martes, 13 de diciembre de 2016

BULLET PROOF LOVERS: PURA CREMA



Satélite T, Bilbao

No hacen falta demasiadas cosas para alcanzar la gloria en términos musicales. Un riff contundente que otorgue cuerpo al conjunto, una melodía de esas pegajosas que se acomoda en la cabeza y ya no vuelve a salir o unos punteos al tuétano de los que incitan a subirse a una mesa y pillar una escoba o cualquier objeto alargado. La receta de la genialidad no se basa en ingredientes refinados o difíciles de conseguir, sino en establecer la justa medida en cada elemento, no pasarse con el almíbar, pero tampoco provocar pesadez en el estómago.

Varias horas de cocción lleva el supergrupo Bullet Proof Lovers, formado por reputados representantes de la escena donostiarra de Buenavista (Nuevo Catecismo Católico, Discípulos de Dionisos o Señor No) y comandados por el guiri asentado en el foro Kurt Baker, con una reseñable trayectoria en solitario y toda una garantía de directo impepinable. A base de esto último precisamente han creado una leyenda esta interesante coalición de talentos a los que han ofrecido incluso actuar en Londres. 


Por diversas circunstancias siempre se nos habían escapado, pero ya no cabían excusas posibles en el Rabba Rabba Hey! especial con motivo de la festividad de la Virgen de la Inmaculada. Una soleada jornada propició que se  gestara un ambiente concurrido en el local deustoarra con muchas chicas guapas mañaneras y esa atmósfera de bar de barrio en el que se conoce todo el mundo que se suele formar por allí los domingos al mediodía.

Debido a su vocación de hombre orquesta de ofrecer tres bolos en unas escasas 24 horas, Bullet Proof Lovers tuvieron que probar sonido un tanto tarde, pero no les costó pillar el ritmo con “It’ll Be Allright” y su rock n’ roll acelerado plagado de melodías power pop. Adelantaron material nuevo de su inminente disco previsto para enero y acariciaron el corazón de la mayoría de los presentes con ese himno mayúsculo llamado “Breaking Down”, una suerte de imposible simbiosis entre The Beat y The Hellacopters en la que destacaba la prodigiosa garganta inmaculada de Kurt Baker. Vaya gustazo escuchar cantar a este tipo.


Pero sus atractivos no se limitaban a eso, puesto que se curraban también bastante los coros, en especial Juan Holmes, vocalista de Discípulos de Dionisos. Una alineación de lujo que se completaba con el enérgico guitarra Luiyi Costa y un elegante bajista con camperas blancas y una especie de traje negro que parecía un kimono al que de vez en cuando las féminas le gritaban “¡Taladro!”.

Evocaron el protopunk setentero en “Take It Or Leave It” y se regodearon en los coros optimistas en “Master Of My Destiny”, otro de sus temazos ambivalentes que valen lo mismo para agitar la cabellera que para cantar en la ducha. Presa del subidón, Kurt no dudó en pedir con su marcado acento guri “chupitous” antes de arrancarse con su último single “I’m Your Radio”, mientras Juan elevaba el mástil como las grandes estrellas escandinavas del rock n’ roll. Ni un minuto de respiro, sin charlas ni mierdas que no interesan a nadie, así deberían ser siempre los bolos.


“Nothing I Can’t Do” rememoró de nuevo a Nicke Andersson y compañía o a los primeros Kiss y demostró la solidez de un repertorio en el que lo único que se echa en falta es que tengan más discos, pues de su debut homónimo de 2014 se puede aprovechar cada segundo, nada es redundante. De actitud andan asimismo sobrados y Juan no dudó en saltar la valla de separación para sentir el calor de la muchedumbre. Un fiestón de alto copete que solo podía terminar con el dueño del garito Txarly con gafas freak repartiendo rabas a los asistentes. Aquello fue como la hostia consagrada en la eucaristía, un acto cargado de simbolismo previo a dispersarse y volver a la rutina.

Pero no podíamos marchar en paz, como dicen los curas antes de abandonar la iglesia, el bolo se había pasado como un suspiro y apetecía seguir encaramado en esa nube de melodías pegadizas y guitarrazos con agallas. Recurrieron a un par de frenéticas versiones para mantener el colocón, “Exprímelo” de Cerebros Exprimidos y el “Yeah, Yeah, Yeah” de The Vibrators a tope de revoluciones, que acabaron con los mástiles levantados a modo de estandarte. Brutal. Para sentar cátedra.


La única pena que sentimos es que aquello no fuera más largo, pues era pura crema para degustar, un tentempié sonoro para ponerte a tono lo que restaba de día. Un producto imperecedero a prueba de balas y de lo que les echen. Normal que se colapsara el puesto de merchandising tras el concierto. De otro mundo, que vuelvan pronto.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



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