viernes, 6 de octubre de 2017

RAMONAS: UNA FAMILIA FELIZ



Satélite T, Bilbao

Hay grupos tributos que son muy necesarios. No es lo mismo el saqueo indiscriminado de bandas que siguen en activo y giran con regularidad que el homenaje rendido desde el respeto cuando ya no existen posibilidades de contemplar bolos de ese combo en directo o las oportunidades para ello se tornan muy escasas. Ejercerían algo así como una labor de recuperación de la memoria histórica, recordar al mundo que una vez rompieron la pana en las distancias cortas y desgraciadamente aquello no se volverá a repetir.

Eso es lo que sucede con los innumerables tributos a los Ramones, ocasiones únicas de cantar a pleno pulmón piezas inmortales e impedir que caiga en el olvido el descomunal legado de los neoyorquinos. Y tenemos tal proliferación de agradecidos fans dispuestos a coger los instrumentos que han surgido hasta diversas categorías, como los que se centran solamente en su seminal obra ‘It’s Alive’, según hacían los ya míticos Gramones vitorianos, o las británicas Ramonas, que otorgan la perspectiva femenina al espíritu de 1976 con shows fugaces de una hora en los que casi no paran ni para respirar. A la vieja usanza.


Y lo cierto es que Ramones gustan mucho a las chicas, pocas hemos conocido a las que no les molen, quizás por eso sus camisetas ya se venden hasta en las tiendas de moda, en ocasión hasta vimos a un grupo de féminas ataviadas con prendas rosas de la banda como si fuera una despedida de soltera. Un hecho que provoca a veces malentendidos como los que describían Airbag, otros discípulos aventajados de los de Queens, en su tema “Ahí viene la decepción”.

Con el calentamiento previo proporcionado por la pinchada de temazos del calibre del “Teenage Kicks” de The Undertones, andábamos ya de sobra con el pico fino para recibir a Ramonas, que prendieron de inmediato la mecha con “Rockaway Beach”, “Teenage Lobotomy” y “Glad To See You Go”, una triada suficiente para quedarse afónico. Y siguieron levantando el pabellón al máximo con el romanticismo freak “You’re Gonna Kill That Girl” y el nihilismo desaforado de “I Don’t Care”. Por algo decían que sus canciones eran las que más contenían las palabras “I Don’t”. Nunca querían hacer nada.


Podrá parecer que interpretar el repertorio de los Ramones es de una simpleza asombrosa, pero nada más lejos de la realidad cuando de lo que se trata es de capturar el mismo espíritu de los neoyorquinos, que se cascaban bolos sin apenas hablar y atropellando himno tras himno a un ritmo apabullante. Y eso estas inglesitas lo clavan al milímetro, con una encomiable capacidad de aguante y una solidez que ya les gustaría a bastantes pandas de versioneros, respeto pero sin que aquello sea una fotocopia total.

En este tipo de bolos los niños no están vetados, suelen andar desperdigados por ahí, quizás por eso a la vocalista en “Sheena Is A Punk Rocker” se le despertó el instinto maternal y quiso llamar la atención señalando a la hija de una madre punk, que contemplaba en primera fila impertérrita el espectáculo. Los temazos caían cual bloques de cemento ante los que era imposible abstraerse, caso de “Havana Affair”, “Commando” o “The KKK Took My Baby Away”, una de nuestras preferidas que les quedó niquelada, y encima la bajista tenía un aire así en plan Joan Jett. ¿Qué más se puede pedir?


La histriónica “Surfin’ Bird” supone un revulsivo en casi cualquier situación para que la peña se descoyunte. No lo hemos mencionado, pero el ambiente era inmejorable, la parte en la que estábamos nosotros parecía el sector femenino, pues estaba petado de hembras bailongas a las que no les hacía falta mucho para contonearse. Una impepinable “Cretin Hop” se tornaba una excusa más que suficiente, del mismo modo que “Listen To My Heart” o la playera “California Sun”.

Volvían las ganas de prender fuego al mundo con “I Don’t Wanna Walk Around With You” y el grito de guerra “Pinhead” era la excusa perfecta para sacar el cartel de ‘Rabba Rabba Hey’ y reivindicar de esta manera esas sesiones dominicales que se han convertido en una consolidada realidad en el botxo, quién lo iba a decir hace unos años…Pero todavía quedaba artillería pesada con “Today Your Love, Tomorrow The World”, que desató pogos, al igual que “Judy Is A Punk” o “Suzy Is A Headbanger”.


Y “Let’s Dance” es otra de esas piezas que vale para desperezar en todo momento, antes de recordar el debut de Joey Ramone y compañía en “53rd & 3rd”, donde la bajista se encargó de la parte cantada por Dee Dee. Podrían pasarse horas rebuscando en el catálogo de Ramones, pero hay piezas que no deberían faltar en ningún tributo como “Now I Wanna Sniff Some Glue” o “We’re A Happy Family”, con la cantante cediendo el micro ante el empuje de los fans a espontáneos o grandes de la escena local como Álvaro Brutus.

Lejos de conformarse con el repertorio ajeno, estas chicas llevan desde el 2016 componiendo material propio y se espera que saquen su debut a finales de año. A modo de muestra de lo que valen por sí mismas, se arrancaron con unas pocas piezas suyas, que a veces se ponían muy tralleras casi hardcore y recordaban a combos punkis con fémina al frente tipo The Distillers. Ahí también prometen.


Regresaron a la Gran Manzana con el himno “I Wanna Be Sedated” o esa locomotora llamada “R.A.M.O.N.E.S.”, que sirve asimismo para contentar a fans de Motörhead. Los ánimos se terminaron de desatar en la fundamental “Blitzkrieg Bop”, en la que por el revuelo hubo hasta que apartarse. La peña chifló de lo lindo y no tardaron en conceder unos bises tan frenéticos como el resto del concierto con un “Somebody Put Something In My Drink” en el que mandaron levantar vasos y un “Beat On The Brat” que retumbó durante un tiempo considerable en la cabeza.

En definitiva, hacen falta todavía más tributos a los Ramones, es imposible  abarcar un legado tan colosal, puesto que si uno se centra en la primera etapa, se deja demasiadas cosas en el tintero. Volvemos a insistir en la necesidad de preservar la memoria histórica musical y nuestro derecho a seguir dejándonos la garganta y formando parte de esa familia feliz que no exige prueba de sangre alguna. Un vínculo más inamovible que cualquier pedazo de tierra.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA








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