Kafe Antzokia, Bilbao
Cuánto se ha demonizado en determinados círculos la tristeza
porque sí. Sin ningún motivo aparente ni cataclismo emocional, simplemente como
una actitud de rebeldía, de inconformismo frente al nauseabundo buenrollismo
imperante. No significa tampoco tener unas ganas incontenibles de cortarse las
venas o tirarse por un barranco, para algunos incluso es algo terapéutico, un
dulce bálsamo con el que soportar la gris existencia. Y los días de lluvia. Y la
inmisericorde rutina. Y esas heridas que no se notan a simple vista. Aunque al
llegar a cierta edad, ¿quién no está lastimado?
Con la languidez como nexo de unión, el ciclo Izar &
Star inauguraba el presente curso juntando por un lado a la siempre intensa y
trágica cantautora euskaldún Anari con la ex Electrobikinis Miren Iza, también
conocida como Tulsa. Una interesante dupla en la que reinventar repertorio
ajeno desde la peculiar óptica de estas artistas de trayectoria independiente que
ya han demostrado con creces su intención de volar por libre sin rendir cuentas
a nadie más que a ellas mismas.
Miren Iza con su activo teclista. |
El personal respondió a la cita abarrotando el Antzoki,
aunque sin llegar al nivel de sofoco. Una muchedumbre compuesta
mayoritariamente por peña alternativa y borrokada acomodada, más cercanos a la
estética de sobria americana negra que a la vulgar ropa de monte, atendió con
dignidad crepuscular a esta suerte de rapsodas autóctonas, cuyo poderío
escénico bastaba para eclipsar cualquier injerencia, pese a que ambas contaran
con acompañantes de auténtico lujo.
Tal era el caso de la llamada PJ Harvey vasca Anari, que se rodeó del competente
Ander Mujika, guitarra de Napoka Iria, para desempolvar un cancionero lóbrego
con el acorde Mi menor como denominador común. Escuchamos por ejemplo un
sobrecogedor “The Mercy Seat” de Nick Cave o un sorprendente “The One I Love”
de REM trasladados con tanta pericia al euskera que casi parecían temas
propios.
Anari y Ander Mujika. |
Todo un empacho de tristeza infinita que había que pillar
con ganas y que alcanzó su punto álgido en la desgarradora “Orfidentalak” de su
soberbio último disco ‘Zure Aurrekari Penalak’. Hace tiempo que la guipuzcoana
trascendió la escena local para pasar a formar parte de algo universal, pues su
marcada personalidad no tiene parangón en el panorama patrio. Un recital
intenso y cortante como la amargura congénita que destilan sus composiciones.
Una maravilla.
Enfrentarse a una obra tan sacralizada en la historia de la
música como el ‘Highway 61 Revisited’ de Bob Dylan supone un auténtico desafío,
en especial si uno espera versiones calcadas a lo que se escucha en disco. Pero
no podría existir mejor homenaje al bardo de Minnesota que someter tan insigne
repertorio a un espectacular lavado de cara en el que costaría distinguir los
sabores de siempre, al igual que suele hacer el viejo huraño en directo.
El look de Miren era Patti Smith total. |
Del mismo modo que una chica guapa de veras sin maquillaje
sigue conservando parte de su encanto, Tulsa
perfilaron los contornos dylanianos
y transformaron de primeras el positivista “Like A Rolling Stone” en una
pieza fantasmal que podría haber entonado tranquilamente Nick Cave. En
“Tombstone Blues” se acercaron a la verborrea poética escuela Patti Smith en la
que sobresalió la espigada figura de Miren Iza, tan etérea como Christina
Rosenvinge y con una clase sobre el escenario digna de grandes divas tipo
Aurora Beltrán. Una artistaza que hizo que tocáramos el cielo gracias a tan
originales aproximaciones a unas vacas sagradas que no cualquiera se atreve a
mirar de frente a los ojos.
De los momentos álgidos fue “Ballad Of A Thin Man”, tan
sombría y lírica que recordó una vez más a la poeta del punk. Y la homónima
“Highway 61 Revisited” devino en un pastiche tecno pop ochentero en la línea de
New Order, una vuelta de tuerca no apta para timoratos. “Espero que no os ofendáis en vuestro Dylanismo”, ya lanzó Miren a
modo de advertencia al comenzar el show, así que no cabía llevarse las manos a
la cabeza.
El teclista en pleno éxtasis. |
Y en “Desolation Row” la lideresa cedió el testigo a Lee
Perk, integrante destacado de esa banda de lujo que le acompañaba que entonó
bajo un colchón de teclados respetando bastante el espíritu original. Un guiño
tímidamente purista para finiquitar un acto revolucionario para los abiertos de
mente o una aberración para los clásicos. Seguro que al propio Dylan no le
habría desagradado lo más mínimo.
Una vez acabado el homenaje, la segunda parte del bolo la
dedicaron a temas propios de Tulsa que no bajaron la intensidad en absoluto. La
tenebrosidad de “Verano Averno” nos sumergió en ese mundo violento, despiadado
pero en el fondo entrañable de esta cantautora guipuzcoana. Letras desde las
entrañas que a veces parecían cuchillos disueltos.
Se mostraron algo amables con la desgarradora despedida “Los
amantes del puente”, aunque sin esconder su congénita amargura, mientras su
teclista se emocionaba tanto como Herminio Molero de Radio Futura en sus buenos
tiempos. La peña aplaudió con mayor entusiasmo a Anari, quizás por aquello de
encajar más con el espíritu del terruño, pese a que el repertorio de Miren Iza
contenía mayor dinamismo, e incluso vidilla en el pulso post punk a lo The
Smiths de “Gente común”, a pesar de que pueda parecer una paradoja ante su casi
perpetuo tono lastimero.
Y el colofón plañidero se alcanzó con “Araña”, cantada a dúo
con Anari, al igual que en el álbum ‘Espera La Pálida’, a una chica del público
hasta se le escapó un “wow” de la
emoción. Sin despegarse de la desesperación, en “Matxitxako” Tulsa se volvieron
a acercar a la dulce irrealidad de Rosenvinge y así cerraron el círculo de aflicción.
Anari y Miren desplegando la tela de 'Araña'. |
Toda una sesión para degustar con dos damas dolientes, dos
rebeldes con causa que tal vez se antojen antagónicas en una primera escucha,
pero que comparten unos cuantos puntos en común, como la devoción
fantasmagórica por Nick Cave, el culto a Bob Dylan o PJ Harvey y ese gusto por
la trágica cotidianeidad, por las historias que casi nunca acaban bien. Como en
la vida real.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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