La Nube, Bilbao
La música debería estar en los garitos, no en grandes
pabellones ni en polígonos industriales. Ese es el estado natural de las cosas,
la esencia de la que surgió todo hace la tira de años. En el principio estaban
los bares y luego lo demás. De un tugurio humeante de Asbury Park surgió por
ejemplo Bruce Springsteen y a partir de ahí inició una meteórica carrera que le
impediría en un futuro tocar en recintos tan reducidos. Otros, por contra,
prefieren no perder el contacto con el populacho y cada cierto tiempo
descienden de las alturas, como el bluesman Joe Bonamassa, que reserva una
parte del año para shows más intimistas alejados de los escenarios
descomunales.
Pero consolidar un lugar como punto de encuentro requiere
suma pericia y una conjunción de factores que a menudo dependen del puro azar.
Es lo que sucede con La Nube, epicentro de la movida en el barrio bilbaíno de
Santutxu que sigue apostando por el circuito underground y trayendo grupos que
de otra manera ni se acercarían por estos lares.
Ya habían visitado el Satélite T hace no demasiado los
norteamericanos The Living Deads y ya montaron entonces un buen fiestón que
muchos seguro que todavía recuerdan. Es evidente que los combos de psychobilly
y derivados tienen un tirón indiscutible entre el sector femenino, lo cual
siempre se agradece, ya está bien de granjas de nabos, pero lo que no llegamos
a imaginar es que agotarían el aforo con todo el papel vendido y creando una
olla a presión en la que la motivación estaba puesta de antemano.
En un ambiente tan cargado de humanidad se presentaron los
nativos de Colorado The Living Deads
en formato dúo, nada que ver con su visita precedente en la que contaron con
una banda en condiciones. Tal vez aquello encajara más dadas las dimensiones
limitadas del garito, aunque en nuestra opinión se tornó una decisión
equivocada que podría haber transformado un bolo correcto en uno memorable.
Con la elegante y sensual Symphony comandando la nave con su
contrabajo y la batería allá en lontananza, la trillada sintonía de ‘El Bueno,
el Feo y el Malo’ sirvió de introducción y muchos ya empezaron a acordarse de
los Ramones, que también la utilizaron en su mítico ‘Loco Live’. Las
referencias a los neoyorquinos fueron, de hecho, una constante durante el recital,
quizás hasta el exceso, solo les faltó desenterrar a Joey y Johnny.
Los primeros contoneos femeninos llegaron con “Hot Stick” y
en la reciente “No More Sparkle In Your Eyes” rememoraron a su manera el “Be My
Baby” de The Ronettes por los toques de batería, algo que también emplearon The
Jesus & Mary Chain en su celebérrimo comienzo de “Just Like Honey”. Esos
tonos dulzones reminiscentes del pop chicle de los sesenta también recordaban
por supuesto a Joey Ramone, por lo que la emoción estuvo a flor de piel.
Pisaron el acelerador punkarra con “Robot Kids” y enlazaron
con la impepinable “Beat On The Brat” de los recurrentes Ramones, el arma
perfecta para animar cualquier guateque. Su humilde hit “Everything Is Broke (But Our Love)” encendió asimismo los
ánimos, en especial en su acelerada final, y en el “The Way I Walk”
popularizado por The Cramps se apuntaron otro tanto por su oportunidad, aunque
lo cierto es que abusaron un poco del cancionero ajeno.
No esperábamos desde luego el “Astro Zombies” de The
Misfits, otra de esas piedras angulares que a modo de poción mágica animan
cualquier garito que se precie. Y ahí se definieron como una banda “punkabilly”, aunque con los homenajes
que se estaban marcando sobraba por completo la aclaración. El otro flanco lo
cubrieron con el “Oh, Boy!” de Sonny West, una elección demasiado estándar,
casi de Primero de Rockabilly. Si había por ahí algún purista, se rasgaría las
vestiduras con razón.
El batería, que tocaba a la manera de Slim Phantom, tomó la
voz cantante en “Barrell Full Of Monkeys” y emuló el aire macarril de Dee Dee
Ramone. La verdad es que se les notó un poco más parados que la vez anterior,
pese a que Symphony mantuvo intacto su aire sensual y no se atrevió a
reproducir aquella mítica estampa en la vitoriana sala Helldorado donde se
quedó en ropa interior con su contrabajo. ¡Oh!
La frenética “Shit Men Say To Symphony” sirvió para añadir
leña al contoneo de las féminas y en “Jackson” del inmortal Johnny Cash tomaron
el relevo los más tradicionalistas. Ya se empezaban a echar de menos a los
Ramones y por ahí apareció otra de las infalibles, “The KKK Took My Baby Away”,
para cantar hasta desgañitarse.
Se pusieron serios al hablar del “gran problema” de su país, esto es, la proliferación de armas,
aunque también habría que añadir esa cierta incontinencia de los maderos
yanquis al apretar el gatillo, porque casualmente a los negros nunca se les
suele disparar el arma, si es que la llevan. En fin, que este alegato
antibelicista les valió para presentar “Got A Gun”.
Habían estado correctos y el personal reclamó los
preceptivos bises. Symphony en un castellano de marcado acento guiri preguntó
si queríamos otra y alguno con cierta coña dijo: “¡Pero que no sea una versión!”. Se habían pasado un poco con el
tema, sí, pero condescendieron con piezas rockabillies para mover vestiditos, a
la par que el baterista reivindicaba el punk como “rock n’ roll con otro nombre”. Habría que discutirlo, pero bueno.
Como hemos dicho, en su anterior visita se lo curraron más,
aunque eso no quita para que ofrecieran un recital muy digno, entretenido y que
para una noche de sábado cumple de sobra. Lo que fue histórico sin paliativos
fue el llenazo punkabilly en La Nube. Quizás se perdió algo de inocencia.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
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