Kafe Antzokia, Bilbao
Hay signos que
delatan una autenticidad desmedida, pequeños detalles que probablemente pasen
inadvertidos para la mayoría, pero que para otros equivalen a una declaración
de amor en toda regla, una invitación a conocer a otra persona y confraternizar,
por lo menos espiritualmente. Es como aquello que decían de encontrarse con
alguien leyendo un libro que te gusta, una casualidad de esas que te hace dudar
de si tal vez debería sucumbir la humanidad bajo una lluvia de napalm, quizás unas
cuantas almas puras merezcan salvarse.
Observar una bolsa de Rough Trade, mítico sello discográfico
especializado en post punk y rock alternativo que se remonta a 1978, es uno de
esos sucesos extraordinarios que haría renegar a cualquiera del nihilismo.
Todavía queda esperanza si en pleno siglo XXI se reivindica el lugar donde nacieron
The Smiths y que tanto significó para el desarrollo de una verdadera cultura
independiente al margen de gafapastismos varios.
Ese símbolo de resistencia frente al aborregamiento lo llevaba
una chica perteneciente a la escena post punk bilbaína fraguada en recintos underground, un grupillo selecto que
acude con fidelidad religiosa a los bolos del rollo. Es fácil distinguirlos por
su aire bohemio como de estudiantes de Bellas Artes y su capacidad para meter
bulla y conseguir arropar a las bandas con la intensidad de enfervorizados
fans.
De ahí precisamente surgieron Vulk, cuyo post punk gélido, germanófilo y hasta con un punto
militarista retumbó hace pocos meses en el Ambigú en un recital que solo
admitiría el calificativo de épico con peña volando por los aires y tan
abarrotado de gente que hasta se utilizaron las mesas de improvisadas atalayas.
Tocar esa noche en el Kafe Antzokia suponía un considerable salto cualitativo
para los bilbaínos y no iban a desaprovechar esa oportunidad lo más mínimo.
Vulk tomando posiciones frente a la ofensiva. |
Con la primera fila plagada de féminas con pinta de
interesantes, estos herederos de Joy Division contaron con la colaboración en
un tema de Josu de Belako, demostraron una vez más que dominaban a la
perfección el lenguaje escénico y que sus recitales jamás dejarán indiferente.
Eso lo saben muy bien en la sala donostiarra Dabadaba, que en su recién
inaugurada discográfica publicarán su debut ‘Beat Kamerlanden’, no en vano han
calificado sus directos como “un cuchillo
afilado”. Y no andan nada desencaminados.
Ya desde el comienzo con “The Decccline” su vocalista incitó
al pogo colectivo dándose golpes en el pecho o poniéndose de espaldas como si fueran
los The Jesus & Mary Chain de los inicios que hacían esas cosas tan
bizarras y se piraban al de diez minutos. Inmensa fue su declaración de
principios “Pop Is War” con su voceras tirado por los suelos mientras el
personal contemplaba aquello absorto cual vídeo de Nick Cave. Si comparaban a
Poch de Derribos Arias con el líder de Joy Division puesto de monguis, este
chaval sería un Ian Curtis con un ramalazo psicótico, capaz de explotar en
cualquier momento. Cada vez más grandes.
Josu de Belako también se incorporó a filas. |
Lo cierto es que el indie pop de Señores no nos seducía demasiado a priori, y menos que se
presentaran al personal con un “¡Hola
bellezas!”. Toda una ironía teniendo en cuenta que las chicas de las
primeras filas se habían esfumado casi en su totalidad y en su lugar se habían
sustituido por barbudos y peña bien que no eran tan agradables de mirar como las
anteriores.
Está feo que se hagan esas cosas, pero la verdad es que
muchos pusieron pies en polvorosa y dejaron un ambiente bastante desangelado en
la sala, a excepción de los cuatro acérrimos que se sabían las canciones. No
era tampoco nada descabellado, puesto que mediaba un abismo entre la apabullante
actitud post punk precedente y un empalagoso tono reminiscente a Los Planetas
que repetía más que un bocata de chorizo. Menos mal que no les dio por emplear ese recurrente deje aflamencado que lo contamina todo.
Admitimos empero que le echaron ganas al asunto y sonaron con
mayor vitalidad que en estudio, aunque ciertos detalles descolocaban un poco,
como cuando les daba por saludar con un “All
Right” o legar frases memorables para la posteridad como “Tengo los pelos como Scorpions”. Tocaba
presentar su último largo ‘La Luz’, por lo que lo repasaron a conciencia con “Democracia
Enferma”, “Los Modelos” o esa “Margarita” cercana al shoegaze donde afirman que “De
sarcasmos no se come”. Pues a ver si se lo aplican.
Como hemos dicho, con los teloneros había el doble o el
triple de gente, pero de vez en cuando se desencadenaban pogos recatados, como
en “Corporarturo Avaricio” o “Dios Enamorado”, que se corearon con verdadero
fervor. Pero el momento más álgido de su repertorio quizás estuvo en ese
intervalo instrumental post rock a lo Toundra en el que certificaron que de
talento andan sobrados. Una lástima que no reincidan con mayor frecuencia en
este campo.
Para los bises se regodearon en el toque llorón a lo Dorian
de “Mírame (Los placeres me disfrutan a mí)” porque “en la maqueta molábamos más”, según confesaron, y acabaron con el
futuro en lontananza en “Estrella de la Muerte”, que les pilló al final
desparramados por los suelos. Suponemos que eso sería parte de su cacareada
actitud punk.
Pese a que se nos ocurren tormentos más infrahumanos que
soportar una actuación de este calibre, seguimos pensando que esa noche Vulk se
comieron con patatas a sus compis a las tablas. El impulso belicista estaba en
la vanguardia absoluta, había una guerra declarada al pop, a los tipos sin
personalidad, a los combos cortados por un mismo patrón y las barbas no se
librarían tampoco de la ofensiva total. Sin armisticio alguno. Blitzkrieg.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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