Kafe Antzokia, Bilbao
Hay infinidad de actos de heroísmo a nuestro alrededor. Solo
hace falta saber mirar. A veces no emiten ningún ruido en particular y pasan
desapercibidos por completo, sin destacar lo más mínimo, como esperando a que
algún ojo avizor los descubra. En el universo de la autogestión tampoco es algo
tan raro, es el precio a pagar por conservar la libertad creativa y seguir
creyendo en un proyecto destinado a sacudir el panorama musical nacional desde
su mismo comienzo.
Quién adivinaría que este antaño quinteto de jazz duplicaría
su familia hasta los diez miembros y se transformaría en un combo de soul
enérgico cuyos tentáculos se alargarían hasta una asociación con actividades
extramusicales que van desde talleres y charlas hasta visitas a centros de
ancianos, entre otras iniciativas. Porque lo suyo en realidad fue pura
militancia, marcando sus propias reglas, apostando por la libre difusión de la
cultura y por el amor incondicional al sonido analógico. No podría ser de otra
manera si uno escucha con atención sus discos en los que los vientos se abren
camino sin dificultad y voces raciales
poderosas explotan con una intensidad pretérita.
Sin ningún mecenas ni ninguna compañía discográfica
descomunal detrás suyo, han debido de realizar de veras unos cuantos pasos de
equilibrista para mantenerse en el candelero durante diez años. Un tiempo en el
que según sus propias palabras han “crecido
juntos como músicos y como colectivo”, aunque su pretendida pose antisistema
no les ha impedido empero recoger dos premios Pop-Eye o un Guille. Sin
renunciar a los principios.
No ha sido tampoco casualidad que empezaran su gira
aniversario por Vitoria y Bilbao, ambos lugares por los que también arrancaron
su periplo peninsular durante 2015 y en los que afirman sentir una conexión
especial: “La gente de allí aprecia muy
bien nuestra música y se integra con mucha energía en los shows, eso da un
punto extra de adrenalina que es vital para coger impulso, además tenemos
grandes amigos allí”, explican.
La tropa preparada para recibir a la diosa de ébano. |
Con todo el papel vendido y un ambiente asfixiante en gran
parte de la sala, Freedonia se
presentaron en formato corro de las patatas con su vocalista guineana-vallecana
Mayka Sitté en el centro, acaparando el protagonismo por completo, excepto
cuando se permitía explayarse instrumentalmente al resto de miembros o se
engorilaban entre ellos para espolear a la concurrencia. Muy cinematográfica
sonaba la homónima “Dignity & Freedom”, hasta el punto de que podría
incluirse sin problemas en la BSO de ‘Django desencadenado’ de Tarantino.
No era habitual escuchar en directo una voz de ese calibre,
que sobresalía en especial en los blues de copa y puro, tipo “Man Like Me”. El
personal se venía arriba por momentos y en ocasiones hasta aplaudía la entrada
de los vientos, en “Beggin’ You”, por ejemplo, la voceras Mayka acabó
arrodillada en el suelo para mayor dramatismo.
Los compis trajeados que formaban un círculo no se limitaban
a tocar sin más, sino que ayudaban a animar el cotarro, aunque a la hora de la
verdad lo que llamaba la atención eran los movimientos de reptil de su cantante,
como una fiera desbocada al margen de la sociedad sin complejo alguno. Tal
desgaste físico por su parte se compensaba con interludios instrumentales en
los que el resto de la banda demostraba que no se había caído de un guindo y
que su solvencia estaba fuera de toda discusión. La camaradería entre ellos
había veces que se asemejaba a la de un grupo de colegas de bar.
Una de las sorpresas guardadas para celebrar sus diez años
en la brecha llegó con un tema nuevo que seguía la estela del blues elegante y
con clase que tanto les pegaba. Su enérgica vocalista se movió de forma
robótica como si se descoyuntara y la muchedumbre aplaudió de puro
convencimiento, alucinantes las coreografías de la negrilla, para enmarcar.
Pese a que su palo en directo ganaba en pegada rockera e
intensidad bluesera, en otras ocasiones se acercaban al rollo funky con
aceptables resultados, como en “I Don’t Need You”. Y en el primer bis, subieron
otro escalón en la senda de lo sofisticado con “It’s Gonna Be Fine”, una de
esas piezas sosegadas con poso humeante en las que Mayka puede lucirse pero
bien.
Sin recrearse en la exquisitez, pusieron al respetable a
danzar con “Shake Your Body”, que se antojó épico con la cantante de color
cediendo el micro al saxofón y jadeando como si estuviera en una clase de
aerobic. Y sin desfallecer, un grito desgarrador con trompetas vetustas dio la
bienvenida a “The Time Has Come”, donde Mayka hasta hizo la posición de la
grulla. Tremenda.
Finiquitaron como mandan los cánones con el “Don’t Let Me Be
Misunderstood” popularizado por The Animals, aunque se acercaron más a la
peculiar adaptación medio discotequera de Santa Esmeralda que aparece en la BSO
de ‘Kill Bill’. Pocos la reconocieron, pero eso no impidió para que se lucieran
elevando las trompetas hasta el infinito y con la voz clavándose en el alma.
Sentimiento a borbotones.
Siempre tendrá un mérito impresionante aguantar en la
trinchera cuando los vientos no soplan a favor, y más si cabe cuando se hace
bandera de la autogestión y la libertad artística sin un paraguas externo que
proteja de las inclemencias. Ya podrían muchos cumplir así una década de resistencia.
Hasta la victoria.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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