lunes, 6 de marzo de 2017

MING CITY ROCKERS: TIRADOS CON CLASE



Satélite T, Bilbao

El rock n’ roll es un ejercicio de arrogancia, decía el gran Jorge Martínez de Ilegales. Eso lo sabían de sobra aquellos muchachos que a comienzos de los setenta empezaron a pintarse las uñas, a llevar cardados imposibles y a rebuscar en los armarios femeninos en un alarde de provocación que todavía sigue rasgando vestiduras a día de hoy. Hacía falta glamour en la escena, recuperar aquella elegancia de antaño, abolir esa trasnochada estética de macho alfa y reivindicar ese componente peligroso que se había perdido entre el buenrollismo hippie.

Los ingleses Ming City Rockers han recogido ese testigo y le han incrementado las revoluciones hasta acercarse al salvajismo de The Stooges o MC5, sin renunciar tampoco a una sensibilidad pop que les lleva a grabar discos redondos de menos de treinta minutos, sin rollos, pura inmediatez punk. Por su estilizada imagen, nadie diría que se criaron entre el olor tóxico de la planta petroquímica de la ciudad de Immingham, apodada “Ming”, un hecho que les sirvió para su bautismo al tiempo que se inspiraban también en el “Clash City Rockers” de The Clash.


No parecía haber mejor antídoto para la resaca ese domingo, por lo que la cita en el Satélite T era obligada, no todos los días uno tiene la oportunidad de contemplar a émulos de New York Dolls. Y el personal respondió abarrotando una vez más el garito y demostrando que cualquier hora es buena para meterse un chute de rock n’ roll en vena. La aspirina perfecta para borrar los estragos de la noche anterior.

Haciendo gala de una actitud apabullante, Ming City Rockers marcaron sus coordenadas con los riffs contagiosos de “Sell Me A Lemon” antes de pisar el acelerador en “Death Trap”. Ahora que se habla tanto de visibilizar a las mujeres también en los festivales, pensamos que por su carácter paritario podrían contratarles en el Azkena y así cumplir los estándares adecuados de la dictadura de lo políticamente correcto, aunque lo cierto es que a las chicas algo más de vidilla ya les haría falta en el escenario, pues a menudo se mostraban imperturbables. Sería esa endémica frialdad inglesa.


El que montaba el numerito sin lugar a dudas era su ambiguo e inquieto vocalista, que lo mismo traspasaba la valla de separación para sentir el sudor de los fieles que se arrodillaba frente a la guitarrista de apariencia oriental para lamer las cuerdas. Espectáculo puro y duro en el que no se andaban con remilgos al presentar las canciones, caso de “I’m Not The One”, que no tenía nada que ver con pretensiones románticas, sino con “follar”, según anunciaron.

Su nihilismo se desbordaba a borbotones y recordaban quizás en exceso a las muñequitas neoyorquinas en “All I Wanna Do Is Waste My Time With You”, pero no perdían tampoco de vista el espíritu incendiario de MC5. Pildorazos de apenas dos minutos que valían para desperezar de un plumazo con su tralla protopunkarra.


Uno de los momentos álgidos del recital fue cuando el activo frontman se dio el esperado baño de masas y desapareció entre la multitud mientras en el escenario se enredaban con punteos blueseros. En su periplo preguntó a ver si había por ahí algún músico igual que cuando en las pelis solicitan un médico y casualidad que estaba en el recinto el polifacético DJ y guitarrista Rudy Mental, que no se cortó en subir a tocar un tema con ellos. Un colofón que solo podría engrandecerse agarrando el cartel de Rabba Rabba Hey y retornando al roce humano al grito de “¡This is rock n’ roll!”. Brutal.

Con este panorama tan caldeado, los bises se exigieron a pleno pulmón, pero el entusiasmo de la parroquia era tal que tuvieron que salir por segunda vez. “¡Nos gusta que nos jodan, sí!”, decía el voceras con descaro antes de cascarse un impepinable “I Don’t Mind If You Don’t Mind” en el que rememoraron esos punteos que saltan chispas a tope de revoluciones de la primera época de The Stooges. Lo único que faltó fue untarse el torso con crema de cacahuete. Pasote.


Aquello no llegó ni siquiera a la hora, fiel a la máxima de brevedad que ya propugnan en estudio, pero ya les gustaría a muchos legar bolos tan incisivos y contundentes como el de ese mediodía. Sin pajas instrumentales ni mierdas, directos al grano, sin marear la perdiz y manteniendo una inefable elegancia de desarrapados proletarios. La dignidad de los parias y marginados. Eran unos tirados con clase, desde luego.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

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