Kafe Antzokia, Bilbao
Hay personajes a los que la suerte siempre les pasa de
refilón. Eternos olvidados de la industria discográfica, no tardan en buscarse
la vida por su cuenta a la vieja usanza, esto es, pateándose garitos y
ganándose una reputación sólida desde el escalafón más bajo, sin miedo alguno a
mancharse las manos. Tampoco se toman muy a pecho las críticas negativas,
incluso aunque provengan de una figura de renombre como Lester Bangs, ya se
sabe que al fin y al cabo todo depende de gustos.
Con un currículum que echa para atrás que incluye
colaboraciones junto a Ringo Starr, Elvis Costello o su gran amigo Bruce
Springsteen, al que se ha unido en el escenario en repetidas ocasiones, Willie
Nile cuenta con una reputación considerable entre sus colegas de profesión que
le ha llevado a abrir para The Who o a que los mismos Rolling Stones le
birlaran por la cara el tema “She’s So Cold” para su disco ‘Emotional Rescue’.
Algo que no pareció molestarle demasiado, pues zanjó con un “Me encantan los Rolling Stones”
cualquier posible litigio al respecto.
Y otra de las patas fundamentales que cimenta su fama es el
entusiasmo de sus fans, absolutos protagonistas del eco épico de muchas de sus
composiciones. Es un trovador contemporáneo a la manera de Bob Dylan o Leonard
Cohen, apegado a una realidad cotidiana que intenta revestir de cierta
grandeza. Tal vez esa faceta humilde sea su secreto, aparte de su incontestable
habilidad para el directo, pues resulta complicado salir aburrido de un bolo
suyo.
Empezaba la temporada concertil en un Kafe Antzoki bastante lleno para ser un jueves, repleto de
viejunos con camisetas de Dylan, Cash y otras últimas novedades, véase la
ironía. Había también grupúsculos de chicas jóvenes que hacían pensar que
quizás en realidad no esté todo perdido y exista esperanza en el futuro de la
especie.
Era ya la tercera ocasión que coincidíamos en ese mismo sitio
con Willie Nile y uno de los
atractivos de esta gira peninsular estaba en la banda puramente americana de la
que se haría acompañar, pese a que posteriormente se incorporaría al jolgorio
su eterno escudero patrio, el asturiano Jorge Otero, de Stormy Mondays.
Una de las claves que explicaban el tremendo ambientazo
vivido en este inicio de curso residiría en la complicidad exhibida entre
artistas y público. A Nile le gritaban “¡Grande!”
desde la muchedumbre cada dos por tres y los escuderos repartían miradas de
complicidad entre las primeras filas, el bajista incluso hizo un gesto de que
le había molado la camiseta de Hanoi Rocks de un servidor. Y el guitarra
tampoco pudo evitar inmortalizar el momento en el que la multitud comenzó a
corear el consabido “oé, oé”.
El repertorio estuvo centrado en el reciente álbum ‘World
War Willie’, que contiene auténticos trallazos como la épica springsteeniana de
“Forever Wild” o la no menos certera “Granpa Rocks”. Rindió homenaje a su
biografía personal en “Life On Bleecker Street”, el nombre de aquella calle en
la que inició el arduo oficio de arrastrar almas a garitos cada noche.
Los puños se levantaron en alto para “The Innocent Ones”,
cargada de sonido New Jersey hasta las cachas y que probablemente no costaría
imaginar cantada por el ‘Boss’. Con los ánimos desbordados, estaba claro que el
bueno de Willie bajaría a batirse el cobre entre el gentío, por lo que se le
hizo un corro en su honor y el personal botó a su alrededor como si se tratara
de una verdadera divinidad a la que venerar.
El sentimiento de hermandad no disminuyó con la coral “Let’s
All Come Together” y en “Bad Boy” se las dio de canalla al traducir el título
como “chico malo”, aunque aseguró que
él no lo era, pero que el guitarra “tal
vez”. El grito de guerra “Hellyeah” contribuyó a la progresión ascendente
de su recital, antes de relajar con el poso dylaniano de “Love Is A Train”, que
definió como “una de sus canciones
preferidas”, un instante sosegado en el que el bajista aprovechó para posar
con las chicas de las primeras filas y lanzar miraditas.
Muchos venían con la lección aprendida y la novedad “Trouble
Down In Diamond Town” fue precedida por un “one,
two, three, four” expelido a pleno pulmón por el respetable. Espectacular.
No escatimó en referencias a la historia del rock en su himno “House of a
Thousand Guitars” y terminaron de meterse al personal en el bolsillo con su
revisión del clásico “Sweet Jane”, vinculado inexcusablemente a la figura de
Lou Reed, un neoyorquino de pro.
Y con los aullidos del personal todavía resonando en la
sala, enlazaron con el mítico “Heroes” de Bowie, en la que algunos hasta chocaron
las palmas en señal de aprobación. El ritmo se había tornado imparable y no era
cuestión de desaprovechar la coyuntura favorable de la velada, por lo que
enfilaron con “One Guitar”, otra de las imprescindibles en sus shows. La
camaradería entre músicos y respetable quizás llegó a su punto álgido cuando el
bajista se arrodilló ante una chavala y le ofreció una púa cual caballero
andante a disposición de su monarca. A la chica el gesto tampoco es que le
emocionara mucho, puso cara de circunstancias, de decir “`pues bien, ya tengo púa para el salón de casa”.
El fiestón montado fue tan colosal que se requirió la vuelta
al escenario a grito pelado y no tardaron en condescender mientras la peña
seguía cantando ese estribillo “na na na”
de “One Guitar”. Y el desmadre absoluto mandó en el “A Hard Day’s Night” de
los Beatles en el que los honorables maduros bailaron como perritos, o
directamente como freaks
alcoholizados de bar a altas horas de la madrugada. “¡Jo, qué noche!”, pensarían algunos a la mañana siguiente.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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