miércoles, 20 de enero de 2016

ANARI + TULSA: DOS DAMAS DOLIENTES



Kafe Antzokia, Bilbao

Cuánto se ha demonizado en determinados círculos la tristeza porque sí. Sin ningún motivo aparente ni cataclismo emocional, simplemente como una actitud de rebeldía, de inconformismo frente al nauseabundo buenrollismo imperante. No significa tampoco tener unas ganas incontenibles de cortarse las venas o tirarse por un barranco, para algunos incluso es algo terapéutico, un dulce bálsamo con el que soportar la gris existencia. Y los días de lluvia. Y la inmisericorde rutina. Y esas heridas que no se notan a simple vista. Aunque al llegar a cierta edad, ¿quién no está lastimado?

Con la languidez como nexo de unión, el ciclo Izar & Star inauguraba el presente curso juntando por un lado a la siempre intensa y trágica cantautora euskaldún Anari con la ex Electrobikinis Miren Iza, también conocida como Tulsa. Una interesante dupla en la que reinventar repertorio ajeno desde la peculiar óptica de estas artistas de trayectoria independiente que ya han demostrado con creces su intención de volar por libre sin rendir cuentas a nadie más que a ellas mismas.

Miren Iza con su activo teclista.
 El personal respondió a la cita abarrotando el Antzoki, aunque sin llegar al nivel de sofoco. Una muchedumbre compuesta mayoritariamente por peña alternativa y borrokada acomodada, más cercanos a la estética de sobria americana negra que a la vulgar ropa de monte, atendió con dignidad crepuscular a esta suerte de rapsodas autóctonas, cuyo poderío escénico bastaba para eclipsar cualquier injerencia, pese a que ambas contaran con acompañantes de auténtico lujo.

Tal era el caso de la llamada PJ Harvey vasca Anari, que se rodeó del competente Ander Mujika, guitarra de Napoka Iria, para desempolvar un cancionero lóbrego con el acorde Mi menor como denominador común. Escuchamos por ejemplo un sobrecogedor “The Mercy Seat” de Nick Cave o un sorprendente “The One I Love” de REM trasladados con tanta pericia al euskera que casi parecían temas propios.

Anari y Ander Mujika.
Todo un empacho de tristeza infinita que había que pillar con ganas y que alcanzó su punto álgido en la desgarradora “Orfidentalak” de su soberbio último disco ‘Zure Aurrekari Penalak’. Hace tiempo que la guipuzcoana trascendió la escena local para pasar a formar parte de algo universal, pues su marcada personalidad no tiene parangón en el panorama patrio. Un recital intenso y cortante como la amargura congénita que destilan sus composiciones. Una maravilla.

Enfrentarse a una obra tan sacralizada en la historia de la música como el ‘Highway 61 Revisited’ de Bob Dylan supone un auténtico desafío, en especial si uno espera versiones calcadas a lo que se escucha en disco. Pero no podría existir mejor homenaje al bardo de Minnesota que someter tan insigne repertorio a un espectacular lavado de cara en el que costaría distinguir los sabores de siempre, al igual que suele hacer el viejo huraño en directo.

El look de Miren era Patti Smith total.
 Del mismo modo que una chica guapa de veras sin maquillaje sigue conservando parte de su encanto, Tulsa perfilaron los contornos dylanianos  y transformaron de primeras el positivista “Like A Rolling Stone” en una pieza fantasmal que podría haber entonado tranquilamente Nick Cave. En “Tombstone Blues” se acercaron a la verborrea poética escuela Patti Smith en la que sobresalió la espigada figura de Miren Iza, tan etérea como Christina Rosenvinge y con una clase sobre el escenario digna de grandes divas tipo Aurora Beltrán. Una artistaza que hizo que tocáramos el cielo gracias a tan originales aproximaciones a unas vacas sagradas que no cualquiera se atreve a mirar de frente a los ojos.

De los momentos álgidos fue “Ballad Of A Thin Man”, tan sombría y lírica que recordó una vez más a la poeta del punk. Y la homónima “Highway 61 Revisited” devino en un pastiche tecno pop ochentero en la línea de New Order, una vuelta de tuerca no apta para timoratos. “Espero que no os ofendáis en vuestro Dylanismo”, ya lanzó Miren a modo de advertencia al comenzar el show, así que no cabía llevarse las manos a la cabeza.

El teclista en pleno éxtasis.
 Y en “Desolation Row” la lideresa cedió el testigo a Lee Perk, integrante destacado de esa banda de lujo que le acompañaba que entonó bajo un colchón de teclados respetando bastante el espíritu original. Un guiño tímidamente purista para finiquitar un acto revolucionario para los abiertos de mente o una aberración para los clásicos. Seguro que al propio Dylan no le habría desagradado lo más mínimo.

Una vez acabado el homenaje, la segunda parte del bolo la dedicaron a temas propios de Tulsa que no bajaron la intensidad en absoluto. La tenebrosidad de “Verano Averno” nos sumergió en ese mundo violento, despiadado pero en el fondo entrañable de esta cantautora guipuzcoana. Letras desde las entrañas que a veces parecían cuchillos disueltos.


Se mostraron algo amables con la desgarradora despedida “Los amantes del puente”, aunque sin esconder su congénita amargura, mientras su teclista se emocionaba tanto como Herminio Molero de Radio Futura en sus buenos tiempos. La peña aplaudió con mayor entusiasmo a Anari, quizás por aquello de encajar más con el espíritu del terruño, pese a que el repertorio de Miren Iza contenía mayor dinamismo, e incluso vidilla en el pulso post punk a lo The Smiths de “Gente común”, a pesar de que pueda parecer una paradoja ante su casi perpetuo tono lastimero.

Y el colofón plañidero se alcanzó con “Araña”, cantada a dúo con Anari, al igual que en el álbum ‘Espera La Pálida’, a una chica del público hasta se le escapó un “wow” de la emoción. Sin despegarse de la desesperación, en “Matxitxako” Tulsa se volvieron a acercar a la dulce irrealidad de Rosenvinge y así cerraron el círculo de aflicción.

Anari y Miren desplegando la tela de 'Araña'.
Toda una sesión para degustar con dos damas dolientes, dos rebeldes con causa que tal vez se antojen antagónicas en una primera escucha, pero que comparten unos cuantos puntos en común, como la devoción fantasmagórica por Nick Cave, el culto a Bob Dylan o PJ Harvey y ese gusto por la trágica cotidianeidad, por las historias que casi nunca acaban bien. Como en la vida real.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA







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