lunes, 12 de diciembre de 2016

CRYSTAL CASTLES: UNA TÍA DE PALO



Kafe Antzokia, Bilbao

El postureo ha llegado a un punto en el que es algo tan frecuente y normalizado que hacen falta medidas necesarias para desenmascarar a los impostores, a esa gente que van de interesantes, pero que en realidad no esconden nada debajo, tan superficiales como la tinta de los tatuajes que suelen cubrir sus cuerpos muertos en vida carentes de cualquier atisbo de verdadera emoción. Son como esas dependientas de los centros comerciales que te sonríen porque les obligan en el trabajo y no porque piensen que eres una bellísima persona.

Los canadienses Crystal Castles se jugaban mucho en esta primera gira tras la marcha de Alice Glass, demostrar que la arrolladora presencia escénica de su escuálida maniquí morena tampoco era para tanto y que cualquier zumbada de tres al cuarto estaría en condiciones de sustituirla. Una pretensión que se antojó totalmente descabellada a tenor de lo que contemplamos aquella noche, por muy gratas sensaciones que dejaran con su reciente álbum ‘Amnesty (I)’.


Con la vista puesta en su anterior visita a la sala Rock Star de Barakaldo y que catalogaríamos sin reparos como uno de los mejores conciertos de nuestra vida, las comparaciones en cada aspecto de la velada eran odiosas. Para empezar, no parecía que hubieran aguantado el suficiente tirón entre el personal para abarrotar el recinto, lo cual sí que se consiguió en la ocasión precedente. Una nutrida multitud de barbudos, ambiguos y chicas con pelos de colores consiguió insuflar cierto calor a la cita, sin que se desbordaran ánimos ni que aquello resultara agobiante en ningún momento.

Como un leve hilo musical de fondo muchos recibieron a Pharrow, una suerte de DJ con voz flotante y atmósferas etéreas tipo M83 incorporado a última hora. Hubiéramos agradecido más un grupo de verdad con bajo, batería y esas cosas, pero por lo menos valió para inducir al trance y preparar al respetable ante una descarga de electrónica vanguardista con un punto punk sin renunciar tampoco a utilizar instrumentos tradicionales en directo.

 Algo de lo que hicieron gala Crystal Castles al emplear un aporreador humano recluido en una esquina y dividir el escenario en líneas en apariencia infranqueables entre el compositor/productor Ethan Kath y la nueva vocalista Edith Frances. El “Réquiem en Re menor” de Mozart otorgaba la pompa requerida de las ocasiones especiales y unas luces azules parpadeantes crearon el ambiente lúgubre idóneo antes de que la recién incorporada cantante se presentara a la concurrencia arrastrándose y derramándose una botella de agua por encima de la cabeza. ¡Guau, qué provocación!

Este hecho empero nos permitió comprobar que Edith llevaba el pelo teñido del mismo color que Alice la última vez que pasó por estos lares. No sabemos si esto sería casual o premeditado, pero rememoramos enseguida a todos esos perturbados que se echan una novia con rasgos similares a su ex, un síntoma inequívoco de desorden mental.

Hay que reconocer que comenzaron con ganas con su ya himno “Concrete” y luego enlazando con “Baptism”, un inevitable rompepistas imprescindible en su directo. Las sospechas cada vez adquirían mayores dosis de certeza, su vocalista no alcanzaba el nivel exigible, ni por los tonos casi inaudibles que se perdían en una maraña de ruido electrónico, ni por esa actitud que se limitaba a copiar a su predecesora, a la que no le llegaba ni a la suela de los zapatos. Era una tipa guay, que se piensa que mola con su chupa de cuero y collar de brillantes y cuya mayor acción transgresora consistía en lanzar a la peña agua, leche, zumo y quién sabe qué otros fluidos. 

Por seguir con las comparaciones, Alice no necesitaba rebuscar en el armario de la abuela para sorprender a la audiencia, le bastaba con lanzarse al público de improvisto y recorrerse la sala  durante varios minutos en los brazos de otros. Tirarse de espaldas y esperar que un desconocido te recoja antes de precipitarte al suelo, el mayor acto de confianza que existe en el mundo.   


“Char” no gozó tampoco de un sonido que hiciera justicia a lo que prometía en estudio y “Crimewave” nos pareció un medio playback que volvía a poner sobre la mesa las carencias vocales de Edith. Los esfuerzos de la muchacha por dar la nota a veces daban vergüenza ajena, como cuando agarró un foco para alumbrar a la peña o cuando se subió encima de los monitores, algo nada imaginativo que ya hemos visto unas cuantas veces en ese recinto, si por lo menos se colgara de las alturas como Francis de Doctor Deseo…


 Para rematar la faena, se piraron al de unos ridículos 45 minutos y entraron de cabeza en el pódium de los jetas que te cobran una entrada a precio de oro y luego no te ofrecen ni una ínfima parte a la hora de la verdad. Por lo menos tuvieron la decencia de regresar para evitar que les lanzaran objetos contundentes, pero no les ocurrió manera mejor de romper el hielo que con una especie de solo de batería y ruiditos inexplicables que desembocaron por fortuna en un “Not In Love” que sin Robert Smith de The Cure es más que nada una indecencia. Tuvimos que taparnos los oídos en los “oh oh oh” del estribillo. Vaya profanación.

La impresión dejada estaba más cercana a la de un grupo de versiones en un mal momento que a la de una prometedora banda que revolucionó el panorama musical con su electrónica experimental de actitud punk. La estampa era la de una tía de palo, que va de interesante, se pone gafitas de intelectual, quizás incluso se acompaña de un libro, pero la escena es tan chusca como aquella en la que informaban al presidente George W. Bush de los atentados del 11-S mientras sostenía un libro infantil al revés. Es lo que tiene la peña poco auténtica.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN


  






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