martes, 16 de febrero de 2016

MAMBA BEAT: MODERNEO DARK



Kafe Antzokia, Bilbao

No es nada raro encontrarse más abajo del Ebro intentos de fusión de la escena indie y gótica, sesiones en las que lo mismo se pincha Sisters of Mercy o The Mission que Franz Ferdinand o Placebo. En un mundo en el que predomina la sofisticación, bandas del estilo de The Cure o Joy Division se han convertido en un refugio de exquisitos que olvidan su primigenio origen punk y resaltan su lado más comercial hasta el punto de diluirse en una especie de marca corporativa como los Ramones, a los que ya no salva de la asimilación popular ni su eterna imagen desaliñada.

La clave de todo este fenómeno tal vez estaría en determinados grupos fetiche con un amplio núcleo de seguidores procedentes de variopintas escenas, caso por ejemplo de Depeche Mode, uno de esos nombres que suscitan un rotundo consenso, casi a los niveles de Queen, de los que cuesta encontrar detractores tanto como una aguja en un pajar. O los colosos U2, que en sus comienzos estaban influenciados por Siouxsie & The Banshees antes de sucumbir al rock de estadio.


Nadie diría que los bilbaínos Mamba Beat surgieron en pleno ambiente festivo con la intención de fusionar funk, acid jazz, electrónica o ritmos latinos, una amalgama con la pista de baile como denominador común, la colisión de  cuerpos sudorosos que no desean que llegue la mañana siguiente. Por algo dicen ellos mismos que uno de los elementos fundamentales en su ADN es “la atracción física del baile junto a la aventura de la seducción”.

Unos preceptos que podrían seguir sin problemas la multitud que abarrotó el Kafe Antzoki un día lluvioso y poco halagüeño. Pero es precisamente en tales lances cuando se debería buscar el calor humano, adentrarse en garitos tenues al encuentro de semejantes y entregarse al frenesí de la música como si fuera un ritual culminante, un aquelarre que no necesita una razón de ser concreta más allá de la celebración del fin de semana, auténtico acto de hermandad espiritual aquí y en La Patagonia.

Momentos finales del show de Unclose.
 Por estar en otro concierto, nos dio lástima llegar al final de la actuación de los teloneros Unclose, cuyo radiado adelanto “Runaways” prometía bastante en las distancias cortas, pero todo no puede ser, por fortuna alcanzamos a contemplar de cabo a rabo el bolazo que se marcaron Mamba Beat en una sala repleta de féminas elegantes a las que les sorprendía ver pelos largos y esas cosas. Había también por ahí muchas barbas, complemento indispensable para pasar desapercibido en saraos de ese calibre.

Las estrellas de la velada habían pegado un salto estilístico considerable en su último disco ‘Paint Me In Black’, prescindiendo de ornamentos superfluos de antaño como el saxofón para abrazar la oscuridad y las guitarras que en anteriores lanzamientos tenían un papel meramente testimonial. Quizás eso mismo querían reflejar con la inicial “We’ve Found Our World”, el descubrimiento de un espacio concreto y acotado al que ceñirse, a veces los cajones de sastre no funcionan como uno imagina.

Mamba Beat con un guitarrista invitado.
 Con un sonido contundente en su rollo y una puesta en escena cargada de niebla cuidada al extremo, ya se habían establecido los mimbres para salir victoriosos de la faena. Un trabajo de piezas tan redondas como “Ezin Lorik Egin” sería el arma infalible incapaz de errar un solo disparo, a pesar de que su recital fue un completo in crescendo, condescendiendo de primeras en un accesible pop-rock de poso indie e ínfulas a lo U2 para ir subiendo progresivamente la intensidad y acabar en una orgía de flashes, himnos anfetamínicos y cuerpos sugerentes moviéndose como si aquella fuera la última noche de su vida. Porque sí, sin ningún motivo en especial.

En la dulcificada “Love & Hate” echamos en falta el toque maestro del productor y líder de Cycle David Kano, que colabora en ‘Paint Me In Black’ con un par de espectaculares remezclas adicionales que superan incluso a las versiones originales. Y “Zigor Nazazu”, al contrario que en el anterior corte, ganó en poso sintético y guitarrero y los acercó a los Depeche Mode de “I Feel You”. Un verdadero rompepistas.


Ya barruntábamos que con una materia prima reciente de tan alta calidad resultaría complicado, o más bien imposible, permitir el aburrimiento, algo que no sucedió con “S.O.S. (Save Our Souls)”, representante más que digno de esa perfecta simbiosis que han conseguido entre rock y electrónica.

Y al igual que si fuera una lista de reproducción, enlazaron acto seguido con “Song For The Bad Times”, en la que teclista y guitarra agitaron las melenas como si se encontraran en un estadio ante miles y miles de personas. Actitud de estrellas totales, pero en el buen sentido, creyéndoselo y transmitiendo a los demás la inefable magia que supone subirse a un escenario.


“We Are Rivers In The Sky” reforzó el subidón de anfetas y se tornó en una lección de cómo debería sonar en directo un grupo de su palo, con pulsión rockera, sin perderse en marasmos electrónicos, hasta explotar en un final épico en el que la voz de Mikel Piris se elevó con la dignidad de un profeta apocalíptico. Si hubiera hecho además movimientos a lo Dave Gahan, habría legado una estampa impagable.

Volvieron para los bises sin descuidar el ambiente discotequero, con el sintetizador enredándose y la batería haciendo redobles como los Muse de “Map Of The Problematique”, antes de finiquitar con un apabullante “Use Me” acompañado de lluvia de flashes y alusiones al fetichismo que fue recibido en un mar de brazos levantados. Todo un canto de cisne al hedonismo.

No sorprendió que luego sonara por los altavoces el clásico de New Order “Blue Monday” y el corazón se acelerara tanto como decía aquella canción de The Divine Comedy “At The Indie Disco”. Y eso ya es decir mucho. Las maravillas del moderneo dark.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



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