Pub Mendigo,
Barakaldo (Bizkaia)
Cuentan que la primera vez que Iggy Pop vio a Jim Morrison
en directo se quedó fascinado por ese peculiar antagonismo que establecía con
el público. Más que confrontar, se cachondeaba de la peña, y por eso el Rey
Lagarto no dudaba a la hora de cantar en falsete sin venir a cuento. Tal vez
por ese motivo, entre otros, a menudo debía de abandonar los recintos escoltado
antes de que el respetable acabara linchándole. No se podría pedir demasiado
a musculosos jugadores de rugby,
refinados tipos de las fraternidades o esos que algunos con bastante pompa
consideraban “los futuros líderes de
América”. Que les den a todos, esa era la actitud.
Una idéntica sensación de peligro, de que podría suceder
algo fuera de lo normal, invade a cualquiera que haya visto en alguna ocasión a
los londinenses Suicide Generation, combo salvaje donde los haya que en su
anterior visita a La Nube dejaron hasta un reguero de sangre. Literal. Como
Iggy Pop en el Detroit de comienzos de los setenta. Los susceptibles que se
vayan a la cama.
Con semejantes antecedentes, era obligada la visita al
Mendigo de Barakaldo para contemplar a una de las bandas contemporáneas que más
se deja la piel sobre el escenario. Lástima que no nos esperaran en el garito
grandes multitudes, sino un discreto reducto de fieles, en su mayoría locales,
que justo ese día no tendrían un plan mejor al lado de casa. Es igual, hemos
acudido ya a tantos conciertos que ya sabemos de sobra que la afluencia en los
bolos por norma general suele resultar algo bastante anecdótico.
Casi ante un grupo de amigos oficiaron La última bala, unos vizcaínos que le daban al rock n’ roll de
bareto en la senda de Platero y Tú. Un estilo que quizás a estas alturas esté
ya más visto que el tebeo, pero lo cierto es que estos muchachos no se lo
montaban mal en las distancias cortas con temazos que invitaban al buen rollo
como “Mírame”, “El ser humano” o “Abandonar esta ciudad”. Les costó conseguir
que la gente rompiera el hielo y se acercara a la distancia adecuada para el
rock, pero al final aquello se asemejó a un agradable chascarrillo en el que se
habló de “peperos”, “poperos”, “perros
con asma” y hasta se sugirieron las propiedades nutritivas para el cabello
de las que gozaban los que aguantaron en primera fila al pie del cañón. Muy
entretenidos.
La última bala, en la estela de Platero y Tú. |
Como elefante en cacharrería irrumpieron Suicide Generation, con su inquieto
vocalista saltando hacia los congregados casi desde la primera pieza y
subiéndose a la barra. Un numerito que habíamos contemplado en La Nube, aunque
en esta ocasión lo quiso hacer más espectacular al amagar caminar por el
estrecho espacio que había al lado de la cabina de DJ. Menos mal que una
camarera se lo impidió, porque parecía poco probable que dicha estructura
aguantara tanto peso. Hay que poner límites incluso a las fieras desbocadas.
En lo musical, “Prisoner Of Love” clavó la pica en Flandes
por su aire desgarrador al “Muscle of Love” de Alice Cooper y luego “Shitty In
The City” mantuvo el tipo evocando el macarrismo de New York Dolls o Hanoi
Rocks, glam punk en pleno esplendor, uff. Dicen que si la montaña no va a
Mahoma, Mahoma va a la montaña, así que el cantante no se cortó a la hora de
arrastrar al personal a las primeras filas. ¿Qué es eso de vegetar en un
concierto de rock? A dormir a casa.
Por fin teníamos ante nosotros a un frontman de esos que no pasa desapercibido, se podría decir incluso
que eclipsa cualquier otro detalle accesorio. Es el espectáculo en sí mismo y
lo demás no importa. Una bestia deudora hasta las cachas del salvajismo de Iggy
Pop, que se daba golpes con el micro en la cabeza como los auténticos jartos,
véase Wattie de The Exploited, y que tal vez se tiraba más tiempo por los
suelos que levantado. Para no despistarse ni un instante.
Estallidos de energía como “Love Is Hate” que no superan los
dos minutos valen de sobra para convencer a los indecisos, pues aquí no se
trata de admirar exquisitos pasajes instrumentales, sino más bien de apelar a
las agallas. No en vano dicen que el lema de Suicide Generation es “te follaremos con la polla larga del rock
n’ roll”, sin consentimiento ni leches. A la vieja usanza.
Nadie se libró de aquel fiestón que se montó en un momento a
pesar de la escasa afluencia, pues el vocalista iba a buscar a los que se
encontraban situados más atrás, aquí esa vieja táctica de instituto de sentarse
lo más alejado posible del profe no funcionaría. Como hemos dicho, era un bolo
tan frenético y entretenido que si te descuidabas un momento, igual ya te habías
perdido algo fundamental porque continuamente pasaban cosas.
La homónima “Suicide Generation”, con alaridos y solos al
tuétano, sirve de carta de presentación para que se le termine de volar la
peluca a cualquiera. Era tal la vitalidad de su cantante adorador de Iggy Pop
que hasta simuló ahorcar a un fan de las primeras filas y el resto de la banda
no se quedaba tampoco atrás en este peculiar viaje hacia la autodestrucción,
pues cedieron el bajo a un parroquiano para que desparramara a gusto. Que no se
diga que no se favorece el arte.
Fue un visto y no visto con una duración irrisoria para los
acostumbrados a canciones enrevesadas con varias partes, complicados
desarrollos instrumentales y demás. En serio, no hace falta darle tantas
vueltas al bolo. A algunos con subir el volumen a tope y chillar con saña nos
requetebasta. Y sentir de nuevo esa sensación de peligro. Igual que cuando
entras en la jaula de un león.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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