La Nube, Bilbao
Carolina Cutolo en ‘Romanticidio’ expone una teoría curiosa
según la cual somos lo que bebemos y así su mejor amiga sería tan auténtica
como un café irlandés, su compañera de trabajo se asemejaría a un cóctel hortera
y para sí misma se reservaría la categoría de un Bloody Mary. Pues bien, con
algunos grupos de música pasa algo parecido y podríamos encontrarnos desde
exquisitas bebidas destinadas a muy pocos paladares hasta vulgares productos
adulterados sin una mínima gota de sustancia en su interior.
Los franchutes Cheap Wine no se andan con rollos a la hora
de recomendar su suculento caldo desde su bandcamp
y aconsejan “pillar una botella de
vino, llenar la pipa y disfrutar del viaje”. Su estilo es desde luego para
tomárselo con tranquilidad, repantigarse en el sofá y recrearse ayudado por
alguna sustancia en esos desarrollos instrumentales que antaño se llamaban
blues progresivo y que sirvieron indefectiblemente para consolidar la evolución
del rock contundente.
Quizás por ello se dejaron caer esa noche por La Nube unos
cuantos jovenzuelos de aspecto hippie, que unidos a la nutrida multitud que
abarrotó el local, demostraron que este género sigue muy vivo por más que pasen
las décadas. Es como los vinos de prestigiosas bodegas con Denominación de
Origen, cualquiera reconoce al instante que su sabor contiene algo especial,
aunque esté trillado a más no poder y a veces se inventen para llamar la
atención etiquetas tan estrambóticas como “Heavy
Soul Psychedelic Blues”. No hace falta, un simple sorbo basta para darse
cuenta de que se trata del blues progresivo de toda la vida, ese que bordaban
como nadie Cream y hasta cierto punto Jimi Hendrix, todo un pionero en ese
aspecto.
Con la banda en formato instrumental como si estuvieran en
el salón de casa, se presentaron a la concurrencia Cheap Wine, un toque que añadió glamour al asunto antes de que su
vocalista bajara por las escaleras para unirse al grupo con una dignidad que ni
Jim Morrison. Ese no era el único parecido con el Rey Lagarto, puesto que aquel
tipo tan competente se antojaba casi un clon a Ina de The Wizards y seguramente
comparten idénticas influencias, caso de Danzig y esa pose mística que se
remonta a The Doors, aunque existen también notables chamanes en la actualidad
como David Eugene Edwards de Woven Hand.
Muy rodados se les notó desde el comienzo a estos gabachos
que ejecutaron impecablemente sin resultar pesados, y eso que ese día andábamos
cansados con temor a quedarnos dormidos de pie. El que ponía orden en esa
peculiar cata era su inmenso guitarrista ataviado con sombrero cordobés y una
camisa de lunares con la que se podría pasar sin desentonar por la Feria de
Abril. Muchos asistentes enseguida distinguieron al verdadero timonel y no
tardaron en exclamar desde atrás: “¡El
barbas, el mejor!”.
Con un poso más que considerable de halo Black Sabbath,
aquello a veces era para entrar en trance, como de hecho lo hacían algunos
tipos situados al borde de las escaleras. No era para menos, sobre todo cuando
al cantante le daba por utilizar su theremín, uno de los instrumentos
electrónicos más antiguos que existen al datar de 1919 y que por apariencia se
asemejaba a una especie de aro metálico por el que se introducía o se alejaba
la mano. Uno veía la escena y no podía evitar pensar en pitonisas,
clarividentes y otros tipos con la facultad de predecir el futuro. Ya si
hubiera tenido una capa o una bola de esas de rayos en su interior nos
habríamos convertido de inmediato al culto. La primera vez que vemos algo así.
En pleno éxtasis. |
No inventaban nada nuevo, pero sus desarrollos
instrumentales daban vértigo, parecía que tocaban un botón y la máquina se
ponía en funcionamiento sin apenas mácula, bajando la intensidad enredándose en
teclados tipo The Doors o alcanzando el éxtasis cuando el voceras se ponía en
plan mesiánico extendiendo los brazos. “¡Tiene
la puta voz de Jim Morrison!”, decían con asombro desde la concurrencia.
Cierto, pervivía en el tipo la huella del apóstol de la contracultura de los
sesenta, pero también se acercaba a Robert Plant o Ian Gillan cuando reproducía
el mítico truco de emular con alardes vocales los punteos de guitarra. Hay
trucos que siempre funcionan.
Su repertorio quizás fuera un tanto ignoto para los
asistentes, pero eso no era problema alguno para que el personal tarareara sus
piezas como si las conociera de toda la vida. Algunos incluso se atrevían a
realizar sus propias adaptaciones, como por ejemplo, cuando se arrancaron con
un ritmo bluesero y se escuchó por ahí “She’s
got the jack”, en alusión al popular tema de AC/DC. La imaginación al
poder.
La confraternización con la parroquia llegó a tal punto que
cuando anunciaron que tocarían la última, todo el mundo se revolvió y algunos
exclamaron: “¡Ni de coña!”. Lo cierto
es que el guitarrista barbudo dejó un inmejorable sabor de boca con un punteo
épico de ínfulas sureñas a lo “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd y los gritos
atronadores exigiendo bises no permitieron a los muchachos casi ni abandonar el
escenario, tuvieron que regresar hasta por segunda vez con un inmenso “Gloria”
de Them para saciar las ansias del respetable.
El vocalista bajó a darse el inevitable baño de masas, los
punteos del guitarrista “cordobés” fueron para alcanzar el cielo y con este
panorama tan exaltado la peña siguió pidiendo bises ya por tercera vez, pero ya
era demasiado, tampoco se podían quedar a dormir allí, y menos con una gira
peninsular por delante de una decena de fechas. Una prueba de que su producto
no tiene nada de baratillo, caldo de primera, cero garrafón.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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