Satélite T, Bilbao
Las películas de carretera o road movies son todo un género en sí mismo. Hablamos de aquellas en
las que los protagonistas emprenden un viaje a ninguna parte sin billete de
vuelta y a menudo acaban sufriendo una revelación que cambia por completo su
concepción de la vida. Una transformación de proporciones épicas que
caracteriza a las grandes historias y llega incluso a eclipsar los kilómetros
recorridos, una mera excusa ante la verdadera travesía interior.
Desde una caravana convertida en centro de operaciones, los
norteamericanos The Living Deads han llevado al extremo la filosofía punk del “háztelo tú mismo” al encargarse de
diseñar e imprimir sus propias camisetas, organizar giras y hasta reclutar
guitarristas por cada pueblo que pasan, después de que uno de ellos les
abandonara horas antes de lanzarse a tirar millas.
Por sus filas han pasado Danny B. Harvey de The Head Cat,
Chuck Hughes de Hillbilly Hellcats o James Hunnicut de Revolvers, tipos que ya
se han unido al batería Randee McKnight y la carismática contrabajista Symphony
Tidwell con idéntica fidelidad al polvo de una noche. Una relación abierta sin
sentimentalismos consciente de que en cualquier momento el puesto puede ser
ocupado por otro.
En un ambiente selecto de chicas psychobillies, moños
gigantes como los de las Ronettes y algún que otro vestido amarillo, The Living Deads demostraron clase de
primeras con “Hot Sick”, copando la atención la tatuada contrabajista Symphony
con vestido de cuadros escoceses, medias rasgadas de rejilla, cabello teñido de azul y maquillaje siniestro para la
ocasión. El personal no tardó en animarse a bailotear a la antigua usanza y
para el segundo tema el batería ya se levantó de su sitio con un country
macarra, seguramente sería uno de esos tíos que no puede permanecer sentado en
los bares con un fiestón en ciernes.
La frenética “Shit Men Say To Symphony” añadió poso surfero
mientras la muchacha se dejaba los dedos al aporrear las cuerdas. Y rescataron
el “White Lightning” de George Jones de 1959 insuflando a la pieza el doble de
revoluciones. No existía el más mínimo ego en el trío, pues se turnaban el
micro con absoluta naturalidad, aunque la que de verdad levantaba ovaciones y
era el 100% del glamour del grupo era la contrabajista, con su sugerente manera
de entonar y entrega a las tablas.
“Everything Is Broke (But Our Love)” narra los avatares de
la vida a lomos de una caravana, en esos momentos de Murphy en los que parece
que los astros se confabulan en contra y solo queda agarrarse a lo inmutable,
los sentimientos y esas cosas. Symphony aprovechó para saludar a un DJ local
del palo y por el entusiasmo que demostró el aludido suponemos que esa noche no
pudo dormir y tendría sueños vaporosos por lo menos.
En un género que a veces se torna tan encorsetado
sorprendieron sus cambios de tercio, el rollo casi pastoral de “Truck Stop
Snacks” precedió a la tralla genuinamente punkarra de “Robot Kids” y los
punteos al tuétano provocaban descontrolados pogos con los brazos dando vueltas
como rodillos. No dudaron en presentar algún corte nuevo tipo “Taste For Blood”,
con toques cinematográficos, en el que dar rienda suelta a su pasión por los
muertos y la Serie B, en esta línea no desentonó el inmortal “The Way I Walk”
de Jack Scott popularizado por The Cramps, uno de los temas más sensuales que
existen en el que hasta un rockabilly del público se subió a cantar.
La recta final fue de infarto con la vieja gramola abierta
de par en par y clásicos girando como el “Whole Lot Of Shakin’ Goin’ On” del “Killer”
Jerry Lee Lewis, muy realzado por el contrabajo, o un apabullante “Beat On The
Brat” de The Ramones con el acelerador pisado a tope. En tales circunstancias,
no volver a las tablas hubiera sido una afrenta imperdonable, pero
correspondieron con el “Oh, Boy!” de Buddy Holly, llevándola por supuesto a su
rabioso terreno.
Una guinda perfecta para finiquitar esta caravana de variedades que nos
ofrecieron los de Colorado en la que cabía rockabilly, punk, psychobilly,
clásicos añejos y actitud a raudales, haya cuatro gatos o cien mil. Al día
siguiente, en la Helldorado de Vitoria, acabaron tocando sin ropa. Me lo creo.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
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