lunes, 20 de febrero de 2017

CHEAP WINE: CERO GARRAFÓN



La Nube, Bilbao

Carolina Cutolo en ‘Romanticidio’ expone una teoría curiosa según la cual somos lo que bebemos y así su mejor amiga sería tan auténtica como un café irlandés, su compañera de trabajo se asemejaría a un cóctel hortera y para sí misma se reservaría la categoría de un Bloody Mary. Pues bien, con algunos grupos de música pasa algo parecido y podríamos encontrarnos desde exquisitas bebidas destinadas a muy pocos paladares hasta vulgares productos adulterados sin una mínima gota de sustancia en su interior.

Los franchutes Cheap Wine no se andan con rollos a la hora de recomendar su suculento caldo desde su bandcamp y aconsejan “pillar una botella de vino, llenar la pipa y disfrutar del viaje”. Su estilo es desde luego para tomárselo con tranquilidad, repantigarse en el sofá y recrearse ayudado por alguna sustancia en esos desarrollos instrumentales que antaño se llamaban blues progresivo y que sirvieron indefectiblemente para consolidar la evolución del rock contundente. 


Quizás por ello se dejaron caer esa noche por La Nube unos cuantos jovenzuelos de aspecto hippie, que unidos a la nutrida multitud que abarrotó el local, demostraron que este género sigue muy vivo por más que pasen las décadas. Es como los vinos de prestigiosas bodegas con Denominación de Origen, cualquiera reconoce al instante que su sabor contiene algo especial, aunque esté trillado a más no poder y a veces se inventen para llamar la atención etiquetas tan estrambóticas como “Heavy Soul Psychedelic Blues”. No hace falta, un simple sorbo basta para darse cuenta de que se trata del blues progresivo de toda la vida, ese que bordaban como nadie Cream y hasta cierto punto Jimi Hendrix, todo un pionero en ese aspecto.

Con la banda en formato instrumental como si estuvieran en el salón de casa, se presentaron a la concurrencia Cheap Wine, un toque que añadió glamour al asunto antes de que su vocalista bajara por las escaleras para unirse al grupo con una dignidad que ni Jim Morrison. Ese no era el único parecido con el Rey Lagarto, puesto que aquel tipo tan competente se antojaba casi un clon a Ina de The Wizards y seguramente comparten idénticas influencias, caso de Danzig y esa pose mística que se remonta a The Doors, aunque existen también notables chamanes en la actualidad como David Eugene Edwards de Woven Hand.


Muy rodados se les notó desde el comienzo a estos gabachos que ejecutaron impecablemente sin resultar pesados, y eso que ese día andábamos cansados con temor a quedarnos dormidos de pie. El que ponía orden en esa peculiar cata era su inmenso guitarrista ataviado con sombrero cordobés y una camisa de lunares con la que se podría pasar sin desentonar por la Feria de Abril. Muchos asistentes enseguida distinguieron al verdadero timonel y no tardaron en exclamar desde atrás: “¡El barbas, el mejor!”.

Con un poso más que considerable de halo Black Sabbath, aquello a veces era para entrar en trance, como de hecho lo hacían algunos tipos situados al borde de las escaleras. No era para menos, sobre todo cuando al cantante le daba por utilizar su theremín, uno de los instrumentos electrónicos más antiguos que existen al datar de 1919 y que por apariencia se asemejaba a una especie de aro metálico por el que se introducía o se alejaba la mano. Uno veía la escena y no podía evitar pensar en pitonisas, clarividentes y otros tipos con la facultad de predecir el futuro. Ya si hubiera tenido una capa o una bola de esas de rayos en su interior nos habríamos convertido de inmediato al culto. La primera vez que vemos algo así.

En pleno éxtasis.
 No inventaban nada nuevo, pero sus desarrollos instrumentales daban vértigo, parecía que tocaban un botón y la máquina se ponía en funcionamiento sin apenas mácula, bajando la intensidad enredándose en teclados tipo The Doors o alcanzando el éxtasis cuando el voceras se ponía en plan mesiánico extendiendo los brazos. “¡Tiene la puta voz de Jim Morrison!”, decían con asombro desde la concurrencia. Cierto, pervivía en el tipo la huella del apóstol de la contracultura de los sesenta, pero también se acercaba a Robert Plant o Ian Gillan cuando reproducía el mítico truco de emular con alardes vocales los punteos de guitarra. Hay trucos que siempre funcionan.

Su repertorio quizás fuera un tanto ignoto para los asistentes, pero eso no era problema alguno para que el personal tarareara sus piezas como si las conociera de toda la vida. Algunos incluso se atrevían a realizar sus propias adaptaciones, como por ejemplo, cuando se arrancaron con un ritmo bluesero y se escuchó por ahí “She’s got the jack”, en alusión al popular tema de AC/DC. La imaginación al poder.


La confraternización con la parroquia llegó a tal punto que cuando anunciaron que tocarían la última, todo el mundo se revolvió y algunos exclamaron: “¡Ni de coña!”. Lo cierto es que el guitarrista barbudo dejó un inmejorable sabor de boca con un punteo épico de ínfulas sureñas a lo “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd y los gritos atronadores exigiendo bises no permitieron a los muchachos casi ni abandonar el escenario, tuvieron que regresar hasta por segunda vez con un inmenso “Gloria” de Them para saciar las ansias del respetable.

El vocalista bajó a darse el inevitable baño de masas, los punteos del guitarrista “cordobés” fueron para alcanzar el cielo y con este panorama tan exaltado la peña siguió pidiendo bises ya por tercera vez, pero ya era demasiado, tampoco se podían quedar a dormir allí, y menos con una gira peninsular por delante de una decena de fechas. Una prueba de que su producto no tiene nada de baratillo, caldo de primera, cero garrafón.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



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