viernes, 20 de octubre de 2017

CHELSEA: COMO LOS BUENOS



Satélite T, Bilbao

Lo bueno que trajo el advenimiento del punk fue el elogio a la inmediatez constante y que se pudiera mandar a cascarla sin que a uno le mirasen mal a todos esos ombliguistas encantados de haberse conocido que no dejaban de masturbar mástiles y aburrir con sus soberanos peñazos para virtuosos. Aquello de menos es más se convirtió en una verdad como un templo de grande y una máxima imprescindible que despojaría al panorama musical de esas irrefrenables ganas de marear la perdiz que alcanzaron su cenit a mediados de los sesenta.

Pertenecientes a la primera oleada del punk, los londinenses Chelsea se enorgullecían tanto de su lugar de procedencia y de sus orígenes de clase obrera que decidieron llamarse como un popular barrio bohemio de su ciudad en el que llegaron a vivir miembros de The Beatles o The Rolling Stones y al final se convirtió en una zona de exclusivos pudientes y una de las mayores concentraciones de famosos por metro cuadrado del planeta. Fue además uno de los epicentros de la movida del imperdible surgida a finales de los setenta, lo cual no desentonaba con su tradición de residentes librepensadores, no en vano por esos lares Oscar Wilde escribió ‘La importancia de llamarse Ernesto’ y Mary Quant diseñó la primera minifalda.


Por muchos bailes de formación y temporadas en el dique seco que hayan soportado, pocas bandas pueden presumir de haber superado las cuatro décadas desde que en 1976 un tal Gene October pusiera un anuncio en Melody Maker y le respondieran unos tipos que más tarde formarían Generation X, entre ellos un tal William Broad que más tarde sería conocido como Billy Idol. Y en todo este tiempo no se les han quitado las ganas de seguir aportando su granito de arena al panorama publicando el pasado junio ‘Mission Impossible’ y embarcándose en una nueva gira a sus años. Con un par.

Eso en la teoría porque en la práctica tampoco puede decirse que Chelsea se dejen la piel sobre el escenario. Vale que el Satélite T no anduviera a reventar de peña aquella noche, pero no nos cansaremos de repetir que es en tales trances donde sobresalen los músicos de verdad de los vulgares funcionarios. Con pintas de quinquis veteranos, los míticos punks no bucearon demasiado en su catálogo al recurrir de primeras a clásicos de su debut o su segundo disco como “Twelve Men”, “How Do You Know” o “I’m On Fire”. Había que celebrar el aniversario.


Oficiaron a piñón fijo con temas a toda pastilla que casi se atropellaban unos con otros y demostraron que el punk en realidad era esto y no mierdas patineras. No eran tampoco de los que se enredaban en interminables parrafadas, de hecho, un escueto “Are you all right?” fue quizás el único parlamento que pudimos escuchar antes de un rotundo “War Across The Nation” que ya era suficientemente elocuente por sí mismo.

“No Admission” se antojaba una de las piezas fundamentales en su historia, al igual que “No-One’s Coming Outside”, otro de esos singles que contribuyeron a cimentar la leyenda, de hecho, tenían tantos cortes desperdigados por ahí editados como sencillos que después de su debut tuvieron que sacar una recopilación de todos ellos llamada ‘Alternative Hits’. En esa situación se encontraba asimismo su piedra angular “Urban Kids”, en la que su voceras cedió el micro a la concurrencia, todo un alarde de efusividad en un bolo en el que los gestos de acercamiento podrían contarse con los dedos de una mano. Pero eso tampoco era gran problema, no habíamos ido allí a hacer amigos.


Lo que sí que se tornaba verdaderamente preocupante era que se retiraran para los bises al de unos escasos 40 minutos que no cumplían el expediente por muy punk que uno fuera. Menos mal que tuvieron el detalle de regresar al de poco con su himno obrero “Right To Work”, algo que les pegaba por completo pues por su pinta no sería raro que hubieran trabajado en su juventud en el sector de la construcción. Visto y no visto.

Aquello sabía a poco y hasta el dueño del garito ponía el grito en el cielo con un “¡Esto no puede ser!”. Los tipos no se estiraban mucho, no, así que cuando volvieron de nuevo casi parecía una especie de carta otorgada, y eso que ni siquiera habían alcanzado los sesenta minutos. Nos tuvimos que pirar a toda mecha hacia Radio Moscow, que esos sí empezaban a la hora y no se andaban con tonterías, pero nos contaron que por la presión ambiental no les dejaron marcharse de rositas y para llegar a unos mínimos tuvieron que retornar por enésima vez, no sin ponerse un poco dignos, al igual que cuando un niño no se quiere terminar la comida de un plato. Castigados sin cenar.


Algunos asistentes se tomaban el asunto con una mezcla de indignación y coña marinera y soltaban cosas como “45 minutos los cabrones” y otro respondía sonriendo: “¡Como los buenos!”. Vale que la máxima de menos es más sea ley, pero tampoco hay que pasarse. A la próxima que ofrezcan un repertorio acorde a las leyendas que son. En el Londres de finales de los 70 seguramente no se lo hubieran permitido. Bajo amenaza de lluvia de escupitajos.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA






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