Kafe Antzokia, Bilbao
Hay experiencias extremas que nos pueden marcar de por vida
e incluso modificar nuestra conducta en aspectos que antes considerábamos
triviales. En el mundo religioso dicho fenómeno recibe el nombre de revelación
o epifanía, esos momentos en los que una deidad se manifiesta de alguna manera
y los profetas lo interpretan como una señal de la presencia divina. La mítica
luz al final del túnel sería uno de los ejemplos más recurrentes, aunque también
existen otros más terrenales, como la famosa magdalena de Proust o todo ese incesante
flujo de conciencia experimentado por Mrs.Dalloway ante los preparativos de una
fiesta en la novela del mismo título de Virginia Woolf.
Y otro de los eventos que curten sin duda en la trayectoria
de cualquier melómano es acudir a un concierto de Swans, caracterizados por un
volumen realmente ensordecedor que supera con holgura los límites de lo
soportable, una bola de ruido no apta para melifluos y temerosos de espíritu,
un manifiesto nihilista definitivo que podría convertirse en la banda sonora
del Apocalipsis. Porque el efecto se asemeja al de una bomba explotando en tu
cerebro y con una onda expansiva que se siente quizás durante días. A muchos
grupos les gusta fanfarronear de lo chirriantes que son sus bolos y demás, pero
sin temor a equivocarnos podemos afirmar que nada ni siquiera se acerca al
tormento que nos infligen Michael Gira y los suyos cada noche.
Como si allí se previera la llegada de un huracán, el personal
de la sala ya andaba preparado con los preceptivos tapones y cuentan que en la
prueba de sonido se contemplaron caras de auténtico pavor ante lo que se venía
encima. La leyenda de sus avasalladores directos alcanza tal punto que hasta
dicen que antaño prohibían utilizar el aire acondicionado para que así el
suplicio fuera mayor. De hecho, en su anterior visita al Kafe Antzokia
explosionó un vaso situado sobre un bafle, hecho constatado en primera persona por
un servidor.
Con el recinto a reventar de acólitos y algunos curiosos que
no tenían claro lo que iban a presenciar, la bucólica cantautora y
transformista Baby Dee supuso la
calma antes de la tormenta con un descomunal arsenal de muecas e histrionismos
que en ocasiones provocaban la risa. Su propuesta neofolk de corte indie e
ínfulas cabareteras tal vez resultara demasiado profunda para una cita en la
que predominarían los sentimientos más primarios. Un circo fantasmagórico que
exigía silencio absoluto y que entroncaba al 100% con el término inglés “creepy”, pues aquella señora parecía
sacada de una novela de Dickens o una peli de Tim Burton. Aquello era muy raro,
pero hasta los fotógrafos escuchaban cual querubines y hubo incluso una suerte
de Tejero concertil que rompió la atmósfera con su “¡Callaos, hostia!”. Para un funeral en el campo.
Lo de Swans en
directo tiene mucho de ceremonial, de eucaristía con los fieles y para que la
experiencia se torne plena, hay que sumergirse de lleno en el culto, como
algunos hicieron desde que cayera la tela de araña con “The Knot”, una suerte
de amalgama de “No Words/ No Thoughts” de casi una hora de duración con tantas
vueltas de tuerca que parece material completamente nuevo. Una auténtica prueba
de fuego para neófitos que podría hacer desaparecer a una parte del personal
por sus riffs retumbantes que se te meten hasta las entrañas y esa voz
mesiánica con cara de mala leche. Un tipo que dicen que odia el headbanging y que acostumbra a abroncar
a los espectadores que se atreven a teclear o consultar el móvil durante
semejante acto de comunión absoluta.
No hay que engañarse, aquí deberían prohibir la entrada a
cualquier cotorra de esas que se coloca en las primeras filas para que todo el
mundo escuche su intrascendente conversación, e incluso sería lícito amenazar a
los seres incívicos con bates de béisbol si no cesan en su molesta actitud. Ya
comprobamos durante los teloneros que había en el recinto verdaderos
entusiastas del silencio, gente rara que cuando va a los conciertos solo le
interesa lo que sucede encima del escenario.
Michael Gira comandaba a sus subalternos como si fuera un
director de orquesta, incitándoles a subir la intensidad o bajar la graduación,
e incluso se advirtió su gesto molesto en alguna ocasión por algún acople
inesperado. La masa de ruido podría desbordarse en determinados momentos, pero
no era en absoluto un caos descontrolado, sino algo metódico en su aparente
locura, un big bang planeado.
Y mientras el Amado Líder se elevaba y entraba en trance que
ni el Reverendo Edwards de Wovenhand, otros pensaban que aquel era el instante
propicio para inmortalizarse en un selfie,
repugnancia extrema. Las fotos tampoco le debían gustar demasiado al señor,
pues en cuanto se cansaba del rollo mandaba alejarse a los fotógrafos con las
manos, y según nos relataron, tampoco duda en propinar puntapiés a los que se
atreven a acercarse demasiado. Genial. Ponga un Michael Gira en su vida.
Algunos hipnotizados no dudaban en reproducir los
movimientos del profeta y otros se sentaban en las escaleras mientras cabeceaban
compulsivamente cual presa de una posesión demoníaca, la música de Swans podía
provocar efectos similares al peyote. El recinto se había transformado en un
ejército de zombies abducidos y daba la sensación de que si descubrían a
alguien diferente que no fuera de los suyos emitirían un chillido agudo como
las criaturas de ‘La Invasión de los Ultracuerpos’.
“The Glowing Man” retumbó con furia punk al tiempo que
evocaba desastres naturales o las últimas horas de algún ser vivo, una
interpretación intensa como certifican sus casi 30 minutos en estudio y que
sirvió de prolongado canto de cisne antes de despedirse con una leve sonrisa de
satisfacción. Gira levantó las manos varias veces cual chamán extirpando a su
audiencia de impurezas antes de emitir un “God
Bless You”, que se transformó en uno de los pocos testimonios de que
pertenecía a este mundo y realmente hablaba.
Una sinfonía de exquisito ruido para alcanzar el nirvana u
otro estado mental elevado que hay que pillar con ganas porque de lo contrario podrías
abandonar el recinto negando con la cabeza, como si aquello en realidad no
estuviera sucediendo. Pero es muy real, tanto como el dolor, una pesadilla para
cualquier amante de los sonidos comerciales. Un puñetazo frente a lo
establecido.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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