Shake, Bilbao
Hay grupos a los que les va la sobriedad. Son aquellos
malditos que se pasan el tiempo mirando al suelo, apenas se mueven y por
supuesto nada de hablar entre canción y canción, dejemos esas tonterías para
las estrellitas con la cabeza tan hueca como sus discursos. Puede incluso
acabar el recital y uno todavía no enterarse cómo se llama la banda en
cuestión, a menos que sea fan suyo, y ni barajemos la posibilidad de intentar
seguir el repertorio, las referencias o puntos de apoyo son inexistentes.
A pesar de nuestra fidelidad absoluta a este tipo de gente
auténtica que no va a los conciertos a hacer amigos, hay que mencionar que los
mexicanos Los Sustos en directo eran todo lo opuesto a lo descrito
anteriormente. Se presentaron por lo menos unas veinte veces hasta el punto de
que su coletilla ya hacía gracia, invitaron a la peña a chupitos sin reparar en
gastos y no dudaban en conversar fraternalmente con los asistentes a la menor
ocasión, la separación entre artistas y público barrida de un plumazo.
Anti-malditismo a granel.
Muy de crecerse en las distancias cortas era también el dúo Luma, en clara progresión ascendente
desde que les vimos de teloneros de The Strypes y que cuentan ya con un nutrido
grupillo de fans que acudió esa noche al Shake, entre los cuales se encontraban
Deu de WAS o Cris de Belako con un séquito de chicas bohemias.
Lo cierto es que mola tanto la pose atormentada a lo Kurt
Cobain de su vocalista como esos pasajes desérticos que agradarían hasta el
mismísimo Josh Homme. Todavía no han alcanzado entre ellos ese grado de
compenetración que bordea la simbiosis de Niña Coyote Eta Chico Tornado en el
que las miradas lo dicen todo, pero poseen los mimbres necesarios para epatar
de igual manera. Uno de los combos más prometedores del panorama actual. Al
tiempo.
El dúo Luma, entre la pose atormentada de Cobain y el stoner rock de QOTSA. |
Con los aztecas Los
Sustos no cabían sorpresas de ningún tipo en materia estilística, pues su
garage punk era más troglodita, poco dado a las innovaciones y con tantos
matices como un garrotazo de los que te deja un instante turulato. Una vez que
te recuperas del golpe, empiezas a recuperar la conciencia y caes en la cuenta
de que tal vez no pasarán a la historia de la música, pero que para un rato
divertido son una opción más que respetable.
Ellos se encargan de crear lazos afectivos con el
instrumento más infalible que existe, mejor incluso que las redes sociales: el
alcohol, por supuesto. La botella de whisky que un servidor inauguró
gustosamente desapareció casi cual espejismo en el desierto y de vez en cuando
los tragos que le pegaban los tipos nos recordaban que en realidad sí que
existió. Ahí quizás pecaron de incautos al ofrecer algo en un país en el que se
arrampla con todo lo que sea gratis. Ni aunque fuera veneno perdonaríamos.
Los Sustos en plena demolición. |
Su decálogo era también simple, alabanzas a la marihuana, al
narcotraficante Chapo Guzmán o a “las
chicas malas que están bien buenas”. “Esperamos
que haya muchas de esas”, dijeron con cierta candidez, ignorantes de que se
encontraban en pleno Euskadi, quizás uno de los rincones del planeta con las
tías más bordes por metro cuadrado.
En la época de la dictadura de lo políticamente correcto que
te inciten a beber se convierte en un
acto tan subversivo como lanzar un cóctel molotov contra una sucursal bancaria.
“Pónganse bien borrachos, no para dar
beneficios al bar, sino para alegrarse”, recomendaron fervientemente estos
simpáticos aztecas. Salir de fiesta con ellos tiene que ser realmente
espectacular, un servidor los adoptaría ipso facto.
Echaron la bronca al personal porque faltaba “actitud de viernes” antes de reincidir
en su punk corrosivo tipo Los Saicos en “Callejera” o acercarse a la energía
escandinava de mástil en alto de The Hellacopters en “No hay más”. De
motivación, como hemos dicho, andaban sobrados y no se cortaron a la hora de
arrancarse con una pieza instrumental porque “las etiquetas son para los frascos”. Con un par.
Lo malo de semejante derroche de vitalidad es que se esfumó
volando, eso sí, dudo que nadie olvidara el nombre de la banda, pues su “Somos Los Sustos” podría acompañar a
cualquiera casi hasta la extremaunción. No disponen de un repertorio demasiado
extenso, por lo que no quedaba mucho por rascar, en esos casos las versiones
son un recurso muy socorrido y lo aprovecharon con creces en una adaptación muy
libre, tal vez en exceso, del clásico de Johnny Kidd & The Pirates “Shakin’
All Over”, ideal para el desparrame final.
Un epílogo perfecto para una noche de ecos desérticos y
cafres bienintencionados que solo querían ponerse hasta el culo y rasgar
guitarras. A estos especímenes hay que declararlos especie protegida pero ya.
Esto sí que está más amenazado que el lince ibérico.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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