martes, 23 de agosto de 2016

SEÑOR NO: ¡QUE NO CAMBIEN NUNCA!



Sala Satélite T, Bilbao

Las motivaciones son importantes en la vida, ya sea para salir de fiesta y quedarse más allá de la hora razonable o para madrugar un pleno domingo. Una puntualización, hablamos de “madrugar” siguiendo aquella cita de Enrique Bunbury en la que afirmaba con cierto descaro que “levantarse antes de la 1 era de mala educación”. Unas declaraciones que trajeron bastante cola y que contribuyeron a que el maño resultara todavía un poco más insoportable a los que nunca lo aguantaron. Con un par, haciendo honor al estereotipo de artista bohemio y hasta un poco caradura.

Y aunque muchos no lo admitan, es cierto totalmente, cualquiera en su sano juicio no escaparía de la cama medio resacoso, pillaría el metro aún con el regusto de cerveza en el paladar y pediría una Coca-Cola y un pincho ante el indisimulado descojono de la camarera, no acostumbrada a servir refrescos a este aguerrido redactor dominguero.


Pero la razón era una de esas de peso. Otra visita de uno de los representantes de esa insigne escena punk rockera guipuzcoana que nació en los locales de Buenavista y que constituyó todo un bastión del rock n’ roll más salvaje que facturaban a otras latitudes bandas como Turbonegro o The Hellacopters. Un buen plan a priori capaz de barrer de un plumazo cualquier rastro de cansancio de la noche anterior.

Y gran parte de los asistentes que acudió al garito a tomar el vermut lo parecieron entender así, pues se alcanzó una notable afluencia con un respetable variopinto, pocas veces hemos visto a punkis con solera convivir tranquilamente con niños con globitos o familias de a pie en su paseíto matutino. Por supuesto, acudieron asimismo los habituales fieles que propician que se sigan derribando mitos domingo tras domingo.


La entrega a veces lo es todo y si nos guiamos por ese baremo Señor No ofrecieron un recital antológico, de los de dejarse la piel sobre las tablas, con la peña respondiendo a semejante derroche de entusiasmo subiéndose a las vallas de contención y agitándose como monos rabiosos. No faltaron tampoco los preceptivos pogos desatados casi siempre por la misma chinchilla hiperactiva y que vienen a ser una especie de equivalente a cortar una oreja en el mundo taurino.

El repertorio acompañó desde el principio con el rock n’ roll acelerado de “Fiestón” y el poso bluesero de la instrumental “Whisky, Putas y Humo”, antes de alcanzar uno de los puntos álgidos con su clásico “Llámame” o la más reciente “A veces no”, que no andaba exenta de pegada. Piezas con agallas y sin demasiados artificios acompañadas por una actitud desbordante a raudales que en ocasiones les pillaba tirados en el suelo elevando los mástiles en riguroso culto a la electricidad.


Tan certeros cañonazos no eran gratuitos y quizás a modo de evidente constatación “El diablo está caliente” certificó la elevada temperatura del garito, que para entonces ya había alcanzado de sobra el punto de ebullición. Y en su repaso a ‘No Cambies Siempre’, lo último editado hasta la fecha, no se olvidaron del rollo decadente a lo Dead Boys de “Como una pompa de jabón”, otro monumento a los descarriados.

Sin pausas ni zarandajas que valgan, un simple redoble valía para introducir “Inherente” y en la frenética “Laberintos” el enfervorizado personal volvió a colgarse de las vallas, pero no ya como monos rabiosos, sino más bien como miuras dispuestos a arrasar lo que pillaran entre medio. Y lo inédito de todo ello es que el pogo era casi en exclusiva femenino, las chicas incluso subieron a una señora a intentar surfear entre la multitud. Toma sexo débil.


No concedieron ni un minuto de respiro, como debe ser a tales horas intempestivas, los temas se atropellaban los unos a los otros y la energía se desbordaba en cortes tipo “A todas luces”, casi un homenaje a aquellos macarras escandinavos que sacudieron el panorama del rock n’ roll hace ya unos añitos. Voces arrastradas y marcadas por el paso vital, solos endiablados que se retorcían en orgías salvajes y una voluntad de ritual inapelable, de demostrar que la música auténtica de verdad se toca en baretos, no en grandes pabellones ni festivales en los que los grupos son lo de menos. Todavía existen cruzados contemporáneos.

Una descomunal entrega consagró el nihilismo desaforado a toda pastilla de “No me hables” y que les podría englobar en la categoría de una suerte de  Motörhead patrios. Para ello, el incombustible líder no dudó en pasar al lado del respetable y procurarse un círculo para que la muchedumbre reverenciara a aquel tipo que se tiraba por el suelo levantando el mástil. De cátedra.


Todos nos quedamos lo suficientemente extasiados, pero la multitud aulló cuando pusieron la música por los altavoces y nadie se atrevió a abandonar el recinto. Las suplicas fueron atendidas con “Mira mi dedo”, otra de esas piezas que por su zapatilla podría levantar a un muerto, antes de finiquitar recordando a MC5, una de sus más claras influencias, en ese “Looking At You” que cerraba el debut de Señor No de 1994.

Si un conocido concertil nos comentaba que la intensidad de un bolo bien podría medirse por la cantidad de empujones y puntapiés recibidos, aquello desde luego fue algo apoteósico. Un necesario chute de adrenalina requerido para afrontar una semana entera de fiestas. ¡Que no cambien nunca!

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



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