martes, 21 de marzo de 2017

LOS SUSTOS + LUMA: ECOS DESÉRTICOS Y CAFRES BIENINTENCIONADOS



Shake, Bilbao

Hay grupos a los que les va la sobriedad. Son aquellos malditos que se pasan el tiempo mirando al suelo, apenas se mueven y por supuesto nada de hablar entre canción y canción, dejemos esas tonterías para las estrellitas con la cabeza tan hueca como sus discursos. Puede incluso acabar el recital y uno todavía no enterarse cómo se llama la banda en cuestión, a menos que sea fan suyo, y ni barajemos la posibilidad de intentar seguir el repertorio, las referencias o puntos de apoyo son inexistentes.

A pesar de nuestra fidelidad absoluta a este tipo de gente auténtica que no va a los conciertos a hacer amigos, hay que mencionar que los mexicanos Los Sustos en directo eran todo lo opuesto a lo descrito anteriormente. Se presentaron por lo menos unas veinte veces hasta el punto de que su coletilla ya hacía gracia, invitaron a la peña a chupitos sin reparar en gastos y no dudaban en conversar fraternalmente con los asistentes a la menor ocasión, la separación entre artistas y público barrida de un plumazo. Anti-malditismo a granel.


Muy de crecerse en las distancias cortas era también el dúo Luma, en clara progresión ascendente desde que les vimos de teloneros de The Strypes y que cuentan ya con un nutrido grupillo de fans que acudió esa noche al Shake, entre los cuales se encontraban Deu de WAS o Cris de Belako con un séquito de chicas bohemias.

Lo cierto es que mola tanto la pose atormentada a lo Kurt Cobain de su vocalista como esos pasajes desérticos que agradarían hasta el mismísimo Josh Homme. Todavía no han alcanzado entre ellos ese grado de compenetración que bordea la simbiosis de Niña Coyote Eta Chico Tornado en el que las miradas lo dicen todo, pero poseen los mimbres necesarios para epatar de igual manera. Uno de los combos más prometedores del panorama actual. Al tiempo. 

El dúo Luma, entre la pose atormentada de Cobain y el stoner rock de QOTSA.
 Con los aztecas Los Sustos no cabían sorpresas de ningún tipo en materia estilística, pues su garage punk era más troglodita, poco dado a las innovaciones y con tantos matices como un garrotazo de los que te deja un instante turulato. Una vez que te recuperas del golpe, empiezas a recuperar la conciencia y caes en la cuenta de que tal vez no pasarán a la historia de la música, pero que para un rato divertido son una opción más que respetable.

Ellos se encargan de crear lazos afectivos con el instrumento más infalible que existe, mejor incluso que las redes sociales: el alcohol, por supuesto. La botella de whisky que un servidor inauguró gustosamente desapareció casi cual espejismo en el desierto y de vez en cuando los tragos que le pegaban los tipos nos recordaban que en realidad sí que existió. Ahí quizás pecaron de incautos al ofrecer algo en un país en el que se arrampla con todo lo que sea gratis. Ni aunque fuera veneno perdonaríamos. 

Los Sustos en plena demolición.
 Su decálogo era también simple, alabanzas a la marihuana, al narcotraficante Chapo Guzmán o a “las chicas malas que están bien buenas”. “Esperamos que haya muchas de esas”, dijeron con cierta candidez, ignorantes de que se encontraban en pleno Euskadi, quizás uno de los rincones del planeta con las tías más bordes por metro cuadrado.

En la época de la dictadura de lo políticamente correcto que te inciten a beber  se convierte en un acto tan subversivo como lanzar un cóctel molotov contra una sucursal bancaria. “Pónganse bien borrachos, no para dar beneficios al bar, sino para alegrarse”, recomendaron fervientemente estos simpáticos aztecas. Salir de fiesta con ellos tiene que ser realmente espectacular, un servidor los adoptaría ipso facto.


Echaron la bronca al personal porque faltaba “actitud de viernes” antes de reincidir en su punk corrosivo tipo Los Saicos en “Callejera” o acercarse a la energía escandinava de mástil en alto de The Hellacopters en “No hay más”. De motivación, como hemos dicho, andaban sobrados y no se cortaron a la hora de arrancarse con una pieza instrumental porque “las etiquetas son para los frascos”. Con un par.

Lo malo de semejante derroche de vitalidad es que se esfumó volando, eso sí, dudo que nadie olvidara el nombre de la banda, pues su “Somos Los Sustos” podría acompañar a cualquiera casi hasta la extremaunción. No disponen de un repertorio demasiado extenso, por lo que no quedaba mucho por rascar, en esos casos las versiones son un recurso muy socorrido y lo aprovecharon con creces en una adaptación muy libre, tal vez en exceso, del clásico de Johnny Kidd & The Pirates “Shakin’ All Over”, ideal para el desparrame final.

Un epílogo perfecto para una noche de ecos desérticos y cafres bienintencionados que solo querían ponerse hasta el culo y rasgar guitarras. A estos especímenes hay que declararlos especie protegida pero ya. Esto sí que está más amenazado que el lince ibérico.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



No hay comentarios:

Publicar un comentario