Kafe Antzokia, Bilbao
Que un perturbado esté al mando de una de las naciones más
poderosas del planeta no deja de provocar cierta inquietud y que uno se replantee
sus lealtades más acérrimas. ¿Hasta qué punto se convierte uno en cómplice del
capitalismo desbocado al consumir productos musicales de la tierra de las
oportunidades? ¿No iría eso en contra de ese nuevo proteccionismo que quiere
instaurar el demente Trump? América para los americanos, pues en ese caso que
se vayan a cascarla, para ser coherentes.
Alguien dijo que no se podía ser fan de Bruce Springsteen y
al mismo tiempo declararse antiamericano, pero convendría puntualizar que una
cosa es la cultura yanqui y sus múltiples tentáculos y otra rechazar ese
incontenible belicismo más propio del matón de barrio que se siente poderoso y
hace y deshace a su antojo. Y a este respecto habría que recordar que el Boss,
quizás en cierta contradicción con su condición de representante de la clase
obrera, se ha hecho fotos junto a presidentes, sí, por ejemplo, junto a Barack
Obama, pero no ha posado al lado de George W. Bush, Mitt Romney o cualquier
otro personaje vinculado a las fuerzas vivas de su país.
Toda una velada dedicada a la herencia musical de las barras
y estrellas se había montado aquella noche en el Kafe Antzokia en una nueva
edición del ciclo Izar & Star. Primero, con el homenaje al mítico garito
angelino The Troubadour, donde figuras claves en la historia del rock del
calibre de Elton John o Neil Young debutaron en directo y sus paredes vivieron
hechos tan insólitos como el arresto de Lenny Bruce por gestos obscenos o el
momento en el que se conocieron en la barra Don Henley y Glenn Frey de The
Eagles.
Y pese a que en ocasiones aquello se acercara a una especie
de cajón de sastre en el que cabía cualquier cosa, muy bien se lo curraron Saúl Santolaria & Friends con una
banda con un guitarrista de órdago y unos coros estratosféricos en los que
sobresalía la vocalista Lara. El cantante principal tampoco defraudó lo más
mínimo al atreverse y salir victorioso en clasicazos del estilo del “Take It
Easy” de The Eagles, un inmenso “Go Your Own Way” de Fleetwood Mac, con su
punteo épico, o un “Sweet Caroline” de Neil Diamond tan soberbio que hasta hizo
enmudecer a las cotorras. Impresionante, lo mejor de la velada.
Saúl Santolaria y sus muy competentes "amigos". |
Atreverse con un repertorio cargado de una personalidad tan
apabullante como la de Springsteen no es algo al alcance de cualquiera, hay que
valer mucho, por lo que todo esfuerzo en ese sentido ya debería merecer una
simple consideración de antemano. Muy bregados en las versiones estaban The Associados, que cuentan en sus
filas con dos miembros de los recordados Itoiz, el ex vocalista de los
desaparecidos Shisha Pangma y otros veteranos de la escena local.
Recordaron en un primer momento al Boss pureta atormentado
por el divorcio en “Brilliant Disguise” y subieron la intensidad con ese
emocionante “Fire” que narra la inevitable aproximación entre un macho y una
hembra. Al igual que los teloneros, también contaban con una vocalista
femenina, que brilló en la crepuscular “I’m On Fire”, y hasta un saxofonista al
que no se le escuchó demasiado, lo cual supuso un inevitable lastre en
determinados temas.
The Associados, unos veteranos de las versiones. |
El celebérrimo “Glory Days”, que enlazaron con los acordes de
“Louie, Louie”, nos resultó un tanto verbenero y poco creíble, pues a veces su
vocalista se asemejaba más a Eddie Vedder que al propio Bruce. Algo más de
documentación se hubiera agradecido por lo menos para “The Rising”, que se
anunció como una pieza “moderna”,
aunque tenga ya unos quince añitos de nada. Al margen de ese detalle, quedó muy
correcta, eso sí, con los coros bien empastados.
Un himno mayor como “The River” merecía asimismo unas
cuantas horas de estudio en casa, quizás seamos muy puntillosos, pero siempre
nos pareció una tremenda falta de profesionalidad eso de andar mirando cada dos
por tres la letra en un atril como si aquello fuera la Orquesta Filarmónica o
algo así. No cuesta tanto empollar unos mínimos.
Muy inspirada, por otra parte, estuvo la introducción antes
de “Cadillac Ranch” en la que el vocalista nos relató la creación del mundo en
siete días, con “las hamburguesas con
queso” como principal obra divina y a continuación “el aire acondicionado”, “los
pantalones vaqueros” y el “rock n’
roll”, antes de que del quinto al séptimo día el Señor descansara y paseara “con su chica en su Cadillac”. Aquí sí
que sentimos en especial las carencias del saxo, pues en la original atruena y
en esta ocasión apenas se escuchaba.
Hicieron alusión al origen tenebroso de la festiva “Born In
The USA” y amagaron con el “Where The Streets Have No Name” de U2 antes de
poner al personal a bailar en la oscuridad en “Dancing In The Dark”, donde se
subió a mover el esqueleto una elegante chica de pantalones de cuero. Y no se hubiera
entendido ningún tributo al Boss sin el canto a los desarrapados de “Born To
Run”, que sonó más lenta que la original, aunque el pureteo lo flipó y elevó
hasta la estratosfera los “oh oh oh” del
estribillo.
El bis nos descolocó por completo porque no acabamos de
entender qué pintaba allí el “Rockin’ In A Free World” de Neil Young. Pero oye,
a nadie le amarga un dulce y con la colaboración de Saúl Santolaria el conjunto
se tornó muy decente. Hay piezas que se agradecen en cualquier tipo de evento.
Bodas, bautizos y hasta homenajes a Springsteen.
El repertorio fue muy convencional, en definitiva, pudieron
haber ahondado más por ejemplo en esa primera época en la que Bruce se pateaba
los garitos de Asbury Park entonando canciones noctívagas como “Spirit In The
Night” o “It’s Hard To Be A Saint In The City”. Al igual que su discurso
político, el Boss a veces puede convertirse en algo demasiado generalista
dependiendo del cristal con el que se mire, pero siempre conviene tener en
mente el consejo del amigo americano de coger la carretera y pisar a fondo el
acelerador para huir de todo.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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