Kafe Antzokia, Bilbao
Aquí en el norte somos un poco como gatos de escayola. Debe
ser por cierta predisposición natural o porque quizás sea verdad aquello de que
el clima húmedo curte lo suyo y nos agarrota las extremidades. En un lugar
donde las féminas están en un estado de alerta permanente debido a la
proliferación desmedida de babosos, lo de bailar se antoja algo tan ajeno y
extraterrestre como la trigonometría o los algoritmos. O como que te saquen una
tapa en un bar y no te la cobren. No está en nuestra tradición, ADN o esencias
milenarias, según lo quiera denominar cada cual.
Por tanto, conseguir mover a un vasco es una gesta casi tan
impresionante como lograr desplazar unos metros la pirámide de Keops, algo comparable
a sacar de la piedra la famosa espada Excalibur. El mismo nombre de los
franceses The Buttshakers (los agitaculos) ya supone un revulsivo en toda regla
y un ataque directo a la quietud o falta de entusiasmo del personal, una
invitación a dejar de lado depresiones, estrés y malos rollos con idéntica
contundencia a la que lo podría hacer el punk.
No demasiada peña se animó a acercarse al Kafe Antzokia una
de esas noches que parecían haber decretado toque de queda por la dictadura del
balompié. Pero entre el escaso centenar de personas congregadas, por lo menos
había algunos bilbaínos ilustres como Fito Cabrales, su hijo, y también el
antaño guitarrista de Platero y Tú Iñaki Antón, ¿será esto el preludio de una
reunión? Una notable presencia, puesto que las incursiones entre la parroquia
de la afroamericana vocalista Ciara siempre iban dirigidas al mismo sitio, una
insistencia que no molestó en absoluto a la estrella superventas patria, que en
ocasiones incluso palmeaba con entusiasmo.
Fieles a la recurrente escenografía soul, con la cantante en
el centro del escenario y los demás músicos formando un corro, The Buttshakers no innovaron demasiado
en un comienzo con una de esas habituales intros instrumentales que sirven para
dar preponderancia a los vientos. El rhythm & blues “Satisfied” valía para
ir calentando a la peña, pero “Soul Kitchen” fue el percutor necesario para que
en la sala subiera la temperatura, con su carismática frontwoman agitándose y desgañitándose como si le fuera la vida en
ello. Actitud tampoco le faltaba, muy chula la chica, con sus tatuajes y su
piercing en la nariz.
En este tipo de combos, lo suyo es que exista cierto
equilibrio entre la voz y el aspecto instrumental, pero el desbordante ímpetu
de la inquieta Ciara relegaba casi a la irrelevancia al resto de los
componentes, algo que se palpaba por ejemplo en “I Wanna Know”. El ansia por el
movimiento estaba ahí, no había desaparecido, y después de enseñar a la
concurrencia pasos de baile, la vocalista no dudó en bajarse del escenario para
comprobar si se habían seguido sus enseñanzas. Y ahí se fue disparada hacia la
zona de Fito en busca de su primer alumno, aunque la mayoría se apartaba como
si tuviera la peste en cuanto la veían acercarse. A los norteños no les suele
gustar ser violentados de una manera tan directa.
Y dado el escandaloso campo de nabos imperante, decidió
dedicar “I Wait” a las chicas, que según ella tenían que “esperar” para todo, ejem, si tuviéramos que contabilizar los
minutos de espera a las féminas que hemos aguantado a lo largo de la vida,
probablemente deberíamos ascender indefectiblemente beatificado hacia las
alturas. La nueva incursión de Ciara entre el respetable resultó tan
entretenida como efectiva, pues azotó culos y hasta acarició a una señora que
la miraba impertérrita. Una grande.
Otro interludio instrumental sobraba por completo, pese a
que la estructura fuera más de una banda de rock que de soul u otro género.
Pero en los momentos en los que Ciara brillaba con fulgor máximo era en los
blues de copa y puro que entonaba como auténtica diosa. El alma africana estaba
también presente en su peculiar maremágnum, así que la voceras bajó con
percusión de esta tierra para incitar al bailoteo y consiguió que se moviera un
señor con camiseta de The Hives.
Uno no se podía distraer ni un instante, porque se te
plantaba al lado de improvisto, como de hecho nos sucedió mientras tomábamos
notas. Parecía una criatura descontrolada a la búsqueda de seres para danzar y
sus palabras “¡No seáis tímidos!” desde
luego no tranquilizaban demasiado. En cuanto a desparpajo, a la muchacha no le
ganaba nadie, así que no se cortó en lanzar los zapatos al aire igual que haría
una borracha cuando se cansa de los tacones. Comodidad ante todo.
Si anteriormente los pies habían sido objeto de estudio,
ahora tocaba el turno a la cintura, ignorando que la movilidad o
psicomotricidad no goza de demasiados adeptos por aquí. Y ya para rozar el
surrealismo, Ciara se arrancó con pasos de pollo antes de dirigirse a uno de
los fotógrafos con un “Come to me, baby”
(Ven conmigo, cariño) mientras se desgañitaba descalza en una estampa épica
o hacía gestos jadeantes. Brutal.
Le pilló tal gustillo a darse garbeos entre las masas que al
final casi estaba más tiempo abajo que encima de las tablas, pero el personal
le seguía el rollo a lo Wilson Pickett de cantar y repetir, mientas el guitarra
se arrancaba con solos de infarto. Quizás no hubiera multitudes, aunque el
ruido generado fue suficiente para que regresaran para unos bises en los que
reincidieron en el soul con poso rockero de The Bellrays tipo “What You Say
(Hey Hey)”, donde Ciara volvió a cargarse las barreras artificiales entre
artistas y público. Ahí sobraba el escenario.
Tal vez su mezcla de soul, rock, funk y demás se torne ya un
poco recurrente ante la proliferación de bandas de este género, lo que nadie
les quita desde luego son las desbordantes ganas de su vocalista y su
encomiable empeño en que la parroquia despertara del sopor, empleando si hacía
falta tácticas de choque para paliar la timidez. Pero había un problema: éramos
vascos.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario