Kafe
Antzokia, Bilbao
Los
tributos deberían estar justificados cuando existe la clara incapacidad de ver
a un artista, ya sea por fallecimiento, porque se ha retirado de las giras o
por cualquier otra razón que lo aleje de los escenarios. ¿Deberían caer para
siempre en el olvido las canciones de Ramones, The Doors y tantos otros que
escribieron gloriosas páginas en la historia de la música? Pues no, está bien
que se recuerde aquello que hicieron de manera notable durante su temporada en
la tierra. Es la forma de hacer que siempre estén vivos en nuestra memoria.
El
camaleón David Bowie dejó sin duda un legado espectacular en el planeta, con
una prolífica discografía de casi una treintena de obras de estudio en las que
tocó la mayoría de los palos existentes en la música contemporánea, desde el
glam rock o la psicodelia de sus comienzos hasta el rock alternativo,
industrial, electrónica, e incluso coqueteos con el jazz. Si a veces se afirma
que adentrarse en ciertos artistas es un mundo, en el caso que nos ocupa quizás
ese término hasta se nos quede corto y haya que recurrir al de universo.
Una
personalidad tan poliédrica y con tantas facetas como la de Bowie probablemente
favorezca diferentes interpretaciones, como la que realizan los gallegos Blackstars en su espectáculo de
homenaje al hombre de las estrellas de cerca de dos horas. Uno podrá estar de
acuerdo o no con su visión, pues al igual que un libro suele provocar
diferentes impresiones en sus lectores, lo mismo podría aplicarse al descomunal
catálogo del Duque Blanco.
Ya
de entrada, su bolo en el Kafe Antzokia bilbaíno contó con un evidente respaldo
del público y los propios músicos subrayaron en varias ocasiones el cariño que
se le tenía al artista por el norte. Un icono cultural que hoy en día ya parece
de otro mundo pretérito, aunque se podían ver a unos cuantos jóvenes en el
evento, prueba de que su talento traspasó generaciones hasta llegar a la
actualidad.
Con
una banda considerable que incluía hasta percusionista, saxofonista o corista,
apelaron en un comienzo a los seguidores más familiarizados con la obra de
Bowie con “Lazarus” y “Stay”, pieza del álbum experimental ‘Station to Station’
que podría valer para distinguir al forofo del mero aficionado ocasional. El
vocalista ya advirtió en el comienzo que no debíamos esperar “grandes disfraces”, pues la noche no
iba en esa onda, aparte de que replicar la clase y el inimitable aspecto visual
del Duque Blanco iba a ser tarea imposible.
“Changes”,
de su primera época, era un corte imprescindible para fans, y algo más sibarita
se tornó “Reality”, que no estaba mal, pero en ese álbum brillaba con bastante
más fulgor “New Killer Star”, aunque no dejaba de ser una cuestión de gustos.
La
velada se tornó exigente a nivel artístico con el hit “Absolute Beginners”,
donde el vocalista demostró su sobrada competencia a la hora de recrear los
tonos de Bowie, o mejor dicho, el tono más característico de Bowie, el que todos
tienen en la cabeza. No olvidemos que en realidad el rango vocal del hombre de
las estrellas no podía encasillarse en un patrón determinado, era más bien un
camaleón, en un tema podría ser Elvis y en otro un cantante crooner en plan
Frank Sinatra.
“Young
Americans” era otra pieza que exigía una interpretación de altura y a buen
seguro que lo lograron sin olvidarse de aquella referencia que metía Bowie de
“A Day In The Life” de The Beatles. “China Girl” sirvió a modo de testimonio de
aquella tan salvaje como inspiradora estancia berlinesa junto a Iggy Pop, una
canción que grabaron tanto Pop como el creador de ‘Ziggy Stardust’ cada uno a
su manera.
“Fashion”
nos sobró por completo, nunca le pillamos demasiado el punto, pero no tardaron
en ganarse de nuevo a los verdaderos fans con “Slow Burn”, inmenso corte de un
trabajo tan minusvalorado como ‘Heathen’. Era una canción olvidada que merecía
recuperarse. “Moonage Daydream” se antojaba de las fundamentales en cualquier
tributo a Bowie, aunque el halo de rock progresivo que le insuflaron al final
tampoco nos convenció en exceso.

Tras
una breve pausa, regresaron a las tablas solo el cantante y el pianista para
una piedra angular como “Life on Mars?”, que no se la curraron mal, y luego una
inapelable “Rebel Rebel”, que la peña empezó a cantar ya antes de que
comenzara. “Blue Jean” seguía escorando la velada hacia el pop, pese a que
supuso una oportunidad de lucimiento para el saxofonista, y lo que sí que no
nos convenció fue “Under Pressure”, que en verdad era más de Queen que de
Bowie, con la corista replicando las partes de Freddie Mercury, algo que se le
quedó algo grande, pues estamos hablando de una de las mejores voces de la
historia de la música. Cualquiera no podría acometer semejante empresa.
“Ziggy
Stardust” debía estar en el repertorio sí o sí, del mismo modo que “Let’s
Dance”, pese a que echáramos de menos la guitarra de Stevie Ray Vaughan de la
pieza original. “Starman” marcó la despedida, con un grato sabor de boca, pues
no se podrían poner pegas a tamaño éxito.
Los
bises no defraudaron en cuanto a repertorio con la futurista “Space Oddity”, el
emblema de la new wave “Modern Love”, donde volvimos a sentir la falta de
Vaughan a las seis cuerdas, y un “Heroes” que ha pasado a convertirse en un
himno sobre la caída del Muro de Berlín o el hermanamiento entre diferentes
culturas.
Pese
a que hubo algunos detalles para los acérrimos, hubiéramos preferido un
espectáculo más arriesgado en la selección de temas y no tan pop, pues la
presencia de material de los comienzos fue casi testimonial. ¿Cómo podían olvidarse
de “Suffragette City”, “Five Years” y otros temas que todavía nos ponen la piel
como escarpias? Era un David Bowie para todos los públicos, quizás nuestras
peticiones pertenecían ya al nivel avanzado. Un C1 o así.