales que se reúnen alrededor de un escenario, al igual que antaño se arremolinaban en torno a una hoguera para adorar a un macho cabrío y llegaban al éxtasis mediante diversas sustancias alucinógenas. Los conciertos son los aquelarres de la modernidad, eventos en los que lo mismo puedes experimentar una revelación absoluta que te obligue a convertirte al culto de inmediato o una profunda decepción capaz de hacer abjurar de sus principios al más firme devoto.

Mucho de eucaristía pagana siempre han tenido los shows de los hispano-argentinos Capsula, con un chamán como Martín Guevara con esa habilidad innata de las grandes estrellas para meterse al público en el bolsillo y conseguir que se fundan en un alma sola que salta frenéticamente cual presa de un ataque epiléptico. No es de extrañar que experimentaran esta sensación de comunión las 60.000 personas que abarrotaron el Estadio Único de La Plata durante el tramo argentino de la última gira de Pearl Jam, fans confesos de la banda.


Pese a que el personal tardó en llegar, estaba claro que la presentación de ‘Santa Rosa’ en el Antzoki bilbaíno se transformaría en todo un acontecimiento a la altura de la tormenta eléctrica que da nombre a su disco a punto de salir. 

Pocos andaban por ahí todavía cuando apareció el también argentino Francisco Nogal, un tipo con guitarra a lo Chris Isaak que empezó y terminó rindiendo homenaje a los clásicos con el “Play With Fire” de los Stones y el “Hey Hey My My (Into The Black)” de Neil Young. Entre medias aprovechó para dar cancha a su obra en solitario ‘Eclipse de luna’ y aunque su rollo noctívago intimista no era lo más adecuado para entrar en harina un viernes noche, no desagradó a modo de entremés. La BSO adecuada al pasar por un pueblo maldito de carretera.

En otra onda más animada se movían las getxotarras Moonshakers, combo eminentemente femenino estilo The Pretenders o The Bangles, que en un inicio se tornaron demasiado poperas, pero a medida que avanzaba el show ganaron empaque al acercarse al post punk elegante de las tan en boga británicas Savages. Contaron con el apoyo de unos cuantos conocidos en las primeras filas que se hicieron notar y contagiaron el ambiente de fiestón absoluto, aunque aún necesitan pulir las composiciones y paliar cierto estatismo en escena. Ya adquirirán consistencia.

Las getxotarras Moonshakers.
 A la hora de definir lo que se entiende por un espectáculo salvaje, tal acepción debería figurar justo al lado del grupo Capsula, a tenor de lo que hemos contemplado en directo las tres ocasiones que los hemos visto. Porque pocos existen con ese grado de entrega a la causa del rock n’ roll y que puedan fusionar sin problemas post punk, psicodelia, blues y un ímpetu incendiario deudor de Iggy Pop & The Stooges.

Con el apabullante pistoletazo de salida de “Mejor no hablar de ciertas cosas”, se materializó una suerte de ritual vudú en el que la muchedumbre se agitaba casi a punto de entrar en trance. Martín Guevara desde el mismo comienzo adoptó el papel de sumo sacerdote, un médium para alcanzar  un estado superior de conciencia que otorgaba a las piezas la dignidad requerida. Alucinante cuando en plena eclosión noise anticipó la llegada de un tornado y al mismo tiempo los abrigos volaron por el recinto, como si verdaderamente hubieran traspasado el campo de acción de un fenómeno meteorológico extremo.

El chamán Martín Guevara.
 Añadieron poso blues con “Dirty Rat” y la tormenta adquirió proporciones bíblicas con “Tierra girando”, a la vez que se contagiaban de la fantasmagoria y fuerza poética de Nick Cave & The Bad Seeds. Como es habitual, uno de los momentos cumbre del recital estuvo en “Communication”, donde Martín extendió la palabra entre los fieles desde abajo del escenario y la adrenalina subió hasta cotas estratosféricas.

El temporal arreció con “What’s In The Mirror”, aunque antes el voceras sufrió un arrebato nostálgico al darse cuenta de que “éramos la última generación que íbamos a poder tocarnos”. Y es que la concepción de los bolos que entienden los hispano-argentinos es muy a la vieja usanza, con un frontman que casi parece un caballo desbocado dando saltos por ahí y elevando el mástil al cielo como si aquello de verdad tuviera un significado, un culto en el que se santifican las seis cuerdas y la visceralidad al extremo.


A su vera se encuentra su inseparable bajista desde 1999 Coni Duchess, que otorga el contrapunto elegante a tanto salvajismo y proporciona tonos vocales hipnóticos para inducir al trance. Procedente de escuelas de arte visual, dicen que es en parte responsable del acercamiento del grupo a los sonidos más oscuros del noise o post punk.

Con voluntad arqueológica se entregaron al “Ikusi eta Ikasi” de Delirium Tremens, grupo ochentero de Mutriku “nunca lo suficientemente reivindicado”, en opinión del inquieto vocalista. Y en la homónima “Santa Rosa” bendijeron a las primeras filas tocando la frente a varios asistentes, la unción eléctrica preceptiva para ingresar en la hermandad.


La danza alrededor del fuego de “Flood” nunca falta en su catálogo en directo, antes de que literalmente dejara colgada la guitarra en el aire, a modo de última ofrenda a los dioses. Y después de semejante éxtasis, los bises se exigieron a grito pelado, en los que recurrieron a la versión de The Stooges “I Need Somebody”, “una canción que hacíamos cuando éramos enanos adolescentes y no teníamos alma todavía”, confesó Martín.

Y para mantener las agallas intactas recurrieron a otra de sus clásicas, “Voices Underground”, con toda la sala agitándose como si les fuera la vida en ello. Dado que el gran Duque Blanco había fallecido hace pocos meses, nada mejor que finiquitar con una abrasiva revisión del “Suffragette City”, con el estribillo atronando en las gargantas, parando durante un breve intervalo y luego recreándose con saña. De cátedra.


Esa noche no cabe duda de que conjuraron a la tormenta, una que por su rotundidad apenas se acierta a distinguir, como aquella que impidió que unos piratas holandeses asaltaran la ciudad de Lima allá por 1615. Son descargas así las que provocan toda una cascada de leyendas y mitos en torno a hechos extraordinarios. Un aguacero torrencial de rock n’ roll de fuerza imparable.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

  


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