lunes, 27 de enero de 2020

TAMARYN + SOME EMBER: ONÍRICA Y ESPECIALITA


Satélite T, Bilbao

Hay artistas que más allá de componer canciones resultonas crean todo un universo imaginario que nada tendría que envidiar a los que en su día concibieron literatos como J.R.R. Tolkien o George R. R. Martin. El principal exponente de esta tendencia lo encontraríamos en la británica Kate Bush y su peculiar art rock que en realidad abarca tantos estilos que hace casi imposible su categorización. Algunos lo consideraron una suerte de cara comercial del rock progresivo, aunque la incorporación de voces etéreas e iconografía gótica alejaron por completo su inscripción en dicho movimiento. Música de cuento de hadas, así podría definirse de un plumazo. La que uno escucharía leyendo novelas de Emily Brontë o Jane Austen.

Fiel continuadora de esta tradición se antoja la pelirroja estadounidense Tamaryn, que agita, al igual que Kate Bush, una notable coctelera de géneros como el shoegaze, dream pop, post punk o ese synth pop ochentero que parece no pasarse nunca de moda. Por si fuera poco, esta chica ha colaborado también con figuras destacadas del mundillo indie, como el prestigioso escritor Bret Easton Ellis (‘American Psycho’), para el que compuso una banda sonora junto al miembro de Coil y Psychic TV Drew McDowall, y hasta ha firmado recientemente una pieza para la diva de belleza deslumbrante Sky Ferreira. Un currículum plagado de clase y de proyectos interesantes, no cabe duda.


Este rollo tan vaporoso no es que goce de un entusiasmo sin precedentes entre la afición, por lo que tampoco se esperaban ingentes multitudes en el bilbaíno Satélite T. Allí se congregó un respetable eminentemente maduro, con alguna que otra gota de juventud, que se movió con moderación en los ritmos danzones y en ciertos casos hasta se desempolvó alguna coreografía que debía proceder de los gloriosos tiempos de las hombreras y cardados. Que no falte el pedigrí viejuno.

Calentó la velada el histrionismo de Some Ember, dúo electrónico afincado en Berlín que ha sufrido varias reencarnaciones y que en esta ocasión disfrutaríamos únicamente con la sola presencia de Dylan Travis. Con gestos exagerados a lo Robert Smith, bata blanca de médico y guantes de psicópata que esconde cadáveres en el armario, el tipo dio rienda suelta a su dark wave con momentos reposados muy adecuado para las pistas de baile oscuras. Nos habían hablado bastante bien de él, pero no diríamos que su propuesta nos cambiara la vida, pues la cosa no pasó de un aceptable entremés. Para abrir el apetito, ni tan mal.  

Some Ember, un émulo de Robert Smith.
Que Tamaryn debía ser un tanto especialita ya lo intuimos cuando la promotora Katrin nos hizo reparar en los carteles que había confeccionado a petición de la artista en los que se solicitaba que no se realizaran ni fotos ni vídeos. Nos aconsejaron además colocarnos a una distancia prudencial, no sea que la diva perdiera la concentración con el simple click de una cámara. Y a una chica fotera que andaba por ahí la artista también le prohibió situarse en una esquina. ¿Hechos con alguna justificación posible o simples mierdas de engreída con un ego descomunal?

Se había sentado ya un mal precedente, pero como somos de esos a los que les importa un pimiento la personalidad del músico en cuestión, pues tampoco le dimos demasiada importancia. Un artista no tiene la obligación de convertirse en un simpatiquísimo ser de luz las veinticuatro horas del día. Mucha gente suele confundir la gratitud con la capacidad para soportar brasas inmisericordes. Y así nos va. 


Respecto a su voz, sonó impecable desde los primeros minutos, tan perfecta retumbó en “Angels of Sweat” que te hacía incluso olvidarte de todo lo demás, onírica total. Y además a su vera le acompañaba a la guitarra el ya mentado Dylan Travis de Some Ember, que realizó una aportación reseñable y añadió el brío que le faltaban a algunas composiciones de estudio. Este estilo al final es un poco como las galletas o las magdalenas, para un par de temas, bien, pero llegado a cierto punto puedes acabar hasta los mismísimos.

La puesta en escena estaba asimismo currada, con niebla a borbotones y esas luces flash que suelen ser un suplicio para los fotógrafos, pero oye, qué bien pegaban con la atmósfera etérea del repertorio. Y esos ecos casi perpetuos al “Fascination Street” de The Cure resultaron impagables. Entre eso y los tonos cercanos a Kate Bush, sublimes sus grititos a lo “Wuthering Heights” en “Last”, pudimos dar por amortizada la velada. No acostumbramos a ver cosas de este calibre todos los días.


Pero la maldición del sonido sobrevolaba por el ambiente. A las miradas de odio hacia el técnico le siguieron requerimientos expresos para que se acercara hasta el escenario y por unos momentos pensamos que tal vez se trataba de alguna suerte de manía persecutoria, pues no observamos fallos importantes en el aspecto sónico ni nada similar. Lástima que no nos enteráramos de esas conversaciones tipo profesora regañando a alumno díscolo porque tuvieron que ser de traca. Esa noche teníamos a un Santo Job entre nosotros.

Lástima que por lo que parecían más bien caprichos de estrellita se desdibujara un recital bastante digno, con una voz prodigiosa de esas que deseas que te acune cada noche. Mejor que el consabido porro para dormir. Y llegado a un punto, así sin avisar, la diva desapareció tras una puerta sorbiendo su copa con todo el glamour del mundo. Ahí se quedó solo un rato el tipo de Some Ember envuelto en humo antes de seguir la estela de su jefa. Y ni bises ni nada. Ni siquiera después de volver loco al pobre hombre del sonido.

Pues sí, onírica y especialita, así definiríamos a la chica protagonista de esta crónica. Ojalá para la próxima gira se le bajen los humos y podamos ya contemplar en su máximo esplendor a esta discípula aventajada de Kate Bush. Canciones para gente freak a la que no le valen lo que otros catalogan como normal. Sabuesos del amor.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



 


  

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