Sala Satélite T,
Bilbao
La nostalgia es un motor que mueve masas. Basta apelar a
objetos o series de juventud para que se empiece a crear una especie de
camaradería indisoluble con aquella vieja máxima de que cualquier tiempo pasado
fue mejor. La magia que se establece al hablar con alguien de una generación
similar supera a la de cualquier envoltorio resultón incapaz de entender todo
un compendio de referencias culturales que ahondan en la diferencia del tú al
nosotros. Son dos astros en una misma órbita cuya fuerza de la gravedad se
antoja más poderosa que los recelos adquiridos con la edad.
Pero de la naftalina no se vive eternamente, siempre es
aconsejable labrarse un porvenir, aunque sea por cuestiones de dignidad. Por
mucho que los mallorquines La Granja ganaran en 1986 el ‘Concurs Pop-Rock’ de
Palma de Mallorca y el Ayuntamiento les financiara la grabación de su debut, no
se les subió el éxito a la cabeza ni les dieron ganas de sucumbir al pop baboso
imperante en la época. Pese a su matiz comercial y sus pegadizas melodías de
orfebre, confiaron en los directos para marcar la diferencia y convertirse en
toda una referencia del power-pop patrio, un género que nunca ha levantado
pasiones en nuestro país.
Nadie lo habría imaginado si se hubiera pasado aquella noche
por el Satélite T bilbaíno, con el aforo completo y una nutrida afluencia de
personal acomodado y elegante. Llevaban por lo menos una década sin recalar por
la zona, así que el entusiasmo se palpaba en especial en las primeras filas,
con grupillos de treintañeros y cuarentones pegándose la juerga de sus vidas,
uno de esos años bisiestos en lo que se sale dispuesto a arrasar todo y beberse
hasta el agua de los floreros.
Muy apropiada para la velada resultó la inclusión de The Extended Plays, uno de los combos
vascos más longevos del rollo sesentero con una trayectoria de más de 16 años.
Y se les notaban los galones en las distancias cortas, con un vocalista que
casi parecía un clon de Paul Weller, muy buenas composiciones con aroma de
clásicos y un agradable toque lisérgico que te metía de inmediato en su burbuja
atemporal. Una institución local en el beat británico.
The Extended Plays, beat total. |
Eso de contemplar fotos de las bandas en los ochenta y luego
encontrártelas de una guisa completamente diferente hoy en día, a veces puede
suponer un trauma considerable. En tales divagaciones andábamos cuando saltaron
La Granja a escena y observamos cómo
se había volatilizado la antaño frondosa melena del vocalista Guillermo Porcel,
pero en lo que no había cambiado lo más mínimo era en ese prodigioso chorro de
voz, una de las señas de identidad del grupo.
Bastó que se arrancaran con “El chico de la moto” para que
el entusiasmo de los fieles se desbordara de primeras, con peña recitando de
memoria la mayoría de los temas. A pesar de que en los ochenta el fenómeno fan
les pasara de refilón en detrimento de Duncan Dhu y similares, cuentan con un
catálogo de cortes redondos cargados de melodía que no se entiende que no hayan
petado las radios de la época, caso de aquel “Ángel de mañana” que abría su
‘Deliciosamente amargo’ de 1988.
Lo habitual es que los repertorios se asemejen a montañas
rusas, con subidas o bajadas de tensión, pero en el caso de estos insulares sus
temas sonaban tan pulidos que apenas se sentía fisura alguna, ya sea “¿Por
quién doblan las campanas?” o el guitarrero “Chap, Chap”, todo un manifiesto a
favor de la juventud que sirvió para que unos cuantos maduros se desmelenaran
como en sus años mozos. Supieron además alternar con sabiduría el poso rockero
con las piezas más melosas, por lo que en ningún momento se desbordó el
almíbar.
La disciplina de estudio nunca fue con ellos, de hecho,
hasta bromearon acerca de ello al afirmar que son como “los planes quinquenales de la URSS, una canción nueva cada 15 años”.
Lo cierto es que con semejante nivel instrumental a las tablas tampoco lo
necesitaban demasiado, a no ser que sea por cuestión de dignidad. Habría que
remontarse a 2004 para escuchar lo último editado, aunque parece que las
novedades tampoco quitaron el sueño a los presentes. Solo se exigían clásicos
absolutos.
Guillermo y su chorro de voz. |
Como por ejemplo esa colección de canciones con nombres de
chicas que ya se han convertido en inmortales, se acordaron por supuesto de
“Inés”, “Isabel” o “Cristina es nombre de bruja”, entre otras tantas. Y en
“Fuimos chicos rebeldes” se elevaron las gargantas mientras algunos grupillos
de carrozas saltaban cogidos de la mano en plan hermandad. Pocas cosas unen más
que ser de la misma generación.
El voceras Guillermo reivindicó el valor de la amistad al
asegurar que únicamente cuatro personas en la sala le habían visto hacer la
mili “en contra de la propia dignidad”,
y esos eran los otros tres miembros del grupo y un viejo conocido con el que se
fundió en un abrazo. Y nada mejor que terminar el bolo con “Sufro por ti”,
aquel tema con el que todo empezó en 1987 y que les supuso lo más parecido a un
éxito.
Para los bises sacaron a cantar con ellos “Tu droga
favorita” a una moza llamada Carolina, cuyo nombre podría tranquilamente engrandar
esa nómina de personajes femeninos que pululan por su catálogo. Y la adaptación
del “She’s Got A New Spell” de Billy Bragg llamada “Magia en tus ojos” les
acerca a una suerte de Redd Kross patrios antes de que “High School” certifique
su devoción por las guitarras y las melodías con clase.
Su himno “Cansado de escuchar” tenía algo de contradictorio,
porque después de lo visto aquella noche uno no concibe que algún ser humano
pueda acabar aburrido en sus bolos. Una voz nítida y cálida que da gusto oírla,
riffs que se cuelan sin cortapisas en la cabeza y unas composiciones redondas
que a buen seguro hubieran gozado de mayor repercusión si sus autores fueran
madrileños.
Un periodista dijo de ellos que “no inventaron la rueda, pero saben hacerla girar muy bien”. Una
elocuente definición de estos mallorquines que fueron y a su manera siguen
siendo chicos rebeldes.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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